Cine-mundial (1918-01-01T23:23:59Z)

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AEN CINE-MUNDIAL Al Abrigo Del Cine Por El Lcdo. URANTE la noche las brisas otoñales parecen asomarse al invierno. Son fresquecillas y retozonas como el soplo con que, a traición, acariciamos los rizos florecidos en la nuca de una mujer seductora. Queda muy atrás el 15 de Septiembre, día en que Nueva York decreta la cesantía “manu militari" de los sombreros de paja. ¡Ay del rebelde!: en la oficina los compañeros y en la calle los transeuntes, con sus manazas de yangúeses boxeadores hacen juegos icarios con el “pajilla,” y de soslayo levantan tamaños chichones en la cabeza del audaz portador. La voluntad popular, siempre delicada, goza con imponer a la coronilla ese rasero. Hay que nivelar todas las testas: la luminosa, la de cemento, la de calabacín que es el meollotipo. Esos apabullos forman parte del ideal democrático: como el reparto del capital está durillo y el de las mujeres— el amor libre—han de plantearlo, cuando les venga en gana, las feministas—¿por qué no “masculinistas?”—la igualdad social se inicia por los sombreros, leve y libérrimamente: a puñadas. Sacudieron su ostracismo los gabanes de entretiempo, a veces asperjados con polilla que al contacto de la luz y del aire se escapa a chorros como vaho de gasolina de un automóvil alquilón. Las damas visten ya sus amplios abrigos, que burlan la curiosidad de los investigadores de esculturas, y sus pieles higiénicas y vanidosas a un tiempo. El invierno está, pues, a la vista. Es el viajero cuya mano nos saluda desde la ventanilla momentos antes de parar el tren. Le sonreímos y entre dientes mascullamos: — ¡Lástima de gases asfixiantes! Tras las nubes plomizas se adivina el revoloteo de los copos de nieve. Hay que buscar asilo contra la inclemencia invernal, un asilo atemperado, ameno y baratito. El cinematógrafo supera a todos los inventados por el hombre, a partir del troglodita. Es la ganga del siglo sujeta a una gradación accesible a todos los bolsillos, desde el que se enseñorea con dos dólares y los gasta viendo una cinta patriótica en un teatro de Broadway, de Nueva York, hasta el que se arruína sacrificando cinco centavos — un real español—en un salón de Barcelona viendo una tragedia catalana donde un “noy” rebaña un plato de escudella mientras se rasca el occipucio, bajo la barretina policroma. En la bella Ciudad Condal, donde con valor efectivo circula aún el céntimo de peseta, dan por un real, o daban no há muchos años, función y consumación: desfile de películas y una copa de cerveza, una taza de café, o un “sandwich” con jamón y otras gollerías vegetales. No hay derecho a renegar de la vida mientras existan esos rincones barceloneses, y seguramente los habrá iguales en otras regiones del globo terráqueo. ? Véase cómo el Arte mudo ha resuelto el problema social en sus tres más graves aspectos: el espiritual, con las exhibiciones artísticas; el moral, evitando a la humanidad las ocasiones de pecado; el material, nutriendo los estómagos, y casi gratis: esas consumaciones pueden sostener al indi viduo. Sobre todo si se reincide en ellas y se varía el menú sin alterar su precio. Manejando hábilmente los céntimos, es posible. La pantalla ofrece soluciones aün más hondas y trascendentales: cuando en la mesa hay grescas de familia—ya nos demostró un filósofo que la familia rifie siempre en el comedor—sus miembros se desparraman y buscan consuelo en la pantalla comparando las trifulcas escénicas con las suyas. Si un negocio se tuerce, hay que ver los enrevesados que las cintas nos-espetan. Y si un amor ha resultado infiel, Моутемвве, 1918 <> FUMILLA puede comparársele con los desavíos e ingratitudes amatorios que se imprimen en el celuloide. Además, quien siente la obsesión de una pena y quiere huir del mundanal ruído, se refugia en el cine, y mientras el operador le da dulce al aparato de proyección, rumia su penita. Y eso no es moco de pavo. Los salones cinematográficos son campo propicio para aventuras o desventuras de amor. Las citas de novios ocurrían antes en las iglesias, terreno neutral y no muy alumbrado, de acuerdo con los acólitos que hacian la vista gorda y tendían su mano larga. También en los teatros, ahitos de público y de luz. El cine es más económico: con la propina se paga la entrada, y aun sobra. La casualidad, o la habilidad, coloca a los novios en asientos juntitos, sin otra separación que la minúscula del brazo de la silla. Allí se urde la intriga: las manos pueden accionar, las lenguas moverse, el pensamiento discurrir en alta voz o secretear al oído. E una tercería discreta y efectiva que burla la coacción maternal. Argos actúa mal en la penumbra. Otrosí: todos los asistentes al cinematógrafo van arrastrados por idéntica afición y están secretamente unidos por una fuerte simpatía. Eso facilita el intercambio de impresiones; la conversación se inicia suavemente, impensadamente, inocentemente. La inteligencia es inevitable. Si por desgracia cae al lado de uno una señorita romántica, de las que gimen ante las escenas sentimentales, se le propina consuelo. Si es risueña, uno se Ya hay base para cualquier escarceo. La ríe al unísono. timidez es contraproducente. -Y A veces surge lateralmente una joven que va de pesca, con el sable oculto bajo el abrigo o enmascarado en la son risa invitadora. Si el varón es ojilargo, puede parar el golpe y hasta devolverlo; si es primerizo, se ha caído con todo el equipo. En ocasiones puede hallarse a la vera de uno tál dama que nos recuerde a un sargento de artillería, y entonces sólo hay éstas so.uciones: levantar el campo o encerrarse en un mutismo elocuentísimo. Aquel día está en huelga el santo tutelar del varón. Ya se ve que no siempre se le depara el triunfo al espectador; pero las derrotas suelen ser la excepción. Las padecen, como cualquier chisgarabís, las personalidades que en la vida social se dan importancia o que realmente la tienen. Recuerdo algunos casos, ya indicados en estas páginas: Charles Chaplin, arrastrado por sus amigos, fué a ver una película de su imitador Billy West, y al salir dijo estas palabras misteriosas, de filosofía india:—¡Uno de nosotros es muy malo !—y otro artista notable, King Baggot, llevó a su hijito a ver una película suya, y el rapaz le largó una de esas tremendas verdades de los niños:—¡Prefiero a Fairbanks! Palacio de ensueños o lugar de aventuras, el cinematógrafo (Continúa en la página 741) o PÁGINA 707