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—¡Eso es! Pudiera resultar asi . . . Bueno, pues, les deseo mucha suerte, toda la suerte del mundo. Y, ahora, tenga la bondad de dejarme pasar. ....
Durante un momento él sintió la tentación de volver a hacer lo que había hecho aquella noche en el jardín de Gelmsley Hall. Quería estrecharla entre sus brazos, hacerle daño .. . pero más que nada quería amarla, estrechar el mismo cuerpo flexible, saborear aquellos mismos labios que él había besado en el jardín bañado de luna.
Quizás ella leyó sus pensamientos, porque el rubor le coloreó las mejillas. Y dijo anhelante:
—-Por favor, déjeme marchar. No veo para que tiene Ud. que preocuparse por mí, ahora que Ud. sabe la clase de persona que soy.
—No lo puedo evitar—dijo él apartándose a un lado—yo sé lo que Ud. hizo. ¡Infeliz de Ud! Sé que debería odiarla, pero en vez de eso la quiero. Ahí está. Ríase ahora de mi, si quiere. Aquí está su turno para que se burle de mí. ¡Ríase!
Pero no, ella no se rió. Ni siquiera se volvió a mirarlo, sino que se apresuró a alejarse por el camino. El se preguntó si ella estaría llorando como hizo en el jardín. Permaneció largo rato mirándola hasta que él no la vió más en el sendero. Y, luego, se insultó a sí mismo, llamándose traidor a la memoria de Peter Wyatt por haberse enamorado de una mujer a quien había jurado despreciar.
Pero lo cierto era que él estaba enamorado de Vanessa y nada podía cambiar esa verdad. Se estaba engañando a sí mismo cuando pensó que Vera Loring podía hacerlo olvidar. Vera era una muchacha encantadora; todos los hombres estaban locos por ella, pero a él no le importaba nada. Ni siquiera estaba pensando en ella aquella noche en que fueron a pasear al jardín de Kelmsey. Había allí otro baile para los militares. Vanessa estaba allí, pero toda la noche había evitado encontrarse con él.
Eric y Vera caminaron por el jardín, cerca de la fuente donde había besado a Vanessa. Era casi en el mismo sitio donde se había detenido con ella. Vera, con los ojos brillantes, se apretó contra él, tendió los labios en busca de un beso. El la besó distraído y como sus pensamientos estaban reviviendo aquel momento pasado, sin darse cuenta dijo:
“No tomes las cosas tan a pecho. Has dado demasiada importancia a unos cuantos besos que nos dimos en un jardín bañado de luna. ... Por favor, olvídame.”
La reacción de ella fué distinta a la de Vanessa. Se separó de él y se irguió como una pantera. Levantando la mano cruzó el rostro de Eric con una violenta bofetada.
—¡Entrometido!—gritó con voz que tenía mucho de odio felino—Tú leíste la carta que mandé a Peter. Y lo has organizado todo para poder echármelo ahora en cara. ¡Tú y tu eterno tema de lealtad hacia Peter! .. . ¡Te odio!
—¿Vee?—dijo Eric interrogándose, antes de seguir—¡“Vee,” la firmante de la carta! ¡Qué estúpido he sido! ¿De manera que fuiste tú quien escribió la carta? ¿Quien arrancó a Vanessa del corazón de Peter? ¡Yo que creía!
Vera se había puesto a llorar. Mas aquél Jlanto no era igual al de Vanessa. En ese mo
mento, Eric creyó que Vera se había enamorado de él, que ella lo quería.
—Lo siento—dijo—Pero asi son las cosas. Olvídame, por favor. Perdona, yo no quería restregarte en la cara tus propias palabras, pero por culpa tuya he hecho algo infame a una persona excelente y preciosa. . . .
Y sin añadir más, Eric regresó al salón de baile. Estaban tocando los “Cuentos de los bosques de Viena.” Vió a Vanessa de pie y sola. Le pareció que no habia nadie más en el salón. Se acercó a ella.
—Su valse—le dijo mirándola ansiosamente— El de Ud. y Peter. ¿No quiere Ud. que sea también nuestro valse? . . . ¿El suyo y el mio?
—Tiene una mancha roja en la mejilla—dijo ella—Parece que le dieron una bofetada. . . .
ae Y idolo * del mundo Femenino
CORSES y FAJAS
¿Cuál fué la causa?
Y acercándose hacia él, dijo:
—No importa. —Bailemos. llamaré “nuestro valse,” Eric.
—Acabo de saber que “Vee” quería decir Vera—dijo Eric: —Peter tomó su decisión por culpa de ella . ¿Podrá Ud perdonarme alguna vez, Vanessa?
Y mirándole con sus tiernos ojos azules, ella le dijo:
—Ya estabas perdonado. Ese beso que me diste y que tú querías que fuera un símbolo de odio, algo mezquino y digno de desprecio, fué algo muy distinto para mí. Nunca lo he podido olvidar. :
—Lo mismo me ocurrió a mi—dijo él ansioso—Una vez que te besé, ya no tuve salvación.
Desde ahora lo
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