Cine-mundial (1921)

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“Túnico de medio paso, zapatico de a centén” Vas —¡Cómo te estás poniendo, mulata! castigando verdá... Y en el rostro color de canela, jovial y simpático de la moza, destellaron de alegría los ojos, y sobre los dientes de nitidez de porcelana jugueteó la sonrisa. El piropo partió del grupo de calaverones formado frente al “restaurant” del Telégrafo, y Caridad pudo observar que quien lo profirió fué un hombre rubio y guapo, su compañero de danza en más de una ocasión durante un baile de rompe y rasga. Con paso rítmico y pausado alejóse la mulata hasta la orilla de la rúa, transitada a la sazón por automóviles de todo linaje. En su cabeza de púber cantaba el pájaro de la ilusión, el requiebro para ella exquisito: “Vas castigando verdá...” Volvió a sonreír dichosa, mirando hacia el gran diablo ígneo que sobre el edificio frontero le guiñaba los ojos maliciosamente. Era la noche mansa y dulce: nácar de luna en los cielos; brisa leda entre las sombras azulosas que cubrían la tierra, sobre las cuales refulgía el ascua de oro de la ciudad: cuartel de fuego en campo de azur. Una fiesta de luz en el parque Central y el Prado que conduce al Malecón. Los edificios que rodean al primero, ceñidos con la diadema polícroma de los anuncios lumínicos. Diadema de hirviente pedrería. Fingían las luces parpadeantes, esmeraldas, rubíes, zafiros, diamantes, áureos topacios; gemas de lapizlázuli. Abajo el gas verdoso entre las frondas y las notas de luz cruda de los focos voltaicos. La acera del Louvre como inundada de sol y los tranvías con sus ojos luminosos de diverso color: verde y blanco, gualda y escarlata, morado y azul... Por entre los candelabros del Prado, cuyas bombas chorreaban claridad, avanzó con paso elástico Caridad la mulata, cimbreante el cuerpo gallardo y CINE-MUNDIAL Cuento Cubano mórbido, asaeteada por las miradas concupiscentes de los hombres. Su traje amarillo ceñía los altos pechos frebes, las fuertes caderas, y rozaba el calzado rítmicamente a impulsos del firme caminar. “Túnico de medio paso, zapatico de a centén.” Un organillo “trituraba” el aire popular, como una alusión, al paso de la mulata Caridad. SEDUCCION —Oye chico, Floro, cántame la Siria. —En seguida, Ramoncito. Y tras un pespunteo en la guitarra, empezaron dos voces, de tenor y barítono, gangosa la una, bronca la otra, a entonar la canción popular en boga: “Allá en la Siria, hay una mora; que tiene los ojos más lindos que el lucero encantador.” Todo el mundo calló. Aquel pequeño mundo, un mundillo de trasnochadores y mozas del partido. El pianista, cierto sujeto que más que filarmónico parecía un facineroso, acababa de hacer pedazos un danzón sobre las teclas amarillentas de un piano, contemporáneo del clavicordio. Las parejas danzadoras sentáronse en derredor de las mesillas sobre las cuales yacía, en copas y botellas, el tóxico del alcohol. Quien pidió la canción llevaba el compás de ella, pegando con el índice sobre su sombrero de paja que sostenía en las rodillas: una, dos, tres... una, dos... Una, dos tres... una, dos. Estaba rodeado de amigotes, camaradas de parranda, juventud alegre que pasaba por el instante primaveral de la existencia. El era Ramoncito Tornel, hombre cuya edad sería de seis lustros; rubio, de complexión atlética, de rostro varonil y simpá Enero, 1921 < Ilustraciones de PAUL DE EESEIE tico, limpio de todo pelo, merced al reciente paso y repaso de la navaja. Su guapeza y su rumbo le habían dado prestigio de conquistador. Nada que no fuera “bachata” y jaleo le interesaba; era conocido de todos los jueces correccionales, y en Cierta ocasión en que se había quedado solo repartiendo bofetadas, un vigilante le hizo bígamo: le aplicó dos esposas... Su hablar era gracioso, salpicado de decires populares. De sus manos se escurría oro acuñado, el que su padre sacaba del jugo de la caña, allá en el lejano ingenio, donde vivían el buen viejo, veterano de la del 68; su santa madre, señorona toda sencillez e inocencia a los 54 años de su mansa vida; sus dulces hermanitas... El era el Lucifer simpático de la familia, idolatrado aun siendo tan bala perdida, y quizás a causa de ello... ¡Cosas de Ramoncito! Esta noche había ido al “Vedado-Arenas” con sus íntimos, media docena larga, en un automóvil de cuatro asientos. Al pasar por “Vista Alegre” encaramó a los cantadores sobre aquel montón humano que corrió raudo después, como una visión de locura, por Marina, por Línea, hasta llegar al sitio de francachela donde tú y yo, disipado lector, nos encontramos. “Ay mora... no me martirices más, acábame de querer, que mi corazón está que se devora.” Continuaba la canción implorante, glosada por la guitarra. “Cuándo volverá noche buena. Cuándo volverá noche buena.” Y luego un rasgueo final. —Venga un danzón, Cachito... Pero no te vayas a arrancar con “El Barbero de Se > PÁGINA 26