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CINE-MUNDIAL
COMPRENDIDO
2 OIR ARO
JUAN fimplezas
O VI que avanzaba por la calle ciento veinticinco con la rapidez del hom
bre que ha divisado un acreedor a plazos o del autor dramático que corre
a casa del amigo a fin de leerle su última obra antes de que se siente a
la mesa. Cuando estuvo más cerca, noté que traía el gesto avinagrado y empuñaba uno de esos bastones que suelen servir de argumento final en las polémicas de prensa. No pude menos de detenerle e inquirir la causa de aquel continente descompuesto y aquella prisa.
—Es que voy a castigar a un miserable a quien no menciono por no inmortalizarlo — me contestó él echando candela por los ojos y pidiéndome un cigarrillo.
La verdad es que Virgilio Dante Zumalacárregui y Castelfidardo estaba soberbio, fulminante, olímpico. Yo me di clara cuenta de que era capaz de cualquier desaguisado; y traté de apaciguarlo, invitándolo a que tomásemos algo en alguna de las fondas vecinas.
—Gracias, gracias... Con la cólera se me había olvidado hasta desayunarme — observó él a tiempo que me guiaba suave y arteramente hacia un local en cuyo escaparate se veían varios pollos ensartados en un asador que daba vueltas con la tenacidad de una idea fija.
Guardamos religioso silencio durante unos diez o quince minutos. Pero agotada
IVANOVITCH
la materia, y mientras el mozo nos traía el café y los cigarros, me aventuré a preguntar de nuevo a Zumalacárregui por la causa de su enojo.
— Ah! — dijo volviendo a meterse en el bolsillo de atrás del pantalón un rollo de cuartillas que había sacado hacía unos momentos y en la primera de las cuales
alcancé vo a leer este epígrafe verdaderamente amenazador: Nelumbos del Exilio, versos divinos y humanos, originales de Virgilio Dante Zumalacárregui y Castelfidardo, víctima irreductible del sátrapa y miembro del grupo Clarté de Henri Barbusse. —¡Ah...!
—Si, poeta, ya sabe que estoy preparando un estudio sobre los revolucionarios latinoamericanos. Todo lo que se relacione con ustedes me interesa muchísimo.
— Pues oiga, y juzgue si tengo razón para sentirme indignado. Resulta que hace una semana voy yo por la Sexta Avenida con una hebrea cuando oigo que me gritan en español: ¡Niño Virgilio! ¡Niño Virgilio Dante! Vuelvo a ver quién es, y me encuentro con una mulatona a la que no reconocí así de momento pero que resultó ser una antigua cocinera de mi casa, precisamente la que me inspiró aquellos alejandrinos juveniles que tanto le gustaron al pobre Rubén cuando estuvo en Nueva York:
Princesa de las manos fragantes y sutiles que pasas por mi vida como por el desierto las gacelas sondmbulas...
— Pero bueno — interrumpíle, temeroso de que siguiera con los doscientos y pico de versos restantes — ¿qué hay del miserable ese a quien usted iba a castigar?
—¿A quien iba? ¡A quien voy apenas haga la digestión y me fume este cigarro! Verá usted. Graciela vino a dar a esta urbe yo no sé cómo. Se casó con un yanqui de la calle Ciento treinta y cinco y vive hecha una condesa entre Lenox y la Quinta Avenida. Naturalmente, se puso loca de contento al verme y me presentó al marido que iba con ella. Virgilio Dante Zumalacárregui and Castelfidardo, Spanish American poet and periodical man: glad indeed to knock you— dije yo estrechándole la mano efusivamente al muy zonzo que se quedó mirándome como lelo. Sin duda le parecía mentira que pudiera ser verdad todo aquello.
Total, para abreviar: que tanto el marido como la mujer nos hicieron mil ofrecimientos a mí y a la hebrea, poniéndose a nuestras órdenes en todo y para todo.
—¡ Ah, vamos, ya caigo, usted...!
—¡No, no, no; nada de eso! Que yo tuviera mis devaneos con Graciela allá en mi tierra, se explica: a falta de pan... ¡Pero aquí! No me juzgue usted de tan mal gusto. Ya se sabe que las yanquis se mueren por nosotros los latinos. Les encanta nuestra impetuiosidad, nuestro lirismo, nuestra esplendidez, nuestra...
—Pero vamos al cuento, hombre, que me tiene usted curioso.
—Pues nada: anteayer por la mañana amanecí sin un centavo. Usted comprende: un poeta, un idealista es aquí un incomprendido, un paria, una víctima del mercantilismo ambiente. Ya se sabe que estos yanquis no le tienen ningún respeto al genio. Bueno, amanecí sin un centavo y debiéndole a la señora de la casa como cuatro semanas. Me acordé de Graciela, y le escribí un papelito diciéndole que me mandara cinco pesos prestados. El muchacho que llevó el recado volvió al poco rato con tres pesos solamente y razón de Graciela en la que me pedía que la dispensara: que el marido no estaba en la casa y que ella no tenía más en ese momento, pero que me mandaría el resto apenas pudiera.
Se pasa todo el día de anteayer, el de ayer... ¡y
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Junto, 1921 <