Cinelandia (August 1943)

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El amor llamó 2 veces (de la página 13) asegurarle a ella, que “era un muchacho joven, honesto y ambicioso”? y por qué debía ella sufrir las impertinencias de ambos? Al día siguiente dijo muy claramente a sus huéspedes que ella estaba de novia con Charles H. Pendergaster, que él era un hombre *maduro” (insistió en ello pues sintió desagrado en afirmar que tenía más de cuarenta años) y que él y ella tenían en común muchos puntos de interés: —No nos casaremos pronto, terminó su peroración, a pesar de que estamos de novios desde hace dos años, porque es absurdo, en estos tiempos de guerra, dar un paso tan serio, ligeramente. A esto último, ambos huéspedes asintieron con gravedad, no así a la idea de que una chica tan encantadora debiera esperar, en completa soledad, quien sabía cuántos años. Así pasaron los días de la primera semana, en una relativa paz; pero al llegar el Domingo, nuestros amigos no tenían nada que hacer; la ciudad ofrecía escasísimas entretenciones y todos los sitios estaban llenos de gente. Después de deliberación acordaron subir a la azotea del edificio a tomar el sol. Connie se echó algo alejada de ellos. Despues de algunos momentos, una lluvia torrencial empezó a caer y la muchacha, como los demás, se precipitó escaleras abajo. Fue el momento que Dingle aguardaba: —Un momento—dijo a su compañero— Miss Milligan ha olvidado su “diario”. Joe Carter se inclinó a recogerlo e iba a marcharse con él; pero el viejo tuvo una idea perversa: —Yo que ud. lo leería—dijo—ahí Miss Milligan escribe su vida diaria . ... El muchacho le miró sorprendido. —Supongo que lo dice ud. en broma—-contestó. : —Varias de esas páginas estan llenas de observaciones sobre ud. ¿No cree ud. que sería interesante saber lo que ella piensa? Y sin más, comenzó a abrir el diario y a leer algunas páginas en las que la niña comentaba su creciente atracción por Joe. Todo no habría pasado de ahí, si Miss Milligan no hubiera recordado su tesoro, y 42 les hubierta descubierto mientras leían el libro. Una cólera sólo mitigada por la amargura y la vergúenza la hizo balbucir: —¡Cómo! . . . ¿cómo es posible? ... Y mientras recibía el diaro de manos del afligido señor Dingle agregó: —Esto es lo peor . . . lo mas vil que uds. hubieran podido hacer. Y arrancó a su cuarto en medio de una tempestad de llanto. Naturalmente que no hubo posibilidad de darle explicaciones. Inútil fué que Mr. Dingle le asegurara que sólo él era el culpable, que Joe Carter se había opuesto a la lectura del diario. Lo único que Connie pudo repetir era que esperaba no verles nunca más, que si tenían un átomo de decencia, al día siguiente se marcharían de casa. Y así fué en efecto. Cuando ella regresó del trabajo, esa tarde, encontró el departamento vacío. Una extraña sensacion la invadió; no sabía sí era el descanso de volver a su paz o si era un desgarramiento ante la ausencia de ellos. En vano trató de recordar que probablemente esa tarde tendría una cita con el señor Pendergast, o que dentro de dos días era el santo de una de sus compañeras de oficina más querida. Bruscamente sintió el ruido de una puerta que se abría y la figura de Joe, avergonzada, apareció. Todos sus sentimientos se concentraron en uno solo: “Ese era el hombre que habia traicionado lo mas íntimo que una creatura tiene: sus propios pensamientos” ; pero cuando él dijo: —Le ruego que me perdone, Miss Milligan; sólo he venido a retirar algunas cosas, pues me marcho dentro de dos días al ejército, toda la cólera de ella se desvaneció, y se puso triste; pero aun tenía que sufrir algo más. Joe siguió explicándole lo que había sucedido el día anterior, y cómo él ni siguiera había oído lo que Mr. Dingle había leído. Connie palidecía y enrojecía sucesivamente. Al terminar, dijo Joe: —¿Me perdona ud?—y al ver el gesto de ella le mostró un regalo que le había traido. Era el mas hermoso maletín que Connie Milligan había visto en su vida, y tenía en su interior todo lo que la mujer más exigente podía soñar. ¿No era justo pedir a Joe que se quedara esos dos días que le faltaban para marcharse al ejército? Naturalmente que Joe Carter aceptó. Le dolía marcharse sin hacer las paces con una chica tan encantadora como esa. Mas aún, él sabía que en su interior la seriedad de Connie y su atractivo fisico le habían conquistado mucho más profundamente de lo que se imaginaba. Mientras cada uno en su respectivo dormitorio preparaba las cosas para la tarde, el tuvo la brillante idea de ir a celebrar la reconciliación a algún cabaret esa noche. Connie aceptó encantada, pero inmediatemente se ensombreció: —Lo siento, —repuso——el señor Pendergast quedó de llamarme esta noche a las ocho y, si estaba libre, llevarme a cenar. Naturalmente que Joe lo sintió; pero la imaginación de los enamorados discurre mucho. —-Supongamos,—pregunto Carter—que “el señor Pendergast la llamara después de las OCHO" ies roce Connie sonrio: ¿Mr. Pendergast no llamar a la hora precisa? No; cuando él no llamaba a la hora exacta eso significaba que estaba ocupado y la cita debía darse automáticamente por cancelada. De manera que ambos estuvieron prepara dos a las ocho de la noche, y en el preciso instante en que un reloj comenzó a sonar la hora, Connie corrió a descolgar el teléfono. Todo habría sido perfecto si uno de los chicos que vivían en el mismo departamento no hubiera venido a hacer una consulta a Connie. El se dió cuenta de que el teléfono estaba descolgado, y al ponerlo en su sitio, la campanilla comenzó a sonar; él mismo contestó el llamado, obligando así a Connie a hablar con su novio. Pero el amor tiene trucos mas inteligentes que Connie Milligan. Esa noche, vagando Joe con Mr. Dingle a traves de los cabarets para matar el aburrimiento. encontraron a Pendergast y a Connie en uno de ellos. Inmediatemente el buen viejo enredó al señor Pendergast en una interesantísima discusión sobre los problemas de Washington y así Joe y Connie pudieron gozar de la noche para ellos solos. Joe Carter sabía que sólo le quedaban horas para arreglar sus asuntos, de manero que resultaba mas que justificada la rapidez con que trató de convencer a Connie de que ella era la mujer ideal, y de que habían sido hechos el uno para el otro. Ella se resistió enérgicamente, comprendía que esto era una especie de torbellino y que si no resistía y cerraba los ojos asegurándose a sí misma que la felicidad estaba al lado de la seguridad que Mr. Pendergast le ofrecía, estaba perdida. Pero ¿cómo era posible resistir también a los encantos de una noche de primavera, con el rumor del río cercano y entre los brazos tan convincentes de Joe? Las complicaciones en la vida de Connie sólo habían empezado. Toda su vida de empleada sería había sido sacudida en esa semana que conoció al par de estranjeros. Y aún debió atravesar por las manos de la policía que les detuvo esa noche por la más graciosa equivocación ; debió ser tratada por su novio como una chica casquivana y loca; debió ser abandonada aún por Dingle y Carter que no quisieron ayudarle a explicar a su novio lo injusto que era. Todo se juntó. Y a ella no le quedó otra cosa, para evitar el escándalo, que aceptar la mano que, generosamente, le ofrecía Joe Carter. De regreso de todas las peripecias de esa noche, casada con un hombre al que no sabía si adoraba o despreciaba, ambos encontraron de nuevo la mano del viejo Dingle: los muros de la casa habían sido demolidos y el departamento estaba convertido en el más adorable nido de amor. ¿Iba a ser difícil para un hombre como Joe Carter convencer a su mujer de que la amaba intensamente y de que todo el resto del mundo no tenía ningun valor durante esa noche? FIN