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Rescoldo fiel, lira de
alamos y elogzo de
ANTONIO
MACHADO
por GABRIEL DE VALENCIA
Muerte, belleza y nostalgia triangulan la poesía de los tres grandes maestros de la lírica española contemporánea, Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. Las nostálgica poesía del tercero se funde hoy, quiero decir en es
tas fechas del séptimo aniversario de su
muerte, con la nostalgia personal que por él sentimos. El tema central de su
obra poética se ha convertido en senti
miento vital de su persona. Hay veces en que la obra literaria entierra en olvido a su autor, el personaje (Don Quijote) al hombre de carne y hueso que le nació a la vida (Cervantes). De aquí la explicación de complejo de envidia del anónimo literario. Deja sin registro civil de paternidad a su criatura para que la posteridad se preocupe de él, del autor y no de su héroe. Pero hay veces también en que la obra se hace toda ella espejo fiel de su autor reviviéndonos por entero su persona y su vida existencial. Así la poesía de Antonio Machado, la imagen poética más fiel de Castilla, desde el anónimo Cantar de Myo Cid.
Nada más nostálgico ahora para mi que evocar su memoria: Hace siete años, e) veintitrés de febrero de 1939, alguien se llegó hasta mi hato del campo de concentración de Saint Cyprien, en el mediodía mediterráneo de Francia, para con
tarme que a unos pocos kilómetros de allí, en el lugar fronterizo de Collioure,
acababan de enterrar a Antonio Macha
do. La noticia de la muerte del poeta me impresionó como si se hubiera tratado de
un miembro de mi familia. Aquel mismo día por la tarde, el grupo de mis amigos escritores de la revista Hora de España en todos cuyos números figuraba en pri
mer lugar la colaboración de don Antonio, consiguieron su libertad. Quedé sólo y casi desnudo, como los hijos de la mar cual había muerto el poeta de los Campos de Castilla, Si la memoria que duele es la nostalgia, así quedé yo, más que recordando, sintiendo la cornada sorda del recuerdo. Maquinalmente me repetía los versos de El viajero el primer poema de
las Soledades: '
“Está en la sala familiar, sombria, y entre nosotros, el querido hermano que en el sueño infantil de un claro día, vimos partir hacia un país lejano”
hasta hacérseme pesadilla en vigilia, el espejo infantil de mi libertad huertana en Valencia, iluminado melancólicamente en estos otros versos:
“La plaza y los naranjos encendidos con sus frutas redondas y risueñas”
insistentes, como péndulo de reloj en la
caja del pecho, que me revivían ahora, aunque con ironía cruel dado lo triste de mi situación en el campo de concentración, el destierro infinito de la infancia, patria de sueños perdida:
“Una tarde clara y fría
De invierno. Los colegiales Estudian. Monotonía
De lluvia tras los cristales”
Sin temor a pecar por exagerado me atrevo a decir que las poesías juntas de Antonio Machado son la Biblia lírica del español en destierro. Antes de que yo hubiese viajado por tierras del alto Duero, había leído Campos de Castilla. Ahora
ya no distingo ambos recuerdos: ¿Dónde el poema y dónde el paisaje? ¿Dónde el aire y dónde el cantar? Comprendo que el destierro lo matase. Pero hay algo más. Había mejor dicho un aviso fatídico en el gran precedente castellano de Antonio Machado, o sea, en Myo Cid y había también un presagio en el Retrato lírico que abre Campos de Castilla. Hacia su principio reza el Cantar medieval —reza, sí, pues rezo es hoy lo que antes fuera canto de niñez, padrenuestro de cristal:
“De aquí quito Castilla pues que al rey hé en ira; no sé sí entraré más en todos los mios dias”
pues muy bien se sabía el juglar castellano que la partida al exilio era el momento más angustioso en la vida de su héroe y quizá por ello, para que éste fuera capaz de soportar tan dura prueba, le dió consolación sobrenatural en la última noche pasada junto a la meseta castellana, disponiendo que San Gabriel Arcángel se le apareciera en sueños a Rodrigo el de Vivar y le anunciara buen destino. Ocho siglos y medio más tarde, el último gran juglar español, don Antonio Machado, atravesaba la raya de Francia desterrándose para siempre. Una ola de odio había borrado la frontera entre la ilusión y la realidad y el poeta contemporáneo revivía el azar del héroe medieval. Y aquí viene lo otro, el diferente destino en el mismo azar: El Cid regresó a Castilla y aún le cupo el póstumo honor de que su cadáver fuese rescatado de tierra
(Vea pág. 48)
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