Cinelandia (October 1942)

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Ez mond . E no era ya. ar o a autor. que trataba por todos los medios de vender sus escritos por un puñado de _ dólares que le permitieran comer por algunos días. Su creciente fama le valió dos ofertas, una para dirigir un periódico en Richmond, su ciudad natal, y la otra para realizar la misma clase de trabajo en Filadelfia. Cuando Edgard comunicó a sus parientes esta buena noticia, Virginia le miró con cierta tristeza. —Vas a aceptar la oferta de Rich.—le dijo. pe ¿Por qué dices esto ?—preguntó el muchacho sorprendido. No sé, tal vez por instinto .... La señora Clemm intervino. ——Dínos la verdad, Eddie, ¿estás todavía enamorado de aquella muchacha de Richmond con quien ibas a casarte años atrás? —¿Elmira? ¡Quién piensa en ella! Aunque le confesaré que si mi posición como director del periódico de Richmond le causa cierta amargura, me algraré muchísimo . . . pero si quiero ir a Richmond es, principalmente, para que mi padre adoptivo se de cuenta de la poca falta que me hace su dinero .... Edgard se volvió hacia Virginia. —Te he querido desde el primer día que te vi—le dijo dulcemente—y si ahora que voy a ocupar una posición respetable quieres acompañarme como mi esposa, me harás el más feliz de los hombres ..... Los amorosos ojos de Virginia le dieron la respuesta que esperaba, y un beso selló aquella promesa que debía unirlos para SIEMIPTE . Edgard estaba ebrio de felicidad. Sus esfuerzos literarios habían dado fruto, y por otra parte, acababa de ganarse el corazón de una muchacha dulce y apasionada, que sería para él la esposa que había soñado . . . ¡Qué lejos quedaba el recuerdo de Elmira, la mujer que no había vacilado en abandonarle por otro! En el corazón de Edgard, que el amor y la felicidad ensanchaban, su reaErS era poco más que un fantasma. Edgard se había olvidado de lo poderosos que los fantasmas pueden ser . * RR Su nueva vida en Richmond, en compañía de su esposa, fué, para Ed gard, el período de su vida en que. conoció una felicidad más completa. Allí encontró el respeto y la adulación de cuantos le habían despreciado en sus tiempos de desgracia. Su padre adoptivo no se tomó la molestia de visitarle, de lo que Edgard quedó secretamente com=_placido, ya que ello venía a demostrar el despecho de John Allan. Una sola nube ensombrecía la paz de que gozaba, y ello era la muerte de su madre adoptiva días antes de su llegada a Richmond. "Edgard, que nunca había podido olvidar el apasionado amor de Frances, sintió ¿Una sincera y honda pena. “Poco a poco esta herida se fué cicatrio: Su esposa se portaba como la 50 “más dulce de las mujeres y llenaba su casa de felicidad y de belleza. Mr. White, el propietario del periódico que dirigía, estaba encantado con sus progresos, y solo había manifestado su disgusto por la campaña—a su parecer demasiado enérgica—emprendida por Edgard en favor de una nueva ley de propiedad literaria, ya que la existente en aquella fecha permitía a los editores apropiarse obras de autores extranjeros con el consiguiente perjuicio para éstos y para los americanos. Un día, los esposos Poe asistieron a su primer baile en Richmond. Aquella fiesta memorable para ellos, que iba a consagrar definitivamente su influyente posición en la ciudad, se deslizaba con el éxito más completo, cuando de pronto, los labios de Edgard, que no habían dejado de sonreír, se helaron en una especie de mueca grotesca. Elmira—-la señora de Shelton—acababa de entrar en la sala. Virginia sintió que su corazón se estremecia de angustia cuando un criado se acercó a su marido para comunicarle que Elmira deseaba hablar con él. Al encontrarse, un mundo de recuerdos se despertó en la mente del escritor. Allí estaba la mujer que había sido su primer—ahora se daba cuenta de que también era el único—amor de su vida. Elmira le miraba tristemente mientras. sus labios pronunciaban esas palabras : —Quería hablarte, Edgard, para pedirte perdón por no haber contestado las cartas que me mandaste desde la Universidad. La verdad es que nunca las recibí, porque mi padre me las ocultó todas y lo mismo hizo con las que yo te mandaba ¡Me casé con Shelton porque creí que me habías olvidado! —¡ Olvidarte yo!—replicó impulsivamente Edgard sin recordar que su amor era entonces un amor prohibido . . . Los ojos de ambos se llenaron de lágrimas mientras Elmira relataba las amarguras y desilusiones que había sufrido por la crueldad de John Allan y por la codicia de su propio padre, a quien una alianza con un escritor sin fortuna no interesaba . . . Edgard se olvidó de Virginia y abandonó el baile con la desesperación en el alma. Por primera vez en muchos meses halló refugio en su viejo amigo el alcohol, que en ocasiones parecidas le había ayudado a olvidar los tormentos de su vida . El escritor estuvo tres días perdido y sin presentarse en su oficina del periódico. Y cuando por fin apareció en ella, fué para oír como Mr. White le manifestaba que prescindía de sus servicios... RE O y * Afortunadamente, aún le quedaba la oferta de Filadelfia. Para esta ciúdad salieron Edgard y Virginia, y en ella, las heridas del primero se fueron cicatrizando, por lo menos en apariencia. Su trabajo como director de su nuevo periódico le absorbía lo suficiente para impedirle recordar con demasiada frecuencia su última y penosa escena con Dll: En Filadelfia, Edgard renovó su batalla por una ley de propiedad literaria más justa. Su campaña disgustó al propietario de su nuevo periódico tanto como había disgustado al de Richmond. Durante el curso de la misma, el autor inglés Charles Dickens visitó la ciudad, y tras una conversación con Edgard— con cuyo punto de vista coincidía en absoluto—manifestó claramente que consideraba a los editores del país poco menos que como unos ladrones literarios. El propietario del periódico, que no A podía revolverse contra el prestigio del famoso escritor inglés, hizo recaer su disgusto en Edgard Poe, que se vio de nuevo despedido y sin porvenir alguno. E IES Edgard recomenzó su vagabundeo de antaño, esta vez en compañía de su fiel Virginia. Recorrieron todas las casas editoriales del país, tratando. de vender las obras que, cuando el alcohol le .deJaba tiempo, iba escribiendo Edgard. La salud de Virginia empezó a decaer. La tos la consumía, y las privaciones y la alimentación inadecuada, vinieron a agravar el espectro de la tisis que se cernía sobre ella desde años atrás . . . El escritor parecía incapaz de reaccionar ante esta miserable situación. Obsesionado por el recuerdo de Elmira, bebía cada vez más, mientras su esposa se iba consumiendo lentamente . . Un día en que el estado de ésta parecía más desesperado que nunca, Edgard consiguió vender—¡por quince dólares! -—uno de los mejores trabajos que su pluma nos ha dejado. Este dinero iba a permitirle, cuando menos, comprar algunas medicinas con que aliviar lo que adivinaba eran las últimas horas de su esposa. Al entrar en la habitación de esta última, Virginia le llamó junto a sí. —Edgard, te he querido siempre y nunca he dejado de tener fe en ti... —le dijo con voz débil—Acaba de llegar la señora Shelton .. . Elmira, que acaba de enviudar. Quiere ver si nos puede ayudar en algo Díme, Eddie, ¿la quieres todavía ? Al mirarla, de los ojos de Edgard parecía haber desaparecido toda emoción. Estuvo así por largo tiempo, y luego, sin poder contenerse, hundió su cabeza en la almohada y estalló en sollozos... Acababa de aprender, demasiado tarde, una amarga lección: que no hay peores fantasmas que los que atormentan nuestra vida desde el pasado... que la suya había quedado deshecha inútilmente por la obsesión de un amor inexistente por Elmira. ¡Solo Virginia —ahora se daba cuenta—le importaba, y solo a ella había querido en realidad ! Edgard lloró y lloró cuando su esposa murió entre sus brazos. En su amargo dolor había, quizás, la esperanza de que ahora que pertenecía a otro mundo, superior y más noble, pudiera darse cuenta de que ella y solo ella había sido el gran amor de su vida.