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LOCOS INOFENSIVOS
Y CUERDOS
INDEFNSOS
por JUAN AVILES, JR.
Estamos de plácemes. No transcurre un día sin que sepamos de un nuevo paso de avance dado por la ciencia en pro de la sufrida humanidad. El feliz descubrimiento de drogas hasta ahora desconocidas, promete acabar para siempre con muchas enfermedades, y a la vez, privar de su tema favorito a miles de personas que se regocijan en contar a los demás sus largos padecimientos. Y lo más extraño del caso es que el afán de estas personas de hablar de sus sufrimientos constituía en sí otra enfermedad, o seguramente había de degenerar en una.
Pero nada admiramos más entre las maravillas de la ciencia moderna que la psicoanálisis, esta gran ciencia que, aunque ya mayor de edad en su derecho, no
frustraciones u Otras causas, que degeneraban en varios estados de neurosis en el individuo. Muy poca atención prestábamos a ello, ya que no era mortal ni contagioso, y nos limitábamos simplemente a compadecer al paciente, diciendo que era un probre loco pacífico que no hacía daño a nadie, o que él había sido así desde niño, o desde que algo extraordinario sucedió en su vida, que relatábamos con lujo de detalles.
Ya no sucede esto entre las gentes civilizadas. La psicoanálisis ha venido a ocupar el lugar prominente que merece entre las ciencias. Y en cada uno de los casos que el psicoanalista ha tenido que tratar, ha profundizado en la mente del paciente hasta dar con la causa de su
. . . El jovencito a quien todos admiran por su corrección regresa un día a casa con un juguete cuyo origen no sabe explicar. *¡Cleptomanía!” dicen los padres; y el médico les aconseja suavidad y dulzura para curarle. Al día siguiente el jovencito llega con una radio.
se había asegurado de la aceptación pública hasta una o dos décadas atrás. Quizás la creíamos demasiado nueva aún, y nosotros siempre aguardamos a que sean otros los primeros en poner la cosa a prueba. Cuando vemos el saludable resultado en los demás, nos lanzamos de lleno en pos del beneficio asegurado ya. Los servicios prestados a la humanidad por esta ciencia son de inestimable valor. Por muchos siglos había padecido la .especie humana de enfermedades mentales, aparentemente leves, provocadas ' por
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enfermedad. Si el enfermo no ha curado, ha sido, en la mayoría de los casos, por su falta de voluntad, o su inhabilidad para someterse al tratamiento impuesto.
El público lee con avidez los libros escritos sobre este interesante tema científico. Todos sabemos que en los presidios del mundo entero hay innumerables reclusos condenados por crímenes de los que no son moralmente responsables. Estos hombres deben estar recluídos en instituciones donde se les corrija su desvío mental y se les devuelva sanos al seno de
la sociedad, y no donde se les trate como criminales en pleno dominio de sus facultades mentales, responsables de sus delitos.
Hay muy pocas personas de alguna instrucción que no conozcan al dedillo los distintos complejos, sus síntomas, y hasta la mayoría de sus causas. Es común oír decir en una reunión cualquiera que una persona, porque es algo tímida, y gusta más de escuchar que de hablar, tiene un complejo de inferioridad; o que otra, porque es agresiva y franca en la expresión de sus ideas, aunque parezcan absurdas al criterio de sus oyentes, tiene un complejo de superioridad.
Lo más peculiar acerca de esta ciencia es que, debido a los conocimientos rudimentarios que una gran mayoria ha llegado a adquirir acerca de élla, se ha convertido en la excusa favorita de muchos errores sociales.
Tenemos a los mimosos papás cuyo hijito va convirtiéndose en un perfecto mal. criado. Un día tira del mantel de la mesa y da en el suelo con platos y vasos. Al otro día rehusa ir a la escuela. Al tercero, rompe de una certera pedrada la vitrina del boticario. Cuando se le corrige, prorrumpe en palabras que asombrarían un capataz de presos. Pero los buenos papás han leído también algo acerca de psicoanálisis, y resuelven llevarlo al psicoanalista. El doctor habla a los papás de frustraciones y neurosis, y les indica el tratmiento a que hay que someter al chico. (Cuando vuelven a su casa se han olvidado del tratamiento indicado, y sólo ven en el hijo un infeliz enfermo a quien hay que tolerar más que nunca. A fuerza de devanarse los sesos, la buena madre ha dado en el clavo sobre eso de frustraciones, recordando que, de pequeño, el niño se había empeñado en arrancarle el rabo al gato, lo que no pudo conseguir porque el animal, cansado ya del injusto abuso, escapó una noche con la gata del vecino y no ha vuelto aún. Sigue el niño siendo un mayor malcriado cada día, mientras sus buenos papás duplican su dosis de tolerancia.
Otro caso es el del jovencito modelo que todos admiran por su corrección. Es el orgullo de sus satisfechos padres. Pero un día trae a la casa un juguete que los padres saben está fuera del alcance de su bolsillo. Miente astutamente sobre la forma en que lo adquirió. Otro día trae otra cosa. Los padres han leído también sobre la anormal tendencia al robo, conocida por cleptomanía, y alarmados, recurren al sabio consejo del psicoanalista. Como cn el caso anterior, regresan a sus casas sin recordar los consejos de éste a rodear al hijo de la más grande conmiseración por su terrible enfermedad. Hasta que un día hay que aplicarle el milenario cuento de los padres a quienes preguntaron sobre el estado de
(Pasa a la pág. 37)