Cinelandia (March 1946)

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A e mismo muchacho de abierta y simpática expresión de hace tres años. La fama sin precedente que lo ha envuelto y que lo ha levantado hasta la cúspide del arte cinematográfico no parece haberlo afectado. La única diferencia que pude advertir es que la expresión de cierta tristeza y timidez que le ví en México ha cedido el lugar a una actitud de confiada alegría. Después de maniobrar intensamente para poder entrevistar a Van con cierta calma, es decir, al margen del constante oleaje de muchachas que lo persiguen con su adoración, lo encontré en el apartamento de un amigo suyo al que conozco hace muchos años. Nuestro mutuo amigo nos presentó. Van se levantó de su asiento y sonrió con esta simpática sonrisa que tiene enloquecida a la juventud femenina del hemisferio occidental. —Creo que ya nos conocemos —dijo— pero temo que no me acuerdo de su nombre... No pude menos que reír y admirar la memoria visual de Van, con el cual apenas había cruzado simples palabras de cortesía. Le expliqué en pocas palabras las circunstancias de nuestra “amistad”, y se rio de buena gana. Esta breve introducción creó un ambiente que no hubiese podido ser más propicio para la realización de una de estas entrevistas que dejan de ser un deber profesional para convertirse en una charla animada, llena de calor humano, en la que se revela sin tapujos el fondo de la personalidad de las gentes. —Cuando lo ví en México —le dije— me dió usted la impresión de ser un muchacho triste, absorto en ideas melancó licas. Veo con gusto que me había equi vocado. —No, tiene usted razón —contestó Van, riendo— muchas veces me sentía tan triste que no sabía donde meterme... —¿Por qué? —Se va usted a reír de mí, o va a creer que soy un fatuo imperdonable. Pero es cierto. No conocía a nadie, y lo que es peor, nadie me conocía .. . Ninguna película mía se había exhibido todavía en México en esa época, y . . . me sentía perdido .... Con esta simple frase se me reveló un aspecto del carácter de Johnson que quizás pocos han podido observar con la amplitud que merece. El hecho es que Van Johnson no se cuenta entre esas luminarias de la fama que se ocultan de sus múltiples admiraSS (Vea pág. 45) La figura de Van Johnson se muestra magnífica y atlética en los penosos deportes a que está acostumbrado. A la derecha le vemos en un momento del arduo entrenamiento físico a que se entregó en el lago Arrowhead durante sus vacaciones. La popularidad de Van Johnson entre los miembros del sexo débil igual se manifiesta en el estudio que fuera de él. Aquí le vemos tratando de resistir las miradas suplicantes de June Allyson y Gloria de Haven durante un descanso en los estu dios de la Metro. June y Gloria están casadas con Dick Powell y John Payne respectivamente.