Cine-mundial (1921)

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CINE-MUNDIAL la que sea uno de los doce hombres que entienden Teoría Einsteiniana. —j Bah! Ignora usted, sin duda, que fuí yo el que descubrí a Einstein. —Y puede que sea yo el hombre que lo descubrió a usted, Mister Martin. —¡Eso no!... ¡Yo me descubrí a mí mismo!... ¡Largo de aquí! —Alto ahí, ex-simio señor. Yo no vengo a imponerme con chantages; pero si yo le dijera a los lectores de mi revista que usted se sienta al desayuno en payamas y descalzo, le desterrarían de la pantalla para siempre. —Precisamente es lo que deseo yo, el destierro, un perpetuo ostracismo. Ya me tienen hartos todos ustedes y sus barbaridades y sus líos. La cosa no iba sobre aceite. El Sr. Martin empezaba a dar muestras de nerviosidad. —Tome usted un plátano — dije alargando un hermoso banano que me había traído adrede. —No. Yo no como eso. Yo soy persona decente. Los chimpancés tragan bananos. Yo soy un orangután. Bien, ¿y cuándo va a marcharse usted? ; Por toda respuesta, sentéme frente a Joe. Saqué de mi bolsa un fresco y redondito coco, y comencé a pesarlo, pasándolo de una a la otra mano. Los ojillos de Joe Martin se inquietaron y seguían con goloso relampagueo el vaivén de la golosina predilecta. — Hasta qué grado seria especialísima la entrevista que pueda tener yo hoy con usted, Sr. Martin?— pregunté. —Tan especialísima como la capucha de pelo de un ermitaño — dijo Joe poniéndose de pie... — Venga usted. Usted es un entrevistador de verdad, y simpático. Venga acá y podré hablarle en confidencia. Joe dió un puntapié al plato de alcachofas y, tomando en una de sus poderosas garras mi mano y en la otra el coco vencedor, me condujo a una salita en la que Darwin se hubiese sentido como en casa. Era una selva en miniatura, con suelo de pura tierra maciza, yedras por doquiera y techada por espesa malla de viñas, ramas y bejucos. Joe fué de un salto a suspenderse en una de las ramas y, en esa posición familiar (Continúa en la página 436)