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con ese dinero, ¿verdad? a entregármelo?
¿Verdad que vas
Zepp martilleó el revólver.
—Lo mejor que puede pasarle,—dijo amenazante,—es que te la lleves!
Pero Dorothy estaba dispuesta a no abandonar su pelea. Joe vió las consecuencias, y, sin vacilar, con los ojos llenos de tristeza, le dió un golpe. Ella cayó al suelo sin un grito.
Zepp comenzó a reir a carcajadas. Era lo que Joe aguardaba; en dos segundos estaba sobre él, tratando de arrebatarle el revólver. La lucha era tremenda. Mientras la policía trataba de entrar al cuarto, se oyeron varios disparos; cuando forzaron la puerta, el cadáver de Zepp yacía en el suelo, y un reguero de sangre indicaba que si Joe había logrado escapar, sin duda estaba malherido.
Al día siguiente, el escándalo era mayúsculo. El Comitée de Ayuda a Grecia estaba completamente desacreditado. Dorothy no
sólo estaba aflijida por eso, sino que la trai-,
ción de Joe la había aniquilado.
Apenas repuesto, en parte, de sus heridas, Joe se dirigió a Mr. Hargrave. Había sabido que el barco que el Comitée contratara había sido torpedeado. Ofreció el “Fortuna” para llevar las medicinas y ropas, al mismo tiempo que envió al “Grúa” a devolver a Dorothy los doscientos mil dollares del producto de la fiesta. Después desapareció.
Inútil fué cuánto Dorothy hizo para encontrarle. Solía ir a menudo a los muelles donde antes atracara el “Fortuna” y, silenciosamente, vagaba entre la niebla, como si
el estar cerca del sitio que meciera al barco,
fuera un consuelo.
Una noche, de un barco recién llegado, bajó un marinero que la miró por un instante. Ella no tuvo la menor duda: era Joe. Corrió detrás de él, pero éste se escapaba a pesar de sus angustiados gritos. Jamás le hubiera alcanzado si no hubiese sido porque los guardias le detuvieron en la puerta para identificarle.
Joe regresaba de Europa. Se había enrolado en la marina mercante y había sido torpedeado en el “Fortuna”, al regreso de éste a América.
Ella se colgó estrechamente de él.
—Esta vez no podrás escaparte, le dijo dulcemente.
Pero él discutía, furioso en un comienzo, más débilmente después. Ella se limitaba a mover su hermosa cabeza negativamente. La bruma les envolvía casi por completo; él se sentía torpe, sucio, y sus gruesas manos acariciaban vagamente la piel que casi caía de los hombros de Dorothy. De pronto, ella se puso de puntillas y le besó. Le besó una vez, dos veces, hasta que él no pudo resistir por más tiempo y cogiendo la pequeña cabeza en sus manos la acercó a su boca.
El guarda prefirió entrar a su caseta.
El Ultimo Gangster (Viene de la pág. 23)
Ladd que odia la afectación y la publicidad.
Hoy día, Alan Ladd, el héroe de las matinées americanas, flamante marido de Sue Carol y una de las más brillantes luminarias de Hollywood es un “private” cualquiera en el formidable ejército americano.
Después de una lucha de diez años dura y sórdida había escalado la fama; su sueldo tenía cuatro cifras. Como soldado, ahora, recibe cincuenta dollares mensuales. Más o menos lo que ganaba hace cinco oO seis años; pero ésta vez tiene aseguradas la cama y la comida ...
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AR e
Salvador Díaz Mirón (Viene de la pág. 25)
¡Y aquél fruto vedado e indiscreto
se puso el manto, se quitó el decoro,
y fué conmigo a responder un reto! ¡Aventura feliz! —La rememoro
con inútil afán ; y en un soneto monto un suspiro como perla de oro.
Cuentan que cuando recitaba este soneto a un amigo por las calles de Veracruz, sintió que de un balcón se caía algo. Miró, y era la saliva de unos dependientes de tejidos que descansaban después de rendir la faena
del día. Díaz Mirón creyó aquello una afrenta, sacó la pistola y desenladrilló el balcón. . .
Respecto a las escuelas poéticas, me decía:
—No hay más que dos escuelas: la de los poetas buenos y la de los poetas malos. Hay poetas que ven y poetas que mo ven. Lo que no puede haber es poetas que no oyen. Núñez de Arce y Bécquer no veían. Zorrilla sí. Pero las incorrecciones de Zorrilla valen más que las correcciones de Núñez de Arce. Sigue habiendo muchos poetas atildados que No ven. En cambio hay muy pocos que ven como Zorrilla. Y el poeta que no ve, es como si Velázquez fuera ciego e intentara pintar “Las Meninas”. Un poeta que no ve, no tiene razón de ser.
Y me ponía este ejemplo:
—Una mujer le dijo a Bizet: en España, de cada ventana sale una canción. . . así fué como un francés hizo la música más española que existe hasta la fecha. Lord Byron describió una fiesta de toros. Y nadie le ha superado hasta ahora. Un inglés y un francés fueron los que mejor vieron los matices de España. Está visto que no hay
que ser precisamente de un lugar para pintarlo. Hay que saber ver.
—¿Cómo concibe usted el arte?
—La forma, la pasión y la elegancia. La línea sobre todo. La belleza sobre todo.
Aunque parezca de nieve. Odio lo popular, lo numeroso. Inclusive lo que fecunda. A mujer que pare cada mueve meses, prefiero la escultura de la Venus de Milo.
Uno de los lances más sonados de Díaz Mirón, aparte del que tuvo en la Cámara cuando fué diputado, fué el que trajo como consecuencia la muerte de Wolter, hombre buenazo, al decir de sus contemporáneos, pero -forzudo como Hércules y bebedor como el dios Baco.
Era también un hombre popular y valiente. Wolter y Díaz Mirón se miraban siempre recelosos. El alemán había apostado con unos amigos:
—¿A qué no le das una bofetada a Díaz Mirón ?
—En cuanto me lo halle a tiro.
Díaz Mirón se enteró de la apuesta. Le dió gran importancia. En cambio Wolter no le dió ninguna. Agarrar a un hombre en un establecimiento por entre la faja, alzarlo en el aire y sentarlo en la acera, eran cosas comunes que divertían mucho al buen Wolter y a sus compañeros de juerga.
Un día dijeron a Wolter:
—Ahí está Díaz. Mirón. copa.
Hazle beber una
Agonía Asmática
No se fíe Vd. de inhalaciones, pulverizaciones e inyecciones si sufre de los terribles ataques recurrentes de asma, que provocan ahogos, respiración difícil y jadeos. Millares de pacientes han hallado que la primera dosis de Mendaco detiene los espasmos .asmáticos y ablanda las espesas mucosidades que les ahogan, facilitando así la
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Ni corto ni perezoso el hombre fuerte pidió unas copas. La primera la puso delante de Díaz Mirón. El poeta levantó los ojos ceñudo: : E
—No acepto copas de barbones.
El alemán sacó el brazo. Lo dejó caer como un martillo sobre el poeta, y Díaz Mirón rodó hecho un ovillo entre las sillas de la cantina. Los separaron como pudicroia Y Díaz Mirón dijo desde la puerta:
—Es inútil. Yo le mato a usted esta noche.
Adentro sonaron grandes carcajadas, 1 mien| tras que se alejaba el poeta, a instancias de sus amigos que trataban de apaciguarlo.
No había pasado media hora, cuando Díaz Mirón recorría las cantinas de Veracruz buscando a Wolter. Lo encontró en otra cantina. Sacó la pistola y le vació todo el plomo en el vientre. Wolter no dió más | señales de vida. El poeta, acusado de asesina= to, sufrió algunos años de prisión. El trágico castillo de san Juan de Ulúa, hundido en el mar, y los tiburones saben de la : planta dolida y de las noches amargas de Díaz Mirón, entre el responso de las olas y la humedad del salitre. Acaso fué cuando dijo:
A PTA :
Los altos timbres de que estoy ufano han de salir de la calumnia ilesos. Hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan. ¡Mi plumaje es de esos!
El poeta nunca me habla de su aventura persiguiendo al bandolero mexicano “Santa-. nón”, una especie de “El Pernales” del' Trópico, allá por el año 1909. Se cuenta que el bandolero, sabiendo que Díaz Mirón. era gran fumador, se le presentó en San: Adrés Tuztla, le entregó un puñado de buenos vegueros volvió a perderse en la. sombra, sabiendo Díaz Mirón más tarde que se trataba del bandolero en persona. Pero cabe también la sugerencia de que “Santanón” era un gran admirador del poeta. Lo | que sus contemporáneos toman a burla, puede ser también señal de respeto. “Santanón” era otro valiente. Muere días más tarde pasada esta escena, frente a las tropas. oficiales, batiéndose como un jabato y quemando el postrer cartucho.
En cambio, cuando se mecía en sus recuerdos de juvetud, solía decirme con cierto pudor:
—Allá en mi mocedad yo tuve un lance con un paisano de usted. po
Lo repitió muchas veces y nunca me dijo más. Ya muerto Díaz Mirón, me enteré del suceso. El español y asturiano se llamaba Leandro Llada; era soberbio, inculto y tendero. Debido a una discusión que había tenido Díaz Mirón con un oficial español de paso, en el que el propio oficial le dió la razón al poeta, Llada tomó por su cuenta la defensa del Ejército y de toda España, sin que hubiera en aquel asunto ningún ultraje ni a España ni al Ejército. Llada, como han hecho algunos de sus paisanos últimamente con motivo de la guerra española, publicó un suelto en un pasquín insultando a Díaz Miron. Era el 5 de Mayo de 1883. Y el. hecho sucedió en Veracruz, en los Portales del antiguo Café “La Parroquia”. Sin esperar — la agresión, Llada le dió un golpe a Díaz Mirón en la cabeza con la propia vara con que medía las telas. Díaz Mirón se volvió bañado | en sangre, sacó la pistola y lo fué persiguiendo por la Calle de Vicario; se esconde Llada en una Casa, se mete Díaz Mirón tras él y le vacía en el cuerpo todo el plomo de la pistola. Llada muere días después.
Y este era el lance que no acababa de contarme nunca Díaz Mirón, quizás por aquello del paisanaje o quizás por delicadeza. — Podrá, pues, decirse que Díaz Mirón era hombre violento. Mas dá la casualidad que en todos sus lances nunca aparece él como