Cinelandia (January 1944)

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Cerca del anochecer, el grupo de hombres que iba capitaneado por María de los Pozos encontraron el cuerpo de Sebastián: en un pequeño remanso. Ahí estaba, con la cabeza llena de sangre; todos aseguraban que muerto, salvo María que juraba lo contrario. En unas angarillas le llevaron a las casas donde estaba esperando el doctor y los dos culpables pálidos y angustiados. Nadie sabía aún nada de lo sucedido pues Huaqui afirmaba que él sólo había visto al patrón y ninguno do los cazadores había regresado con Sebastián. Tía Laura arrodillada delante de los santos, ofrecía erigir una ermita en el sitio donde su sobrino fuera encontrado, si no moría. Después vinieron otros médicos de la ciudad. Por días se luchó por-.su vida, hasta que Sebastián pareció reconquistar la conciencia y los médicos le declararon fuera de peligro. Una de las primeras personas que él vió, al abrir los ojos, fué a su mujer; la miró con ternura, pero una nube cruzó por su cabeza y volvió a cerrarlos, desfallecido. —:¡Está salvado! murmuró tía Laura ¡ . Pero, en verdad, el enfermo no sanaba. Sebastián comenzó a rehusar sus medicinas y el doctor estaba desesperado: —+Es inútil hacer nada—declaró—si él no quiere sanar. Entonces Margaret comprendió. Pasaba las horas junto a él rogándole que tomara los remedios y que luchara por recuperar la salud. En medio de los delirios del enfermo, ella cogía sus manos y besándolas, le aseguraba que él era lo único importante en su vida; pero cuando se notó una fuerte mejoría en Sebastián, ella se fué retrayendo, y en los últimos días de la convalescencia dejó todo cuidado a cargo de tía Laura. Para evitar emociones al enfermo, Manuel se había ido a la ciudad. 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Quería decirte cuánto siento .... — ¡Bah !—la interumpió él sarcástico—Eso no ha tenido consecuencias. Lo pasado, pasado estaras Anduvieron algún trecho sin decir palabra. De pronto él preguntó: —Sólo hay algo que quisiera saber . . . ¿fué Manuel el de la idea? Ella explicó que no, que toda la culpa era suya. —Menos mal—comentó. —Lo siento tanto, tanto . . . — Insistió Margaret. El no la miró ; mostró vagamente el campo y dijo: —-Creí que esto podría significar algo para una mujer .. . aún para una americana. —No en la forma en que tú pretendiste enseñárselo, contestó ella con seriedad. Sebastián se encogió de hombros. —En la semana próxima el barco va a la ciudad,—terminó, y sacándose el sombrero se excusó—Debo ir a ver a los trabajadores. Clavó espuelas y se marchó al galope. Ella regresó a la casa. Al volver, miró a los árboles junto al camino con tristeza. La tierra había cambiado de aspecto, como una mujer madura después del amor. El sol empezaba a pintar de rojo los frutos; las bestias pastaban majestuosamente en los potreros; el río había perdido la brusquedad de la primavera. Huaqui, en la puerta de los establos, se acercó a preguntarla si necesitaba alguna cosa. —Me marcho, Huaqui,—dijo Margaret mientras saltaba a tierra. El niño entendió y los ojos se le llenaron de lágrimas. —Me gustaría ir con la señorita, —balbuceó. Ella acarició su cabeza y le bañó con una mirada de ternura. Los días últimos los pasó despidiéndose de todo el mundo. Dejó un gran donativo al dispensario, pero Sebastián se acercó a devolvérselo. —No tienes derecho a rechazar algo que es para los niños, —dijo Margaret. —Lo niños no perderán nada,—replicó él —ya les he dado la misma cantidad. —Pero ¿por qué? ¿por qué? El repuso con altivez. —En mi “tierra” no se recibe nada de los forasteros. Margaret recibió sus palabras y enrojeció. El día antes de la partida fué a visitar el huerto y los corrales; subió a la colina. Parecía como que todo le dijera: “Quédese!” La vaca negra le lamió la mano por' largo tiempo; su yegua volvía el largo cuello como para asegurarse de que era ella la que aún la cabalgaba; Huaqui marchaba detrás como otra bestiecilla desamparada. En la noche pareció que el río había detenido su ruido para que apreciara mejor lo que perdía: esa paz, ese silencio que ahí y en ninguna otra parte del mundo podría encontrar. Divisó a través de la ventana, la silueta de su marido paseándose dentro del cuarto; una guitarra traía desde lejos su melancólico grito de despedida. | Regresó a los Estados Unidos en avión, con su marido al lado; pero en realidad no cambiaron palabra durante el viaje. En New York, el padre de ella aguárdabale en el aeródromo. Al bajarse del avión y cuando iban a entrar al automóvil dijo Sebastián con torpeza: —No voy a casa con ud. padre. Me detendré en el hotel. Solamente he venido, como le escribí, a traer a Margaret y a firmar los papeles. Regreso mañana. El viejo no contestó una palabra. Al despedirse, Sebastián agregó: —Gracias, padre. Saludó en seguida con mucho respeto y entró al hotel. El coche siguió su camino. Padre e hija no cambiaban palabra. El ruido del tráfico, la prisa de la gente, la cruda luz del mediodía contribuían a marear un poco a Margaret. —Quisiera caminar un poco,—dijo ella. Estoy cansada del avión, y quiero respirar New York. El aprobó; hizo detener el coche y pasearon por Madison, luego por Quinta Avenida. ——Es extraño no ver un árbol,—comentó ella. —Supongo que no esperas “Sequoias” en Manhattan, —dijo su padre. : Margaret no contestó ; pero estaba inquieta. Las gentes les atropellaban a cada instante y ellos estorbaban con su espíritu de paseo ; los automóviles atronaban con sus bocinas y se diría que el piso temblaba con el estrépito de los grandes autobuses. Marcharon hacia Lexington buscando menos rumor, y en realidad la ciudad se aquietó durante un momento, para hacer sentir, en seguida, el trepidar del subterráneo y la enloquecida carrera de los trenes elevados. Sintió deseos de beber y entraron a un bar; a los pocos instantes estaba arrepentida de haberlo hecho: el estruendo de la música y el humo de los cigarrillos le resultaban insoportables. Pidió un “doble” scotch y soda. El viejo la miraba de reojo. —Esto es vivir—dijo su padre con gran satisfacción — ¡Pobre Margaret! Qué sola debes haberte sentido allá! Ella no contestó; pero de pronto se echó en sus brazos: —¡Oh, padre, padre!, — lloró — Soy tan desgraciada! . ... Lo amo, pero ya él me detesta. No he querido ni siquiera decirle que voy a tener un hijo! .... El viejo abrió mucho los ojos y la estrechó en sus brazos. 0 —Lo mejor es que vamos a casa. Pediré un taxi para que no tengas que caminar más, —concluyó, mientras iba a la cabina de telé fonos. 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