Cine-mundial (1921)

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villa” que es del tiempo de España. Tócanos “En el sendero de mi vida triste, hallé una flor. ..”—-Y quien hizo la petición entonó con voz de eunuco la primera frase de la romanza. : —Toca mejor el de “Mala Entraña”. —Caballeros: cualquiera, un danzón: lo mismo que sea de Verdi o que sea de Sin de Garay... Un danzón. —Claro. —Murió. —Venga, Cachito. Iba el pianista a principiar la tocata, cuando Ramoncito, gran maestro de aquella ceremonia, se puso en pie, y se dirigió hacia la puerta de entrada. Las manos de Cachito se quedaron suspensas. Todas las miradas convergieron hacia la puerta. Tres mulatas de trapío acababan de entrar. A una de ellas, a la más guapa, tendió la mano Ramón, exclamando con cierta extrañeza: —¡ Caridad! ¿Tú aquí? —Si, chico... Figúrate... Yo no quería venir, pero me embullaron éstas... ¿Qué, está muy malo, muy malo el baile? —No, mulata, todo lo contrario; muy bueno, muy bueno. ¡Cachito! toca la Marcha Real y ¡Viva España! Ramón y Caridad atravesaron por entre las mesillas, no a los sones de la Marcha Real, sino a los sandungueros de un pasodoble flamenco. Era una bella pareja antitética. De tonos áureos la testa de él; negra, con opacidad de terciopelo la de ella. El cuerpo de la mulata gallardo y flexible, manando la voluptuosidad y la gracia, producto de dos razas fundidas. El de Ramón, recio y fuerte, pujante de juventud. Un cuerpo de atleta hiperbóreo. Poco tiempo después el rubio y la mulata estrecháronse en el abrazo que el baile sanciona a la vista de propios y extraños. Era un danzón que Cachito tocaba con sumo acierto; su “capolaboro”. Un genuino danzón cubano, con languidez de desmayo de amor; con melancolía de deseo carnal; dulce, triste, morboso. Ramón decía: \ CINE-MUNDIAL —La otra noche te vi pasar por la Acera. .Te salude. vit ) |, \ | | —jSi ese fué saludo! —Un saludo con piropo. Te dije la verdad, que estás muy linda; que le gustabas a todos los hombres que encontrabas al paso, y que más que a nadie, me gustas a mi. —Usted es un zalamero que a todas las mujeres dice lo mismo. —No, Caridad, no creas. Tu me gustas sobre todas las mujeres, y hasta creo que Les CEN Ofer. —Embustero. ..—gimió, más que dijo la mulata, cuyos ojazos lánguidos de voluptuosidad, confundieron su “luz negra” con la verde y clara de los de Ramon. Las manos se estrecharon; el brazo varonil abarcó fuertemente el dorso gentilísimo de la hembra y las bocas tremantes se confun dieron en un beso... AMOR Desde aquella noche, Ramoncito fué la obsesión de Caridad. Aquel beso fué para su sed de amor, linfa de agua clara, que la mulata sorbió con deleite. Reventó en rosa el botón de su impreciso deseo. Mujer pasional por la salud de su cuerpo, por la mocedad de sus años, por sa temperamento ardoroso, incubado en el ambiente cálido de esta ciudad de amores, adoró al hombre blanco, individuo de una raza superior. Ni durante sus labores de modista; ni en el cinema a donde concurria con sus amigas, ni en su casa —jalli mucho menos! — balanceándose largas horas en la mecedora, frente a la ventana, podía olvidar un instante a Ramón, decidor, calavera, simpático. Era la obsesión de las enamoradas. Su estado de ánimo se “miraba” como en: un espejo en unos versos que leyera en cierta revista que cayó en sus manos, cuyos versos impresionáronla y grabó en su memoria.. A menudo los hacía desfilar “in mente”: “Tú no sabes lo que es ser esclavo de un amor imperioso y ardiente, y llevar un afán como un clavo, como un clavo metido en la frente.” MAR El cuerpo de la mulata, gallarda y flexible, manando la voluptuosidad y la gracia, producto de dos razas fundidas... La carrera vertiginosa del automóvil, primero, a la vera del mar rumoroso... Había leído estos y otros versos; muchos, y novelas sentimentales. Su romanticismo había encontrado sabroso pasto también en las películas. En su adolescencia se enamoró vagamente de un actor de bella testa, de gestos severos, elegante en el vestir, distinguido de ademán, que simulaba a maravilla en la pantalla amores, quebrantos y alegrías. Caridad tenía innato sentimiento de buen gusto; en su indumento, en la elección de muebles y “bibelots” con que adornó su modesta alcoba coqueta; en sus aficiones de lectora. Limaba y pulía sus uñas como las señoritas que veía en la casa de modas donde laboraba, y su calzado siempre era fino y bonito. Compraba discos de cantantes eximios para su fonógrafo, y bañaba y perfumaba día a día su bello cuerpo turgente. Refinamientos no heredados ciertamente, pues su madre era una mulata más obscura que ella, vulgar y zafia, y su padre (ella no lo conoció, pero nosotros sí) un asturiano de lo más grosero que la emigración trajo a estas playas doradas de sol. Su noviazgo con Ramón la tenía loca dedicha. Por la noche, las escapatorias furtivas de su casita de Perseverancia, donde quedaba refunfuñando la “viejita”, como llamaba con mimo a su madre. La carrera vertiginosa del automóvil, primero a la vera del mar rumoroso, luego a través del Vedado; después en el campo, camino de Marianao, bajo el magnífico cielo del trópico, espolvoreado de refulgente plata sideral. La cabecita airosa de la enamorada sobre el pecho fuerte del mozo, como implorando amparo; las manos confundidas, los cuerpos trémulos de deseo. En la sacra quietud campestre sorbían delicia de boca a boca. En el ambiente oloroso a yerba húmeda, los grillos entonaban un canto de epitalamio, siempre frustrado. HASTIO Ramón empezó a cansarse de aquellos paseos que para sus apetitos brutales eran ineficaces. La reiterada negativa lo cansó. ¡Quédese con sus pudores la niña relamida, que el torrente erótico de Ramón saltó el dique y se precipitó por otro rumbo! iPobrecita mulata! Sus ansias de amor alto y noble estaban siempre acorraladas, como gacelas, por los mastines de la concupiscencia... No tenía derecho al cariño honrado de aquel hombre, y todo, nada más que por una diferencia de pigmento, porque dentro del rostro de canela de Caridad, alentaba un “espíritu blanco”. Al principio no quería, no podía creer en su desgracia. Ramón no la buscaba porque: se lo evitaría algo invencible... Tal vez estuviera enfermo de influenza... Habría partido rápidamente hacia el ingenio, llamado por su padre... ¡Virgen de la Caridad del Cobre! ¿Dónde está mi Ramón? > PÁGINA 27 Enero, 1921 <