Cinelandia (July 1947)

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O A O A ii ct RUMBO REALISTA DEL CINE NORTEAMERICANO Resolvamos en una cuadratura el gran círculo de las carteleras de Broadway y Calle 42 en torno a Times Square, reloj de sol y de luna de neón, de la farándula neoyorquina. A una esquina de este cuadrado artificial que nos hemos tra zado, para mayor comodidad. claro está, de nuestro tema, presenciamos el gran anuncio de Duelo al sol donde el rudo vaquero de ayer, policromado hoy en tecnicolor, libra más batalla con la pasión sexual que con los avatares de un rancho de caballos y las incursiones de los cuatreros de antaño. En la otra esquina, y casi en el mismo lugar que ocupara dos años atrás la propaganda mural de Días sin huella, se levanta un gran cartel con el dibujo insinuantísimo de una mujer dipsómana con una copa en la mano: Es la versión femenina de la misma historia que dió un “Oscar” a Ray Milland en 1946: la catástrofe de la pasión alcohólica. Precisamente la película se llama así: Smash-up, esto es. catástrofe. Pero Casi, casi por frente a este anuncio, la visión de otro gran cartel luminoso nos hace entreabrir los labios y florecer una sonrisa: Lo mejor de la vida. Y es al atravesar ese gran zoco del ocio que es Times Square, cabe la estatua del padre Duffy, tan amiga de las palomas y los paletos, cuando divisamos el cuarto ángulo del cuadrado: Charles Chaplin en Monsieur Verdoux, una comedia de asesinatos. La “abierta sonrisa de antes que desfloró el gesto contraído que nos produjo ver a una hermosa y seductora mujer en tan lamentable situación, ante los optimistas mejores años de nuestra vida se escorza en dulceamargo. Ya saben ustedes: Charlot es siempre igual. Sólo que esta vez más amargo; mucho más que en El dictador. Haciendo pues abstracción de todo lo demás, sacamos esta conclusión a base de las cuatro películas antecitadas: Que Hollywood está practicando de lleno la fórmula cinematográfica del realismo que tan buenos resultados ha dado siempre. Hagamos historia: Hace dos años, cuando tuvo lugar en Nueva York el estreno de Días sin huella, el cinema norteamericano se apuntó uno de los mejores tan tos en una larga carrera iniciada en 1919, para ser exactos, por el gran director STERLING HAYDEN (Foto Paramount) por GABRIEL DE VALENCIA y actor Eric von Stroheim con la película Blind husbands. Nos referimos a la tendencia realista dentro de la cual hay que incluir las películas llamadas sociales del tipo Soy un fugitivo y Cuán verde era mi valle que tanto acreditaron a los “fabricantes de sueños” del imperio del celuloide. Justamente a los dos años del enorme éxito alcanzado por Días sin huella, Hollywood corona con los máximos laureles artísitcos, otra gran película realista, pero mucho más optimista que aquélla: Lo mejor de la vida. Hemos pretendido pues, explicar uno de los vértices de nuestra esfera al hormigueante Times Square. ¿Qué ha pasado pues? Espoleado por el gran realismo del cinema europeo cuyas películas se mantienen por semestres en las pantallas norteamericanas, Hollywood parece como si no hubiera querido quedarse a la zaga en cuento se refiere a presentar la verdad de la proyección con el “happy end”, beso o caramelo final, del que aún no se ha empalagado Hollywoodlandia, o haciendo pagar al crimen su castigo debido. ¿Quién había de pensar si no, que hubiésemos podido ver la misma historia de Días sin huella protagonizada y agonizada por una mujer? Tal es el caso de la película Smash-up 'a la que antes nos hemos referido. Nada sería de extrañar a este paso realista del cinema norteamericano, que las carteleras en torno de Times Square nos sorprendieran con la proyección de La caida del valor, título de otra novela de Charles Jackson (el autor de Días sin huella) en la que se narra un drama familiar causado por el homosexualismo de su protagonista. ¿Se atreverá a ello Hollywood? A la hora actual, y por lo que se refiere a los centenares de películas en proyección en todos los cines de Nueva York, nada supera sin embargo en fuerza realista a Ciudad abierta, película italiana que lleva más tiempo de proyección que ninguna otra, sea cwal fuere su nacionalidad, pues anda ya por su segundo año en un mismo cine y a lo largo de todas las horas del día. Sin embargo, y salvadas las debidas distancias y guardadas las debidas proporciones, Lo mejor de la vida es tan realista cinematográficamente hablando (no me refiero a trama ni a » / e desenlace de la película, entiéndase bien) como Ciudad abierta. Bastaría para confirmarlo, la inclusión en el reparto de personajes del inválido de guerra Harold Russell, amputado a la altura del codo en ambos brazos. La escena en que aquel ofrece el anillo de boda a su novia en la ceremonia de matrimonio, sosteniéndolo con uno de los garfios de acero que le sirven de mano, es tan realista (para el público norteamericano al menos) como pueda serlo, para el europeo, la escena del fusilamiento por la espalda del heroico sacerdote católico de Ciudad abierta, ejecutado por los nazis. Porque la fealdad (permítasenos la expresión) era algo hacia lo que Hollywood había sentido siempre horror. Su fórmula era que el público va al cine a distraerse y no hay razón alguna para presentarle cosas que le hagan sufrir. De aquí la evitación de operaciones quirúgicas, exhibición de dolencias o accidentes físicos y entierros. Pero vino la guerra y las cosas cambiaron. La documental se impuso sobre la ficción; muchas películas de ficción se basaron en documentos reales (La casa de la calle 92) ; los noticiarios exhibieron sin paliativos los horrores apocalípticos de los campos de concentración nazis: se vió cómo se colgaba a los asesinos y el público llegó a acostumbrarse a no retirar la vista; se filmaron operaciones quirúgicas cruentas; se hicieron películas de guerra casi de verdad, sin personajes, y totalmente de verdad bajo las balas (La verdadera gloria, Diario de Guadalcanal y Fighting Lady); se pusieron de moda las películas de tipo psicológico y psicopático y la gente fué acostumbrándose a más y los directores «a seguirla y fomentarle el gusto; la clínica psiquiátrica se volvió tan vulgar en la pantalla como el gabinete del dentista en las antiguas películas cómicas; se llegó a recoger en el celuloide el horror de un ““delirium tremens” en una sala de hospital de alcohólicos (Días sin huella) ; se jugó con el subconsciente y se puso en boga Freud, bien que con veinte años de retraso, entre todas las amas de casa norteamericanas (Cuéntame tu vida) ; la amnesia se volvió tan popular como la jaqueca; el shock mental tan vulgar como (Pasa a la página 44) 25