Cine-mundial (1921)

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Monsieur de la “Chemisiére’ LOVIA a chuzos y sin embargo no era de noche cuando, en compañía de otro amigo de la Famous Players-Lasky Corporation, nos colábamos al Hotel Astor destilando gotas de la hermana de Amado Nervo por todos los cuatro costados, pero con la perspectiva de un menú de cuatro platos y cinco discursos, a cuál de ellos más suculentos. Ya en el gran salón de recibo topamos con Arthur J. Lang, que nació en Yanquilandia por equivocación, y pasamos la vista por la concurrencia, numerosa a pesar de la lluvia, bulliciosa como que se trataba de una reunión de latinoamericanos en su mayoría, y pintoresca por la misma razón. El bigote chaplinesco y las cabelleras tiradas a cordel hacían contraste con los rostros pelados y las calvas lumínicas de los vanquis, listos siempre para tomar en serio las cosas más triviales, y para inyectar gotas humorísticas en las cosas más solemnes. —Cambia la tarjeta del puesto para que quedemos juntos a la mesa...— me dice Alfredo de León, que en aquellos momentos indicaba a tres o cuatro inexpertos el sitio y la manera de entregar el sombrero y el abrigo al mozo. A de León le ha dado por convertirse en buen recién venidos por samaritano de cuantos estas tierras desconocen hasta la manera de dar propinas y, o le tienden, sonrientes, diez centavos a un camarero del Plaza, o sueltan un dólar en fonda de la Sexta Avenida, con el guiente desmayo del mozo y general de la concurrencia. Y así se dió principio al almuerzo que en honor de Colombia daba una casa de propaganda publicista, a razón de dos dólares y medio por cabeza. Earl Harding, yanqui de mucha espuela y gran simpatía, nos echó un discurso de rechupete. Elogioso pero digno. Supo mantenerse en aquella esfera tan difícil de sostener cuando se trata de ensalzar a o a un pueblo. Fué fué servil. Y Colombia sin una consiestupefacción una persona encomiástico, pero no supo deshojar una flor ante arrojar lodo al rostro de su patria. Las palmas que se llevó dijeron muy bien qué clase de audiencia le Fueron palmas espontáneas y quienes escuchaba. sinceras de apreciaron la salida airosa de difícil. El segundo discurso lo pronunció un joven profesor de la Universidad de Harvard. Elaborado sobre líneas científicas y comerciales, no tuvo el mismo efecto entusiástico del anterior, pero tampoco adoleció de la más lige una situación ra mancilla ni de la más remota indiscreción. Terminados los anteriores, hizo el panegírico de Colombia y de los colombianos en forma digna y sin tacha, el presidente de la dos discursos en que se casa obsequiante anunció que deseaba presentar a la concurrencia un ejemplar del tipo más alto del caballero colombiano, quizás con el objeto de probar que los elogios de los dos previos oradores no eran exagerados. Y entre una granizada de adjetivos rimbombantes y so noros presentó al señor Abel Camacho como a uno de los representantes más genuinos de la inteligencia y el saber colombianos. Físicamente no nos hacía mucha gracia hombre colombiano pur veces en lanzase a nuestro alto del este detalle es a aquello de que se como el tipo más sang, pero como CINE-MUNDIAL Por NICOLAS DIAZ (Muñeco de Ariza) AQUÍ TIENEN UDS,, SENORES, UN PRODUCTO TÍPICO DE COLOMBIA gañoso aguardamos a bañarnos en los rayos de su intelecto. En todo caso, se hizo un silencio y—se rompieron los fuegos. Desde las primeras frases sentí un pisotón tremendo que me arrimaba de León en el callo más sensible de mi colección. Y a medida que el orador “progresaba”, soltando cada barbaridad en un inglés de White Chapel y Bowery combinados, los pisotones menudeaban en un crescendo alarmante y amenazador. A los dos minutos de perorata, y apenas salido de los preliminares de rigor, el “orador” entró en “materia”. Nos contó, pues, que a él, y solamente a él, se debía la génesis del tratado por el cual los Estados Unidos pagan a Colombia veinticinco millones de dólares por la separación de Panamá y pérdida del Istmo, afirmando que durante su permanencia en París en 1913 había recibido una comunicación del candidato Concha, resumiéndole las concesiones que el entonces Presidente Restrepo creía necesario hacer al gobierno inglés, por conducto del primer lord que allí se conocía en carne y hueso, y las cuales equivalían a regalar la mitad de los derechos de la república! Camacho entonces se comunicó con el director en París de un diario neoyorquino, y por este conducto, con las autoridades de Washington, advirtiéndoles del peligro que esto constituía para el gobierno americano, quien inmediatamente salvó la situación autorizando el tratado y los veinticinco de marras. Este fué, pues, el origen del tan discutido tratado. Y nuestro orador se queda tan fresco como un melón y sonríe saboreando el efecto! Nos está vedado en estas columnas entrar en disquisiciones políticas de nación alguna, y por lo tanto no podemos detenernos a comentar como se debe semejante exabrupto. Pero creemos que el orador podría haber , apelado a medios distintos para captarse el favor de los yanquis sin necesidad de arrojar lodo sobre una de las figuras más brillantes — y sobre todo más honorables — que han honrado el solio presidencial de Colombia! Pero la sorpresa estaba al final. La gran sorpresa cómica del acto, que llenó de regocijo a toda la concurrencia. — Aquí tenéis — exclamó dirigiéndose a las damas y desenvolviendo una prenda íntima de mujer — una muestra de las bellezas que se. hacen en mi patria. Esta es nuestra especialidad! — Y ante la estupefacción general, que se convirtió en risa por toda la compañía, nos enseñó algo de intimidad de alcoba para lo cual no estábamos preparados. —Esto es lo que yo llamo en francés “chemisiere”, porque no me atrevo a mencionarlo en inglés! Una chemisiere deliciosa, señoras y caballeros! Despampanante! ¿A ver cuál de ustedes ha visto algo semejante a esto en su vida? Y en actitud de cacharrero de provincias ondeaba en alto la prenda voluptuosa, sugestiva de carnales promesas, deslizando las manos sobre los pliegues sedeños en caricia de complacencia senil... —HEsto es — continuó — lo que nuestras damas en Colombia producen; ellas no tienen la habilidad de sus hermanas del Norte para los negocios, pero ciertamente que sf saben cómo se gobierna una casa y se borda una “chemisiere”... Y las damas presentes — que por suerte eran pocas — quedaron maravillandose si aquello había sido una flor—o un insulto! El ridículo entre hombres es tolerable, pero cuando se quiere entremezclar en él a las mujeres — no hay derecho! Y así, y devolviendo a de León uno de los pisotones que le tenía cargados en cuenta, salí del salón con el humor más negro que un prohibicionista. Por los pasillos iba ya también Hermida con el rostro congestionado y lanzando cada carcajada que alcanzaba a oírse del Bronx. —Arrea, hombre! — me gritó —. Este es el vaudeville más cómico de que haya gozado en mi vieja juventud en Nueva York, Londres o Kalamazoo! Despampanante! Ese hombre es un monumento, como diría Machoborruz! Y como Hermida ha tenido siempre ideas muy peregrinas acerca de los colombianos, quise salirle al paso... -—Pero, vamos; di... ¿qué diablos es lo que te hace tantisima gracia? ; —Jah! Jah! Jaaa! Hombre! Que han quedado ustedes a la altura del betun! Valentino en lios conyugales Jean Acker, actriz que, en la vida privada es la esposa de Rudolph Valentino, el “Julio” de “Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis”, acaba de presentar demanda en contra de su marido, exigiendo separación matrimonial con su correspondente manutención y pago de gastos y costas, basándose en que, según afirma, el actor la ha abandonado. Valentino ha declarado ante el tribunal de Los Angeles que entiende del asunto, que la verdad es que su mujer es la que lo ha abandonado a él. De modo que vayan ustedes a averiguar... Junio, 1921 <———— === > PÁGINA 474