Cinelandia (October 1942)

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Unas semanas después, los cien dólares se habían agotado por completo. Edgard, para salir del paso, había recurrido al juego, con tan mala suerte que sus apuros económicos se habían aumentado con una serie de deudas, que solo el crédito de su padre adoptivo le había permitido sostener sin que sus acreedores insistieran demasiado en su pago inmediato. Su situación en la Universidad de Virginia no era, pues, muy airosa. Y sin embargo, no eran sus dificultades económicas las que ponían en su rostro los rasgos de la desesperación más absoluta. Era el hecho de que Elmira no Linda Darnell y John Shepperd en "Los amores de Edgard Allan Poe". había contestado durante todo este tiem po ni a una sola de las apasionadas cartas que Edgard le escribía a diario. Edgard no podía explicarse este cambio repentino en la actitud de su amada. Poco a, poco sus esperanzas se iban desvaneciendo en la distancia que los separaba, como se esfuma el vapor de un barco que se aleja .. . Su único consuelo era la amistad, un tanto escéptica, de su paisano y compañero de estudios Ebenezer Burling. Al entrar éste en la habitación, se dio cuenta de la desolación de Edgard y le preguntó : —¿Qué te pasa? ¿Sigues sin noticias de tus padres ni de Elmira? Edgard asintió tristemente. ' —Es preciso que hagas algo para contentar a tus acreedores — continuó Ebenezer—Debes dinero a la mitad de los comerciantes de la ciudad, y la otra mitad ya no te quiere fiar... —Haré lo único que puedo hacer. Les pagaré a todos con mi pluma. Tu VETAS. Los ojos de su amigo se fijaron en un arrugado pedazo de papel que yacía en el suelo. Era un verso que Edgard había mandado a uno de los periódicos locales y que le había sido devuelto con unas frías y corteses palabras de disculpa. Edgard se dio cuenta de lo que su amigo miraba y comprendió sus pensamientos. En su desesperación, llenó un vaso de whiskey y se lo bebió de un trago. Esto, había descubierto últimamente, era lo único que podía hacerle olvidar sus preocupaciones. En medio de la excitación provocada por el alcohol, recibió aviso de que Thomas Jefferson, el rector de la Universidad, deseaba verle. El muchacho entró en su despacho lleno de aprensión, que se desvaneció, sin embargo, cuando Jefferson, mostrándole el manuscrito de una de sus novelas, “El escarabajo de (Pasa a la pág. 49)