Cine-mundial (1921)

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jito que tenia en la mano y que sale a relucir en “El Lirio Dorado”. Alentado por la buena suerte que presidió a mi primera serie de preguntas, fuíme en busca de Betty Compson, a quien encontré en los talleres de “Goldwyn”, radiante de juventud, de belleza y... de picardía (esto último lo noté cuando comenzó a responderme. Es decir, apenas comenzaron las hostilidades). —¢Quién es su admirador favorito, señorita Compson? —Juan Pérez—me respondió mente. Y al ver mi aire de estupefacción, añadió: —Juan Pérez no es, a mis ojos, una persona, sino todo un pueblo. Juan Pérez representa los millones de aficionados al Cine, en todo el mundo. Juan Pérez es mi admirador favorito. Apenas me había repuesto de la primera sorpresa, cuando caí en la segunda. —Si no fuera usted una estrella de cine, ¿qué querría usted ser?—inquirí un poco inquieto. —jDos estrellas de cine!—replicé Betty. Aquello se ponía un poco fuerte. Y, muy serio, por temor de quedar en ridículo, dije en voz baja y un poco vacilante: —¿Y su ideal en cuestión de primeros actores? —¡Ah! Mi ideal: debe ser alto, moreno, fuerte, de ojos castaños, dientes blanquísimos, orejas pequeñas y gran simpatía. Una vez más me sentí por los suelos (ideológicamente) y me levanté con grandes dificultades, para hacer la pregunta del “momento desconcertante” a la que ella respondió: impulsiva —Debe haber sido cuando un amigo de mi familia quiso que le confirmara yo la noticia de mi entrada, como actriz, en el mundo cinematográfico. Mi derrota completa vino cuando quise saber cuál era la cinta mejor, en opinión de Betty, que me declaró a quemarropa: —No hay cinta mejor, porque son dos las que se llevan la palma este año, y las dos de marca “Goldwyn”: “Alma en Pena” y “Madame X”. ¡Tableau! Dos días necesité para resolverme a endilgar las cinco preguntas a otra actriz. Por fin, ya con más ánimo, dirigíme a Lucy Cotton, que tiene unos aposentos verdaderamente reales, en la calle 70, cerca de Broadway. La señorita Cotton ha tenido el gusto de ver, durante el último mes, cuatro películas suyas en Broadway, lo cual es algo extraordinario en esta ciudad de Nueva York. Lucy me dijo que su admiradora favorita era su hermanita Ruth que, según afirmó, “tiene más fe en mí y más entusiasmo por mis películas, que ninguna otra persona a quien conozco.” —Pero tal vez me equivoque—añadió.— Dígale a los lectores de CINE-MUNDIAL que me escriban a “Nevada Apartments” y me cuenten lo que piensan de mí y de mis producciones. Cuando le pregunté que qué hubiera querido hacer si no fuera “estrella”, me dijo que “se hubiera quedado en su casita, tratando de embellecerla y de hacer felices a los que en ella vivieran”. Lo cual me pareció muy bien. Su ideal de un primer actor es aquel que se olvida de que existe la cámara fotográfica y que no insiste en estar siempre en el centro del escenario. En cuanto al momento más desconcertante de su vida, según Lucy, ha CINE-MUNDIAL NORKA ROUSCAYA, la artista que con tantos admiradores cuenta en nuestros países y que, desde hace meses, se halla en los Estados Unidos, acaba de regresar a Nueva York después de un viaje prolongado por las principales ciudades de la república, donde recogió sus acostumbradas ovaciones. eee bía ocurrido precisamente una semana antes de nuestra conversación, cuando fué llamada a una especie de cónclave en el que había lo más granado de las damas que se dedican a la literatura y al arte y que habían decidido dedicar sus energías a la pantalla. —Cuando penetré alli—me dijo—comprendiendo la influencia que esas señoras tenían, me sentí pequeñita e insignificante y, antes de comenzar a hablar con ellas, pensé con terror si estaría a la altura de las circunstancias. Le aseguro a usted que nunca antes me he sentido tan mortificada en mi vida. Cuando le pregunté a la señorita Cotton qué película era, a su parecer, la mejor del año, me contestó que “Tramontando la Colina”, de Fox. —Esa cinta—añadió—es la encarnación del amor maternal en su mayor sublimidad y estoy segura de que tendrá un eco de emoción en todo el mundo. Apenas dejé a Lucy Cotton, me dirigí al Hotel des Artistes a buscar a Corinne Griffith. Y, a propósito, Corinne es preciosa en la pantalla, pero, en carne y hueso... es una maravilla. Y, al verme un poco cohibido, y al escuchar la serie de preguntas que le iba yo a lanzar a la cabeza, me dijo: — Usted y yo necesitamos fortalecernos un poco. Tomemos té. Y lo tomamos. ¡Qué té tan rico! Y los “sandwiches” que lo acompañaron tenían la forma de corazones... (esto es un detalle sin importancia, pero que me parece bien mencionar). —Señorita Griffith—pregunté al fin mientras acariciaba la oreja de un perrito de Pomerania que Corinne dejaba correr por la _ habitación y que vino a hacerme los hono res—¿quién es su admirador favorito? —Dos tengo—contestó después de pensar un poco.—Una es una japonesita que me escribe las cartas más interesantes que usted se imagine. El otro es un amiguito de Barcelony que es el único que me ha mandado un dólar por mi retrato. Todavía conservo el dólar ese, como recuerdo... Y, claro que tiene un retrato mío, grande, grande... —Después del cine, ¿qué ocupación prefiere usted? —Las tablas. Si no fuera por los contratos que tengo ahora que cumplir, estaría representando algo en el teatro. Probablemente dentro de poco me será posible seguir apareciendo en’ cintas de “Vitagraph” sin perjuicio de tomar parte en obras teatrales. .. —¿Cuál es su ideal de un primer actor? —éMi ideal?... Uno que parezca inteligente. —¿De modo que la inteligencia es lo primero para usted? —Absolutaniente. —¿Y cuál fué el momento más desconcertante de su vida? —Esa pregunta es la más fácil de contestar: fué cuando aparecí por primera vez ante los espectadores de un cine, en persona. Fué en Jersey. Y en el momento en que me presenté en el escenario, el dueño del teatro, en vez de apagar las luces que había en la sala y encender las del escenario, lo hizo al revés y durante varios minutos estuve hablando desde el seno de las más completas tinieblas a una audiencia refulgente de luz! Cuando las luces quedaron arregladas como debían, di un suspiro de satisfacción... y la audiencia también. Reconozco que dejé pasar mucho tiempo antes de hacer la pregunta siguiente. El té estaba excelente. Y la compañía, exquisita. Pero no hubo más remedio: —¿Cuál opina usted que sea la mejor cinta ael año? —“Allá en el Este”. Y nos despedimos. Pero al ir a tomar el elevador me di cuenta de que había olvidado mis guantes. Naturalmente, tuve que regresar a recogerlos... Y cabe, para terminar este artículo interrogatorio, hacer una última pregunta: ¿Olvidé realmente esos guantes en la sala de Corinne? A ss SN A A RS PÁGINA 103 ENERO, 1921