Cine-mundial (1921)

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CINE-MUNDIAL Frente a la taquilla del “Rivoli”, en Broadway, la noche del estreno de “ANA BOLENA” La Novela de la Administración de un Cine ESDE que los ingleses penetraron en la India, los franceses en Tahití y los yanquis en las Islas de la Micronesia, dicen los escritores decadentes que ya no existe romanticismo, o lo que sea, por ninguna parte. Algo hay de eso. Entre el teléfono, los ferrocarriles y la telegrafía sin hilos, hemos quedado, al parecer, enmarañados en la tela, complicada pero vulgar, de una civilización que no ofrece nada curioso, nada único ni original, que nos dé una sensación nueva y sobre todo una sensación negada al resto de los mortales... ¿A dónde irá a parar éste? — pensarán los lectores. Calma, señores; calma. Es cierto que ya no hay lances medioevales, de los de capa y espada, ni torneos, ni duelos que valgan la pena, ni ninguna de esas aventurillas sabrosas que nos hacían la boca agua cuando teníamos quince años y nos proponíamos, después de leer “Gil Blas” o “Los Tres Mosqueteros”, lanzarnos por ahí a desfacer entuertos y a ejecutar maravilla y media. Pero, por una paradoja de los tiempos contem Por FRANCISCO JOSE ARIZA poráneos, lo novelesco y lo original se ha refugiado en donde menos se le espera y el repórter se sorprende de topar con... con que tiene mucha, pero muchísima miga, por ejemplo, la manera cómo se administra el cine más céntrico, más popular y más afamado de Nueva York; el “Rívoli”, en Times Square, es decir en el corazón mismo de la urbe monstruosa. Para encontrar algo novelesco en las butacas de un cine de la calle Cuarenta y Dos—sobre todo si están sin ocupar — se necesita muy buena voluntad. Pero ya dije que la época contemporánea tiene muchos caprichos. Y éste es uno de ellos. El “Rívoli” es hermano gemelo del “Rialto”. Y dejémosnos de prólogos. Yo tenía la idea de que el personal administrativo de un cine — así se llame “Azul” como “Bijou” y lo mismo si está en Canarias que a las faldas de Borinquen — se componía de un propietario, encargado de comprar las películas, de presentarlas y de pagar los sueldos; de un operador que las exhibe sobre la pantalla, de una muchacha guapa (o Junio, 1921 < fea) que venda los billetes y, si acaso, de un tenedor de libros que lleva las cuentas o se encarga de enredarlas, según el caso. Pero esa idea demuestra mi ignorancia en cuestiones de administración cinematográfica, como verá el curioso lector. Hace un par de semanas, yendo a buscar a un amigo que trabaja en el “Rívoli”, me enredé por los pasillos y, sin saber cómo encontrar la salida, me colé de rondón por la primera puerta que hallé abierta. Dentro había unas mesas inmensas, sobre las cuales se extendían unos papelotes llenos de rayas de todos colores y con aspecto de mapas. Creí que era el cuarto de arquitectura, construcción y planos de ingeniería, porque el despacho todo y cuanto en él examiné, me recordaba las oficinas de un constructor de puentes y Caminos. Y, como soy curioso, miré el rótulo que había en la puerta y lef estupefacto: “Departamento de Teneduría de Libros”. Desde ese momento datan mis investigaciones. Hay que convenir en que tiene mucha gracia eso de encontrarse con que la > PÁGINA 398