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semejantes a montones de flores...
Con extrañeza de todos, don Valeriano reapareció en su casa una hora antes de la habitual. Traía — según manifestó — apetito excelente y mucha prisa, pues aprovechando la libertad que le concedía la llamada “semana inglesa”, quería despachar varios asuntos aquella tarde.
Como su mujer le informase de que el almuerzo aún no estaba aderezado, repuso:
—Bien: en lo que tarden en servirlo me afeitaré y bañaré.
Llamó a su criado:
—Prepárame el baño.
Lolina se acercó a besar a su padre.
—¿lIrás a despedirme mañana a la Estación? El tren sale a las nueve ....
—Iré a la Estación—replicó Ladiana abrazándola—, mas no para deciros adios, sino para irme con vosotras.
—¿ Hasta la Toja?
—Creo que sí. ¡Ya veremos! ¡Esta noche lo sabré! ...
Lolina empezó a palmotear y a dar brincos y voces, que atrajeron la curiosidad de su hermana.
—¡Qué bien, qué felicidad! — repetía ; papá va a venir con nosotras.
El cuarto de baño se hallaba contiguo al comedor. Diligente, don Valeriano penetró en él y cerró la puerta. Contra su costumbre —por olvido, sin duda—no lo hizo con llave. Momentos después sus hijas, que iban de unos aposentos a otros, preparando los bagajes, le oyeron tararear el couplet entonces en boga.
—¿Es posible?—exclamó Justina—. Papá está cantando . ...
Lolina se detuvo a escuchar.
—Verdad ...¡Qué raro! Porque no canta
nunca ...
Quedáronse suspensas; Justina, la más joven, no podía contener su hilaridad.
— ¡ Y cómo desafina !
—Tienes razón; pero, cállate, porque si sabe que nos burlamos de él se enojará.
— ¡Oye esa nota! ...
—Ya la oigo. Es una lástima que, con esas facultades, no se haya dedicado a la ópera.
Reventando de risa, las dos hermanas escaparon pasillo adelante.
Entretanto Ladiana, desnudo de medio cuerpo arriba, había empezado a afeitarse, lo cual, dócil a un hábito antiguo en él, hacía siempre con navaja. El espejo que tenía delante copiaba su tórax macizo, su Cuello robusto y su rostro ancho y sanguíneo de hombre en la plenitud del éxito. Todo, en su intensa vida de audaz luchador, marchaba bien: su salud, sus afectos, sus negocios . . .
Contento de hallarse vigoroso todavía, se sonrió a sí mismo.
—La Suerte—pensó—es como una mujer enamorada locamente de mí...
Y de nuevo el estribillo del couplet de moda le subió a los labios. Una satisfacción profunda, inefable, le envolvía. El verano se presentaba risueño; primero San Sebastián ; luego Biarritz, Arcachón, Trouville, Ostende + » . y al termino del viaje, Niza la azul...
Dejó de contemplarse en el espejo, inclinó ligeramente la cabeza hacia atrás y sobre su garganta la navaja resbaló suavemente.
De pronto, el recuerdo enlutado de Emilio Tintorero le cruzó el espíritu y suspiró.
Cesó de cantar y continuó afeitándose. Nuevamente la silueta del muerto volvía a su memoria. Por momentos se acusaba mejor y con mayor porfía. Inquieto, don Valeriano pensó:
—¿Por qué me acordaré tanto de él? ....
Y un largo silencio sucedió a esta pregunta.
En el comedor la voz de un criado anunció :
—Señora . . . el almuerzo está servido.
Doña Carmen llamó a sus hijas.
—¡ Vamos, vamos! Es tarde y vuestro padre tiene prisa.
Ellas acudieron alborozadas.
UNA TINTA FAMOSA EN UN FRASCO PRACTICO
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—¿Y papá?
—Debe de estar afeitándose.
Doña Carmen se aproximó al cuarto de baño, y llamó:
—¡ Valeriano! ....
No la contestaron.
— Valeriano —repitió—, ¿te has dormido? ...
Lolina y Justina se acercaron. Repentinamente habían palidecido. Tenían miedo.
—¿No responde?
—N0o...
A la vez las tres mujeres se miraron, y un extremecimiento frío la sacudió. Doña Carmen empujó la puerta, asomó la cabeza y dió un grito, un espantoso grito.
Ladiana se había degollado. Al derrumbarse quedó de rodillas, y la parte superior de su cuerpo, desnudo, blanco, yacía de bruces dentro de la bañera, llena de sangre hasta el borde.
Cuando veinticuatro horas después los periódicos de España llevaron a París la noticia de este suicidio inexplicable, el doetor Lopeci se quedó lívido.
FIN
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