Cine-mundial (1917)

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Charlie Chaplin o El Peligro Yanqui Por JUAN RIVERO STO que parece fábula de los tiempos heroicos o leyenda oriental de épocas remotas o estupendo “canard” francés es una sencilla verdad norteamericana de las que, cuando el cable las divulga, piden al lector una sonrisa burlona y la manoseada frase de incredulidad: —¡Cosas de los yanquis! . . . Produce o debe producir el mismo efecto mortal que las historietas de los dibujantes, en las páginas festivas de los diarios neoyorquinos, cuando un muñeco, por la fuerza del chiste, o se desmaya o sale de estampía por una ventana o se mete en el whiskey hasta caer redondo. Dice así la sencilla verdad norteamericana: “Charles Chaplin ha firmado un contrato con la First National Exhibitors' Circuit para impresionar ocho películas, una cada dos meses, por la módica suma de un millón de dólares— $1.000.000—y un beneficio, vulgo propina, de setenta y cinco mil dólares—$75.000— trabajo que iniciará cuando termine el que actualmente realiza para la Mutual. Recuérdese que la Mutual acaba de entregar al famoso cómico seiscientos setenta mil pesos—$670.000—por su actuación en doce “films,” durante un año.” Al comentarista, ante la injusta suerte loca de Charles Chaplin, se le ocurre abandonar la pluma y las cuartillas, calarse el chapeo, enfrentarse con el Director de CINE-MUNDIAL, decirle cuatro frescas y aun darle cuatro mamporros, y firmar un contrato con el Grupo de Exhibidores ya mencionado, quiéralo o no. Es impulso irrefrenable, mandato de justicia en este siglo de nivelación social, ahora precisamente que la soberanía va a recaer en nosotros los carpinteros, los albañiles, los periodistas, los zapateros, etc. Ese mandato moverá muchas voluntades y muchas energías del buen pueblo que están como perdidas en su dedicación a la conquista de unos centavos más que añadir al jornal y de unas horas menos que quitarle al trabajo. ¿Para qué tan larga y áspera lucha? El problema de nuestros afanes debe resolverse rápida y definitivamente imitando al diminuto cómico inglés judío; con un contrato anual de un millón de dólares. ¿Qué ha hecho Charles Chaplin para merecerlo? Era un payaso de circo, un clown vulgar que había nacido para estrellarse contra la . pista al dar una pirueta o un salto ~= mortal, y si no se estrellaba viviría miseramente, a la cuarta pregunta, con la vida nómada y anónima de la “troupe” que si hoy no comió en cambio ayunará mañana. Además de tener desjarretado el peroné; pero no ... De pronto, un empresario absurdo le enfurte en la cinematografía, y Charles Chaplin surge en clase de estrella: se encasqueta el hongo, se adhiere un bigotillo rapado, “se viste un traje de gallofero y se pone patituerto. Sale a escena, pega unas volteretas, hace unos gestos inverosímiles, pone los ojos en blanco como cualquier mono” zonzo de Helena Smith Dayton, subraya algunos ademanes de afeminado y el público se desternilla de risa. El artista recaba un triunfo absoluto, un éxito universal. ¿Que en esa labor hay un arte nuevo y hasta ahora único? Convenido, pero no debe negarse que es un arte fácil y al alcance de todo: el mundo. Sino que nadie más que Chaplin supo acertar con el secreto de la risa y convertir ese secreto en un contrato de un millón de pesos anuales. Y la injusta suerte loca sigue protegiéndole disparatadamente: a Charles nadie le discute, ni en su esfera de acción tiene competidores; se le acepta, se le aplaude, se le admira y se Acosro, 1917 © Charlie Chaplin. CINE-MUNDIAL le paga espléndidamente. Sus imitadores forman legión, aunque les pasa lo que a la sombra del árbol: siempre es más corta o más larga que el árbol; y su faena resulta deslabazada, chapucera y plebeya. Indiscutiblemente Charles Chaplin es el Niño de la Bola, y su fortuna va a ser la bola de nieve. Ahí le duele a la moral pública. Ahí asoma el peligro yanqui. . . . Reconociendo el mérito grande del famo> so cómico, puede decirse con el debido J respetó que la First National Exhibitors’ Circuit si cimenta un buen negocio da un mal ejemplo a la humanidad con el milloncejo y pico que otorga a Charles Chaplin. Suponiendo que cada comedia represente para éste, en conjunto, cuarenta y ocho horas de trabajo, el de las ocho comedias suma trescientas ochenta y cuatro horas. Dividiendo $1.075.000 entre 384, tendremos, despreciando los centavos, $2.800 por cada hora de tarea, que para Charles Chaplin debe ser tan fácil como para un nene merendarse una golosina, y por cada minuto $46,66. De modo que un simple guiño de la estrella cuesta al Grupo de Exhibidores unos cincuenta dólares, y un ademán malicioso, amadamado, de la mano derecha unos cien pesos en oro americano. ¿Quién, en el mundo del salario, puede acercarse al Rey del lienzo o de la sábana? ¿Cómo no ha de despertarse, impetuosa, la ambición de todos los que luchan por el pan nuestro de cada día? Analizando el caso de Charles Chaplin, el pensamiento pierde su serenidad. ¿No llegará el suyo al desequilibrio cuando sus manos acaricien los-$2.800 que una hora de labor le rinde? En España, al que le toca “el gordo” de la Lotería de Navidad suele morirse de repente; en Francia y en Italia, el que da con un tesoro, oculto o recibe inesperadamente una gran herencia, va a parar a una Casa de Orates. Las grandes fortunas, cuando vienen llovidas del cielo, traen aparejadas esas quiebras. Sin embargo, el superhombre de las vistas animadas no ha pérdido hasta la fecha su ecuanimidad; su acto más ostensible fué la compra de bonos del Liberty Loan. Sus hábitos de ahorro, y es fama que los tiene, no se han sobrepuesto a su eratitud a los Estados Unidos. Queda otra senda de exploración: dada su popularidad, las dulces “girls” le acosarán. ¿Se habrá resistido? ¿Será avaro de su amor? ¿Será pródigo de sus mimos? El desafuero que contra la equidad humana y a la paz social ha cometido la First National Exhibitors” Circuit acaso llegue a conocimiento de los hombres-cumbres que gobiernan el mundo a compás de la tremenda guerra europea. Aun aceptando como buena esa sencilla verdad americana—el jornal de $2.800 por hora, a Chaplin—que demuestra el empuje de los yanquis para los negocios y su habilidad para encontrar el manantial del oro, ¿qué pensarán? Todos treparon a la cima por el talento, la voluntad y el estudio, tras ruda brega y largo tiempo; pero horros del sueldo inaudito que trasiega el Rey del lienzo; y ante esa jugarreta del Destino quizás se sientan defraudados en su legitimo derecho a mayor fortuna que la de un cómico de cinematógrafo. Charles Chaplin remonta económicamente a Mr. Wilson, a Lloyd George, a Poincaré, a Kerensky, al Kaiser, a Jofre, a Hindemburg y demás conductores o tiranos de pueblos. Si los “leaders” mangonean, él se embolsa la pecunia. Es, pues, lógico, imperiosamente lógico que todos ellos abandonen sus cetros, sus presidencias, sus cuarteles generales, sus ministerios, y acudan en demanda de contrato a la First National Exhibitors’ Circuit. Y, decepcionados, seguramente imitarán al célebre cura de Gavia—España—quien, tras un aprieto que no es para dicho, dejó en el púlpito “algo que olía y no a ámbar,” diciéndole al sacristán, con una mueca a la vez desabrida y triunfal: —¡Ahí queda eso! O PÁGINA 387