Cine-mundial (1921)

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CINE-MUNDIAL El Moderno Templo de Afrodita E LEIDO, no sé dónde, que un su jeto de nombre impronunciable ha descubierto la manera de que poda mos presenciar las vistas animadas con el salón resplandeciente de luz. A tenerlo al alcance de mis garras, lo dejaría tendido cual fría bazofia humana, leyéndole uno de esos cuentos mortíferos que brotan de la ansarina pluma de nuestro antiguo amigo “Chuchú” Chiripa. Parece que de algún tiempo a esta parte los hombres de ciencia pretenden amargarnos la vida arrebatándonos las pocas ilusiones que, como extenuadas florecillas en árida pampa, tratan de arraigar en nuestras almas. Privar al cinema de su dulce y encubridora penumbra sería lo mismo que suprimirle los colores al arco iris, el suave brillo de plata a la luna, o las melenas a Palomar. De pensar tan sólo que ese sabio amargavidas pueda salirse con la suya, se me revuelve todo el lirismo que llevo oculto en el hipocondrio izquierdo y quisiera nada más que encontrármelo en Broadway para decirle con furor de basilisco: “¡Hijo de Satanás, Yo no sé lo que contestaría el pernicioso inventor a este enérgico apóstrofe, pero creo que, gritándoselo en español y con voz ahuecada, a la Albuerne, optaría por salirse de la camisa de once varas en que se ha metido. Yo espero que los empresarios de este simpático ramo de espectáculos públicos rechezarán con gesto despectivo y puños crispados lo propuesto por ese enemigo declarado de la humanidad. De no hacerlo, ya pueden ir preparando las esquelas mortuorias, pues el cinematógrafo muere sin remedio. yo te maldigo!” —¿A qué va la gente al cine?—pregunta con simulada candidez este escriba. —A ver las vistas—oigo que me responden los millares de bocas compañeras de los millares de ojos que leen estas líneas. Y al oír esto, hago como que me enfado; me irgo con el vigor de un veterano de la. vieja guardia napoleónica; tomo un trago de whiskey escocés (dos dólares el trago) y ya, algo más calmado, muevo la cabeza de un lado a otro, lo cual significa que no soy de la misma opinión. A la simple vista, la respuesta parece muy ajustada a la lógica, pues ¿con qué otro propósito va uno al teatro sino con el de ver la función? Eso, ustedes, amables lectores, y yo, porque, gracias a Dios, tenemos sentido común y amamos el arte; pero la aristocracia, por ejemplo, ¿no va a la ópera con el único y exclusivo objeto de exhibir sus vistosos trajes y sus iridescentes joyas? ¿Qué entienden de música, o de canto, o de arte dramático esos escaparates ambulantes con más guindalejos que un general? No todos los que van a un balneario lo hacen por las propiedades medicinales de las aguas, ni los que asisten al templo van en busca del consuelo espiritual que la religión les brinda. Con una mano puesta sobre lo que me queda de corazón y la otra en actitud de detener el tráfico, declaro ante mis jueces que la mayoría de las gentes va al cinematógrafo a Enero, 1921 < Por LUIS G. MUÑIZ pelar la pava. En seguida, colocándolas en jarras, amplío mi declaración diciendo que el cinema es el moderno Templo de Afrodita; y, si me ponen mala cara, soy capaz de asegurar que es una feria donde se refugian los enamorados. Al pensar los innumerables beneficios que, merced a unos viles centavos, el cinematógrafo proporciona a la humanidad que ama, yo, joven (relativamente), gallardo (lo dice mi novia) y calavera (lo gritan mis amigos), siento un nuevo ataque de furor lírico y exclamo, con voz velada por el sentimiento: ¡Admirable invención, bendita seas! Cuando relato los detalles del nuevo descubrimiento lumínimo a mi amiga doña Filomena Trastoviejo, que acaba de “enganchar” a su última hija, noto que le tiembla la plácida papada y que se le encandilan los ojos. — Si llevan ese nefasto invento a la prác tica, las madres con hijas casaderas protes tarán unánimemente. Yo tenía cuatro faldas en Casa y me era imposible salir de ellas. No hice más que dejarlas ir al cine con sus amiguitos, cuando bien pronto descubrieron éstos las innegables dotes domésticas y los grandes encantos en mis hijas. Y ahí las tiene usted todas “colocadas”. ¡Oh deliciosa obscuridad! ¡Oh dulce penumbra! ¡Ah bendito y loado cinematógrafo! Tú le has arrebatado a la hermana Luna el título de protectora de los amantes. ¡Cuántos idilios, tiernos y silenciosos, se desarrollan al abrigo de tus excitantes sombras! Nan, amada mía, la de las ondulantes hebras de oro bruñido, ¿no recuerdas, en la primavera de nuestros amores, cómo “huyen do del mundanal ruido”, buscábamos ansiosos el plácido retiro de un cinematógrafo, y allí tomando en las mías tus manos suaves y delicadas como las de una duquesita de Versalles, te secreteaba al oído frases candentes que te hacían mover en el asiento como si punzantes alfileres te mortificasen las carnes? ¿Qué nos importaba a nosotros en aquellos momentos que Charles Chaplin le estrellara un pastel en la cara a un pobre transeunte; o que Douglas Fairbanks se viera obligado a salvar un abismo sobre un puente hecho de aire comprimido; o que Mary Pickford, con un millón de dólares al año, anduviese paseando miserias por los arrabales neoyorkinos? No, señores autores y empresarios, no se pavoneen ustedes creyendo que todos los que concurren al cine lo hacen con el propósito de gozar de los esperpentos que ustedes les ofrecen. Sus abominables refritos se aprecian y se agradecen, no por lo que son, sino por lo que encubren. Cualquier día de éstos, los interesados en la industria cinematográfica se darán cuenta de lo que digo, y entonces el salón más concurrido no será el que anuncie los termas más espeluznantes ni las ñoñerías más sentimentales sino el que, con discreción y tino, ofrezca a la concurrencia una obscuridad más propicia a las empresas amorosas. En cuanto al badulaque que pretende derramar luz en el recinto donde es justicia que reinen las tinieblas, le repetiré, como estocada final, la frase lapidaria atribuída a Enrique Uhthoff: Sic transit gloria mundi! Después de lo cual tienen ustedes mi permiso para trasladar sus restos mortales al camposanto. Esta es una escena de “Los dados del destino”, en la que H. B. Warner, con sombrero de paja, hace de protagonista. Por lo que se puede deducir, la chica se laisse faire, como dicen los franceses. No sabemos qué papel pinta el señor ese del bombin y la cara de pocos amigos, ni a qué viene lo de la florecita en la mano. > PAGINA 34