Cine-mundial (1921)

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ENERO, 1921 < | La Mujer más Hermosa “según unos —habla con Heriberto J. Rico OS rascacielos de Nueva York se quedaron atrás, y lejos, muy lejos del torbellino municipal, el tren subterráneo surgió frente a la extensa planicie salpicada aquí y acullá por los amplios estudios de Long Island City. Un rato me detuve a mirar desde lejos aquel tablero de raras construcciones, Casi todas de cristal, mientras se me antojaba ver, tras de cada ventana, la silueta suprema de Justine, aquella para mí ‘iesconocida maravilla de cuyos raros encantos había oído tantas preces. Un vistazo a mi reloj me dijo que había perdido diez preciosos minutos que, confieso, pasé con el pecho lleno de esos gratos cosquilleos que se le meten a uno dentro cuando acude a una Cita importan o... E te. Me decidí, por fin, y con paso de hidalgo caballero, enfilé mi decidida barba hacia adelante; di al sombrero un toque rápido haciendo al ala derecha rendir una reverencia a mi oído; enderecé la mustia rosa que llevaba en la solapa, me deshice del gabán, doblándole con el descuido de quien tiene para comprar uno nuevo cada tres años y, con este porte que tanto que hacer ha dado a Guaitsel y al Tenorio Respondedor, la emprendí con la entrada central del mayor de los estudios. Una interminable fila de aspirantes bordeaba como un friso viviente el flanco derecho del edificio. Al verme entrar como Pedro por su casa, aquellas nebulosas me lloviznaron con sus miradas llenas de esa celotipia ingénita de los de abajo: ¡Lo menos que se imaginaban era que se tratase de un cazador de estrellas de CINE-MUNDIAL! Les miré, sin embargo, con esa mirada que damos al que está comprando pasaje para ir a Madrid a cobrar el premio gordo. ¿Quién sabe a cuántas de aquellas solicitantes de meros puestos de extras tendría yo que rogarle luego el honor de una entrevista? ao E E Cuando uno entra en uno de esos estudios, la primera impresión que recibe es la de un viadante en una plaza de central en plena zafra. Los estentóreos gritos de los directores parecen furibundos juramentos de un carretero contra el buey emperrado. Y si, como sucedió en este caso, se trata de una escena de esas tan familiares en dramas del Oeste americano o de la empolva > PAcINA 16