Cinelandia (January 1944)

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NO LEJOS DE LOS ANDES de EMILIA M. CUEVAS RESUMEN DE LOS NUMEROS ANTERIORES.— Sebastián Vial, un rico hacendado J sudamericano, casa con una muchacha ide la sociedad americana. Después de if vtvir algún tiempo, fascinado por el enY canto de New York, el llamado de su | tierra es más poderoso y resuelve regreY sar. Su mujer resiste a la idea de ir a encerrarse en una hacienda, “al fin del | mundo”; pero, como él le promete que hb sólo estarán un corto tiempo, acepta el NY vlaje. il. En un comienzo, la novedad de esta vida, las atracciones de lo exótico, la ii llenan de agrado; pero, pronto, la lengua que ella no conoce y las extrañas Y costumbres de los sudamericanos. la delIsesperan y quiere regresar. Entonces, Midescubre que su marido no piensa volver ha los Estados Unidos. Llena de cólera, Y resuelve marcharse sola; él la retiene, prácticamente a la fuerza, convencido Wide que la belleza de la tierra la cony )quistará. NO Margaret está secuestrada: los. caWiminos intransitables en el invierno, los Jteléfonos cortados misteriosamente, el barquito que ya no cruza el río hasta el verano . . . todo está en contra de ella. ¡NNo le queda otra cosa que resignarse. i Al llegar la primavera se celebran grandes fiestas para conmemorar el “Día WWacional” del país. Ella está sintiéndose Ji conquistada por la belleza del campo, mp por la cortesía de las gentes, por sus fiesMitas, su música y cantos. Sin embargo, icuando está más dispuesta a reconciliarÉ se con su marido, lo descubre besando, , una noche, a una campesina, María de mos Pozos... ] Inmediatamente resolvió lo que era iimecesario. Durante el “rodeo”, mientras HiSebastián hacía proezas sobre su caballo, 'llella coqueteó con Manuel, y cuando su ¡marido —habiendo ganado uno de los ,|premios que era un ramo de flores—lo mMlofreció a ella, Margaret, a su vez, lo enregó a María de los Pozos. Esta enro Conclusion jeció y Sebastián se puso de un color ceniciento. Manuel no tenía ojos para nada que no fuera su encantadora cuñada. | Después de comida, al pasear por los anchos corredores, ella díjole distraidamente: —Quisiera ir a la ciudad, Manuel. —No podrías resistir el viaje a caballo, sis”, es muy pesado. Tendrás que aguar dar hasta el mes próximo en que el barco inicia sus viajes. c€ Por los ojos de la muchacha cruzó una ráfaga de cólera ; pensó en que aún sería necesario pasar treinta días junto a su marido. —¿No habría otra manera de ir? El pensó unos minutos. —Sí . . . el señor Sánchez tiene una lancha a motor. Podría pedírsele prestada. —¡ Oh !—suplicó Margaret. Vamos... —Habra que hablar antes a Sebastián, —dijo su cuñado. Entonces ella repuso que se olvidara de todo; que el proyecto no le interesaba, que sólo había pensado en ir unos días a la ciudad para divertirse juntos. —Pero ¿cómo podríamos ir sin pedir permiso a Sebastián?—insistió el muchacho. —¡Oh!,—replicó ella burlona, Pedir permiso . . . El irá por una semana a la cordillera a cazar huanacos, ¿verdad? Puéstentonceso. El aún se excusó con la idea de que antes de llegar a la hacienda de Sánchez era preciso atravesar el río en el bote a vela, y eso resultaba peligrosísimo ; pero ella se encargó de disipar sus temores bailando con él toda la tarde y hablando de su tierra, y bebiendo “wiskie”. De manera que, el mismo día en que su marido marchó al alba, con los cazadores, ellos iniciaron la escapada. Pero no contaban con Huaqui. El pequeño les había estado observando todo el tiempo. Margaret le había prácticamente olvidado desde la llegada de Mnauel, y el niño estaba intensamente herido. Cuando vió que llevaban las . Jor posible, maletas al bote, sin decir una palabra y sin ser advertido, tomó su caballo y partió al galope. Manuel y Margaret subieron a la pequeña embarcación : —Deberemos ir río arriba durante un buen trecho —murmuró el muchacho que no las tenía todas consigo.—Espero que la corriente nos lo permita. Es la misma dirección en que marcharon ellos; pero ya deben estar muy lejos de aquí. En un comienzo, la navegación pareció fácil y el viento que hinchaba la vela les ayudó, pero cerca del media día, el viento cambió y debieron ayudarse con los remos exclusivamente. Manuel no tenía experiencia alguna en manejar el bote y navegaron con dificultad, manteniéndose junto a la orilla pues en esa región la corriente era muy peligrosa y los rápidos la hacían traicionera. Desgraciadamente, en uno de los cambios bruscos, una ráfaga dobló la vela y quebró el mástil que golpeó la cabeza de Manuel; Margaret corrió hacia él para ayudarle, pero perdieron el equilibrio, y, un segundo después, el bote se había volcado. En el agua, Margaret se desconcertó por un instante y nadó equivocadamente hacia el centro del río siendo al momento presa de la corriente. Manuel la gritaba que se acercara a la ribera, pero al ver sus inútiles esfuerzos se lanzó a salvarla. Sin embargo, a la vista estaba que no podían luchar contra el torbellino que les empujaba hacia los rápidos llenos de rocas. Sebastián, que regresaba al galope, escuchó las voces y vió de inmediato el peligro. —Amarrando su lazo a la silla del caballo, se echó al río. Cerca de una roca aguardó, nadando, la llegada de Manuel y Margaret, casi desfallecidos, y asiéndolos, gritó a Huaqui : —¡ Golpea al caballo! El pequeño latigueó a la bestia que empézo a andar arrastrando los cuerpos que Sebastián había atado lo mey que empujaba a su lado; pero el bote que había quedado atajado entre unas ramas, venía sobre (Sigue a la vuelta)