Cine-mundial (1921)

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CINE-MUNDIAL = ty A los Compradores del Exterior A REPUTACION a que nos han hecho acreedores nuestros económicos y eficientes servicios en la compra de atracciones cinematográficas para nuestra clientela, han hecho de LUPORINI BROTHERS uno de los ma yores representantes de los compradores extranjeros en los Estados Unidos. Nosotros representamos firmas de la más alta reputación únicamente—y no nos interesan los compradores de ocasión, porque, siendo nuestros beneficios absolutamente nominales en cada caso, y queriendo mantener la presente superioridad de nuestro servicio y la economía y eficiencia de nuestras operaciones, necesitamos de una clientela consecuente y digna de toda confianza. Nuestro éxito se basa completamente en el servicio que rendimos, el dinero que economizamos a nuestros clientes y, al hecho de que conocemos el verdadero valor de las películas y tenemos fondos disponibles para comprar cintas cada vez que se presenta una ganga, aprovechando así toda buena oportunidad. Si usted tiene intención de comprar en este mercado, — el mayor centro cinematográfico del mundo, — nada que no sea la mejor representación podría satisfacerle. Antes de aventurarse a incurrir en gastos innecesarios o experimentos con firmas de menos responsabilidad reconocida, escríbanos sim falta a nosotros; pidanos todos los detalles que desee. Y, lo que es mejor, diganos qué es lo que usted necesita y denos la oportunidad de demostrarle lo que LUPORINI BROTHERS significa. Dirijase a LUPORINI BROTHERS 17 WEST 44TH STREET, NUEVA YORK, E. U. A. 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Quería toda su confesión, zahondar en su alma sin resistencias de pudor o convencionalismos, estudiar, en una palabra, su caso con toda la atención psicológica a que incita una mujer con historia, juventud y belleza. — Esta es mi casa, Adda — le dije al tiempo que abría la puerta —: esta es la sala, el estudio, la biblioteca, el fumador, la oficina... todo en una pieza bastante grande. — Muchos libros — comentó inspeccionando con una inteligente mirada las diversas estanterías. , —Bastantes papeles, sí, y algo de polvo por todas partes. Al fondo están dos habitaciones para mi aseo y descanso. Pero.. siéntese usted en esta butaca y hágame el favur de considerarse en su Casa, en presencia de... un hermano. —Gracias, asi lo creo. — Puede usted dejarme el abrigo y el sombrero, si le place. Hay buena calefacción. Y como ella asintiera, me apresuré a despojarla del abrigo, teniendo buen cuidado de proceder con extrema delicadeza al tirar de la manga izquierda. Me sonrió agradecida. Ocupé la otra butaca, corriéndola antes a su lado lo bastante cerca para escucharla y observarla con atención y sin embargo lo bastante separada para no pretender una familiaridad demasiado rápida. — Perdóneme mi olvido. Le puedo ofrecer desde luego té, pastas, dulces, pasteles. . . lo tengo a mano. —Gracias; ahora nada deseo. — Pues, entonces, la escucho. — Le había dicho a usted en el restaurante que mi brazo “anterior” quedó en “mi” tumba. El que ahora uso — y lo movió lentamente en diversos sentidos — es artificial, articulado y bastante cómodo. Naturalmente que no es como el “otro”, pero lo substituyo con aparente semejanza... Le contaré mi historia; es tremenda; parece inverosímil; comienzo... Hace siete años, cuando yo tenía diez y ocho (sonrió y se alisó el cabello con su mano “buena”) padecí mi primer ataque. Mis padres se habían radicado en Boston; eran profesores en uno de los mejores colegios particulares de aquella ciudad y yo, hija unica, recibí una esmerada educación. Disfrutábamos de excelentes relaciones y no me faltaron pretendientes que con toda formalidad solicitaran mi mano. Uno de ellos, el más apasionado, poseía un temperamento tan vehemente y era de una sensibilidad artística tan exquisita, que logró interesarme hasta el punto de que concertamos nuestra unión legal al mes de conocernos. Una mañana, Frank, mi novio, vino a despedirse. Iba a emprender un corto viaje pa — > PÁGINA 372