Cinelandia (March 1946)

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Marie McDonald, a la izquierda, a quien Hollywood conoce por el apodo de "La Escultura,” debió en gran parte su suerte al éxito instantáneo que alcanzó su sobrenombre. Marie es la protagonista de la película Edward 'Small-Artis. tas Unidos “La liga de Gertie.” por EDUARD( ¿De qué circunstancias, de qué detalles insignificantes se vale la suerte para proporcionar el triunfo a sus favoritos? Si examinamos cuidadosamente la vida de cuantos han triunfado en el mundo, no tardaremos en encontrar en ella el minúsculo incidente que convirtió en éxito una carrera hasta aquel punto mediocre Talento, voluntad, simpatía, belleza... todas estas son cualidades de gran valor, una ayuda maravillosa para quien las posee, pero por sí solas raras veces conducen al triunfo a menos de ir acompañadas del empujón, pequeño si se quiere, pero decisivo, con que la suerte favorece a sus elegidos. Este empujón es más necesario en Hollywood que en ningún otro centro artístico del mundo. Con el mágico señuelo de sus sueldos fabulosos, Hollywood atrae verdaderas multitudes de ambiciosos; gente muchas veces sin verdadero talento, sin otra cualidad que un deseo desmesurado de triunfar, deseo que raras veces llega a cumplirse sin la intervención de la soberana deidad que llamamos Suerte. Tomemos, por ejemplo el caso de Ruth Roman. Esta lindísima muchacha llevaba varios años en Hollywood tratando de penetrar los sagrados recintos de los estudios. Con su belleza exquisita, con su costosa educación dramática, incluso con la ayuda de algunos amigos que “habían dado el primer paso”, Ruth había fracasado miserablemente en sus esfuerzos de introducirse en el mundo dorado de la pantalla. La muchacha se resignaba ya a abandonar sus ambiciones cuando la suerte intervino de la manera más original. Ruth se hallaba un día comprando esmalte para las uñas en un almacén de Hollywood, cuando sintió que alguien la tocaba en el hombro. —¿Le interesaría a usted trabajar en el cine? —le preguntó un desconocido. ¡La fórmula consabida de los tenorios callejeros del país del cine! Ruth volvía la espalda desdeñosamente cuando al lado de su interlocutor apareció un caballero, que quitándose cortesmente el sombrero le dijo: —Me llamo Edward Dmytryk, y soy director de películas en los estudios de la RKO-Radio. El otro día hice la apuesta de que saldría a la calle con uno de los empleados del estudio y encontraría