Cine-mundial (1921)

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nes. Y sin preocuparse de los negocios gran cosa, los negocios se preocuparon de ellos lo bastante para darles buenas ganancias. Pero Eduardo era un imaginativo incorregible; su temperamento voluble, curioso e inquieto acabó por aburrirse de la oficina. —Te vendo mi parte — le dijo una mañana a su socio, en vez de darle los buenos días. — ¿Cuánto quieres? — le respondió el socio sin mostrar sorpresa alguna: ya lo conocía. —Cualquier cosa... Diez mil dólares. —No los tengo. —Ya lo sé; pero puedes pagarme a pla zos. ¿Te conviene? —Aceptado. Te puedo entregar la mitad al contado. —Bueno, como "quieras. Y Eduardo se encontró en la calle con un cheque, un contrato y una cantidad fabulosa de optimismo. —¿Hace mucho que me esperabas? —Más de media hora. ¿Por qué has tardado tanto? —¿Te digo una hermosa mentira o te cuento una fea verdad? —Las dos cosas. —No seas exigente: elige. —Bueno, elige tú. —Me entretuvo una mujer... verdad o quieres la mentira? —¡ Ah, pícaro! La verdad aunque se hunda el mundo. —No se va a hundir nada, ya verás; pero... quién sabe si... —Cuenta, cuenta. —Oye, ayúdame a recordar; no creas que es broma; te hablo en serio: ¿es cierto que nos hemos casado? —Si; pero yo no estoy muy segura de poseerte. —j Oh, mi adorable novia! Porque tu eres mi novia, serás siempre mi novia... —Nenito mío: ¿te olvidas del cuento? —¿De la historia? —Es lo mismo: di. —Te digo que tuve una aventura amorosa y que te he sido infiel, deliberadamente infiel, pérfidamente infiel... Creo que me explico. —No me importa... Ella, ¿era digna de ti? —Pienso que no. Al principio me interesó mucho; al cuarto de hora me distraía y a la media hora me aburrió. Por eso me ¿Quieres la una cosa me importa. escapé. Ya tienes justificado mi retraso. Justos los treinta minutos. —Pero... en tan corto tiempo... A ti te pierde la impaciencia. dicaste dos horas? —Porque tuve celos, unos celos tremedos. —¡ Celos! ¿De quién? —De ti. —Mi nene: mírame. ¿No estarás más loco que de ordinario? —No; desecha tu aprensión. Trataré de explicarme. Mis celos, lo reconozco, no son comunes; son originales y son... celos. No hay otro modo de llamar al sentimiento que me invadió cuando hablaba con ella. Era más hermosa que tú y además lo sabía, alardeaba de sus ojos de fuego, de su boca delicada, de su magnífico busto, del torneado de sus brazos... Te digo que estaba provocativa, insolente, bellísima. Y me tentó con todas sus poderosas armas, brindándome el pecado. Hubo unos segundos en que, cegado por sus insinuaciones, vacilé, inclinándome de su lado, muy cerca de su rostro. Pero reaccioné a tiempo. Viniste tú y me salvaste. No creas que me salvaste con el recuerdo de los llamados “deberes matrimoniales”, de la moral, ete. No. Ya sabes que para mí esas Cosas no tienen importancia cuando no salen derechamente del corazón. En fin, que te hubiera “traicionado” sin ningún escrúpulo si me hubiera salido del corazón. Yo entiendo la fidelidad a mi modo. O nada o todo Enero, 1921 < ¿Por qué no le de CINE-MUNDIAL o... nada en todas. .Te decía que llegaste tú a mi mente y el hechizo se deshizo... porque era un hechizo, algo como el aliento de la serniente atrayéndose al incauto pajarillo. Y voy a lo de los celos. Mi mujercita ignera esta aventura, este prólogo resbaladizo — pensé yo. Si guardo el secreto no pasa nada. “Ojos que no ven, corazón que no siente”. Callaré—me dije. Me despedí de la dama y eché a correr hacia ti. Por el trayecto comencé a sentir cierto desasosiego, un malestar que me oprimía el pecho. Una fatiga extraña. Cerré los ojós y me vi con la hermosa tentadora, oyendo sus dulces palabras, complaciéndome en sus sonrisas, aspirando el aroma de su carne fresca. Entonces me sucedió algo que todas las noches podemos ver en el Cine. Ya tú conoces... Aparece una figura en la pantalla; se observa que está preocupada; se acuesta; sueña. O simplemente se recuesta sobre el respaldo de una silla o de codos sobre una mesa. De mil maneras y posturas. Y sobre esta figura preciosa, perfectamente proyectada, va cuajando una sombra, una nube, al fondo, a un lado, encima. Primero se desvanecen los términos anteriores y luego aparecen nuevas figuras que se van fijando, moviéndose y actuando en la realidad ficticia de la cinta. Estas proyecciones corresponden — así se entiende — a la mente del actor. Bueno. Exactamente igual. Me vi yo, la vi a ella y, entre ambos, comenzó a dibujarse tu figura, y a tu vera otra figura... la de un hombre que te sonreía muy cerca del rostro, esquivando dar el suyo frente a... la pantalla. ¿Comprendes? El mismo juego. —j Qué imaginación! — Sí; pero, en el orden de las posibilidades, yo pude darme cuenta de la realidad de esta ficción... También lo mio era una ficción de los sentidos halagados; lo tuyo era muy semejante: otra ficción. Y la protesta del corazón se tradujo en un dolor agudo como si me lo atravesaran con un alfiler. Celos, ni más ni menos. — Eres... tremendo, nene mío. —Soy de carne y hueso, como todos, con algo de substancia espiritual, como algunos. —Quintaesencias. —Es posible. Contágiate. Es mi gusto. — Lo que tú quieras, Principe celoso. Eres encantador. Todos los dias me regalas con alguna sorpresa grata. —¿Y tú? ¿Tú, que me ofreces los “mo E> tivos”, fuentes de mis emociones? ¿Qué guardas para ti? —¿Para mí? Nada. Ni mis defectos. Todo es tuyo. Me tienes absorbida. Ven... —j Qué suerte la nuestra! ¡Qué felicidad habernos tropezado en la vida! —Porque eres bueno. —Y porque tú eres buena. —Porque... no sé... es difícil expresar con palabras lo que se siente tan adentro. Bésame. Será mejor. —Toda... uno... dos... tres. No me los devuelvas; te los regalo. Así serás mi deudora. —Mi alma te debo. Mi alma, que dormía... Aunque te bese durante el resto de mi vida, sin parar un momento, seré tu deudora. —Dime lo que quieras. Es como si hablara yo. Se fueron a la ventana y se asomaron para disfrutar de la serenidad de la noche. Al"unas estrellas parpadeaban en el fondo obscuro y limpio del Firmamento. Abajo, en la bahía, luces desparramadas por sobre el río, a a lo largo de las negras siluetas de los barcos. —Quisiera saber — murmuró ella con la mejilla pegada a la frente de él— si allá Arriba, en las estrellas, el Amor es centro de la vida de aquellos habitantes, si son como nosotros... —Allá Arriba y aquí Abajo y en todas las direcciones del Infinito no hay un punto que no vibre, y viva, y crezca, y muera en y por el Amor, alma fecunda de la Creación. —Y entonces, ¿los que no se... entienden? —Son los nuntos contrarios, paralelos, que buscan su tangente; pero vibran también; vibran a la inversa con el odio a cuestas hasta que les llega la hora de las plenitudes. Tú y yo, por ejemplo, ya llegamos. —Es cuestión de... paciencia. —Si; de evolución. —Dame tus labios; bébeme una vez más, Príncipe mío. —Beber, beber y estar siempre sediento: eso es-Amor. Tómalos, bebamos. Una sirena lanzó, en el silencio de la noche, las estridencias agudas y prolongadas de su grito metálico; un reflector envió sobre la ciudad el polvo azulado de su luz, semejante a un chorro lineal y luminoso que lavara las manchas de nuestros pecados. Nueva York, otoño, 1920. > PÁGINA 33