Cine-mundial (1921)

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más cerca que Los Angeles — y hay whiskey, ron y toda clase de bebidas a pasto. Lo demás son cuentos de camino. A Habana se americaniza rápidamente. Las canciones de moda son las mismas que tocan en los Estados Unidos. Los artistas favoritos son los mismos famosos en yanquilandia. Se baila el fox-trot o el two-step lo mismo que allá. La política despierta tan poco interés como en el Norte. La última vez que estuve en la Habana todo el mundo era político: todo quisque esperaba algo de este o aquel candidato. Hoy, por lo que puedo observar, los políticos están considerados en Cuba como una calamidad inevitable — igual que en los Estados Unidos. Las oficinas están montadas como en Norte América, la gente viste lo mismo, los negocios se hacen de igual manera, se forman grandes empresas con análoga facilidad, se gana el dinero con la misma rapidez, se especula y quiebra con similar naturalidad... : 6 EB ER El cubano típico, el que no se:ha americanizado, sólo logré encontrarlo en dos sitios: la antesala del bufete de un político y el domingo pasado en la valla de gallos. La valla estaba poco menos que desierta, y de-las escasas cien personas que había en el local, por lo menos veinte me eran conocidas como asiduos concurrentes hace diez años. Entre los galleros y los puntos parecía sentirse revolotear el espíritu del general Monteagudo, que jamás faltaba entonces. En la antesala del político hablaban y gesticulaban, con ese nerviosismo tropical que es una enfermedad, distintos politicastros, explanando ideas, intrigas y ambiciones en boga hace veinte afios. Eran criollos “rellollos”, gente de otra época fuera de contacto con las nuevas corrientes nacionales. E De la valla de gallos, con sus reliquias mustias, me trasladé al Hipódromo de Oriental Park — todo vida, bullicio, alegría artificial, pero alegría moderna. ARA el extranjero, la bebida en Cuba no es tan barata como se supone. En Nueva York, en estos tiempos de “Prohibición”, puede obtenerse un cocktail o highball por $1 o $1.50, y bastan tres o cuatro para ponerse en estado de coma y que el cantinero tenga que llamar un taxi o la ambulancia. Y tan belicoso es el whiskey que hoy se vende en Nueva York, que el interfecto, si logra salir con vida, no se le ocurre volver a probarlo por tres o cuatro semanas. En la Habana los licores tienen un efecto distinto. Por treinta centavos se consigue una copa de lo mejor, pero, a la segunda, el forastero comienza a sudar como un condenado y a sentir en el estómago unos escozores de mil demonios. Necesita un par de horas por lo menos d2 paseo en automóvil para recobrar la ecuanimidad, y, una vez repuesto, experimenta deseos irresistibles de repetir la dosis. ` De manera que, entre unas cosas y otras, suele equivocarse el que viene del Norte a la Habana en pos de embriagueces económicas. ON José Miguel Gómez me ocurrió un caso curioso. Me encuentro con Castañeda, su secretario, en la calle de Obispo, y me dice: ` —No dejes de ir a ver al General, Hermida. —Mañana mismo voy—contesté. Un yanqui que iba conmigo, al enterarse Enero, 1921 < CINE-MUNDIAL El público a las puertas de la “Academy of Music”, uno de los teatros neoyorquinos de William Fox, la noche del estreno de “Kismet”, sensacional interpretación de Otis Skinner para la Robertson-Cole. de que se trataba del ex-presidente de la República, me pidió por favor que lo presentara. —Usted lo conocerá, por supuesto. —Ya lo creo que lo conozco—respondi.— Lo conozco bien. E Una indigestión de cangrejos moros impidió que hiciera la visita por algunos días. Me encuentro a Castañeda de nuevo. —¿Por qué no has ido a ver al General?— me pregunta. Le explico lo de los cangrejos y le prometo hacer la visita ipso facto. ko kx * Al día siguiente hago acto de presencia en la casa del jefe liberal. Mientras espero mi turno, leo y le traduzco a mi amigo el yanqui un artículo de un diario habanero, que comenta en floridas sentencias la entrevista entre Gómez y Menocal, y habla de abrazos y reconciliaciones. La atmósfera de cordialidad me afecta. Siento que me invade una ola de optimismo. Mi amigo el yanqui me interroga: —¿Quién será el próximo presidente, Hermida? —¡ Quién ha de ser, hombre de Dios!— contesto casi indignado.—El General Gómez, mi correligionario... Aunque llevo diez años fuera de Cuba y nunca hice política, me siento en este momento cubano de pura cepa y hasta liberal. Go aok Nos mandan pasar. El General se levanta y viene hacia nosotros. Nos da la mano. Clava la vista en el cielo raso de la habitación, y, con voz de trueno, pronuncia estas palabras: —No puedo hablar un solo instante con ustedes. Estoy muy ocupado. Adiós. EE Prado abajo, mi amigo el yanqui y yo caminábamos en silencio. Por fin se vuelve hacia mí. —Gran suerte ha sido, Hermida, que el General “lo conoce bien y es correligionario suyo”. De lo contrario me parece que lo recibe a usted con una ametralladora. I, no hay duda alguna. La Habana se americaniza. Hoy estuve en un café cantante. Los concurrentes, en su mayoría, eran gente del Norte — alemanes, judíos, polacos, irlandeses: los que pasan por yanquis en el exterior. Alguno que otro cubano; alguna que otra cubana; mucha extranjera rubia, de ojos azules, cuerpos atléticos. Se bailaba y bebía. ¡Y cómo se distinguen en seguida los neoyorquinos en estas reuniones! ER ER La avenida central de Nueva York con sus enormes multitudes y millares de focos lumínicos; los gigantescos vestíbulos de los hoteles; las salas sin límite de los grandes restauranes; la celeridad en el andar; la agitación constante; la intensidad en todas las fases de la vida imprimen al neoyorquino, sea cual fuere su origen, cierta expresión peculiar en los ojos — semejante a la de los aeronautas o los chóferes de carreras. HR Es la mirada de Broadway. Mirada sutil que penetra a largas distan` cias y surte efectos eléctricos. E En el flirteo truhanesco de media noche, en la conquista rápida de cabaret, el neoyorquino no tiene rival. ON las tres de la mafiana. Los serenos continúan discutiendo, aunque ahora hablan de la moratoria y el Casino de la Playa. El conductor de un automóvil de alquiler increpa a grito pelado a un recogedor de basuras, que se ha anclado con su carro en medio de la calle. Los gatos aún no se han entendido y siguen maullando. Los tranvias pasan y repasan, con su crijir de rieles y campanadas estridentes. El eco del canto de un gallo viene de lejos, y más cerca el ladri do de un perro agrega otra nota a la algarabia general. La Habana es ciudad de ruido, mucho ruido. Jorge Hermida > PÁGINA 25