Cine-mundial (1921)

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iy nada, los dos pesos no parecian por ninguna parte! Tal vez será que la pobre anda escasa de dinero, pensaba yo, y como nunca me ha gustado cobrar ni que me cobren, no quise mandar al muchacho otra ayer... vez. Pero, como usted comprenderá, yo no podía tampoco perder ese dinero. Hoy por la mañana le escribí a Graciela otro papelito recordándole el asunto. ¿Y sabe usted lo que me contestan ella y el zanguango del marido? ¡Que soy un descarado! — se puso en pie. ¡Que qué me estoy figurando! — tomó el sombrero. ¡Que si me he creído que ellos me van a mantener! —empuñó el bastón. ¡Que trabaje! — tornó a sentarse, y sacando del bolsillo el rollo de marras: CINE-MUNDIAL | JUAN ¡implezas —Bueno, hablemos de cosas más gratas. Voy a leerle algo de mis Nelumbos del Exilio. Son quejas de un incomprendido... Estados de alma, casi todos inéditos. Verá usted: Bajo el zafir azul de la onda verde en la gloria del mar, mágico pez, mi corazón se pierde... ¡Soy un hijo del mar! Soy un hijo... —Dispense, poeta — dije mirando el reloj y pagando la cuenta — pero usted sabe, la prosa de la vida... — Sí, sí... — contestó él; y luego acercándoseme como para darme un ósculo — ¿Tiene usted ahí medio peso? AANIIIIAIIIIULIONAONI ANTIMONO UOTIN TOUTOTAN OOOO O OO RADAR NUOTO ANOO OA OUNO OOOO DADON OAIT OA ALASCA EXTRANOS DOMICILIOS Por NARCISO DIAZ DE ESCOBAR O SIEMPRE hemos de referir a los amables lectores de CINE-MUN DIAL cuentos o chascarrillos oídos acá y allá, aunque modificados en parte, a fin de llenar el objeto que nos proponemos. Hoy nos corresponde relatar una escena del género cómico, que presenciamos hace pocas noches y que es reflejo de la verdad, aunque algún detalle parezca inverosímil. La gran afición que se viene despertando a los cines en España, que en vez de disminuir crece y crece como la espuma del jabón cuando se le agita, hace que ya no sea únicamente en los centros de las poblaciones, sino en los barrios de las afueras donde se instalan, siquiera sea con modestia relativa. En Málaga, donde por nuchos años sólo existió un Cinematógrafo, hoy se hace difícil recontarlos, pues aunque la Catedral indiscutible del género, es el Cinema Concert y sus Parroquias auxiliares pueden ser Pascualini, Petit Palais y Victoria Eugenia, en los arrabales, en el Pedregalejo, en el Camino de Sudrez y en otros puntos abundan, aunque algunos de ellos vivan de milagro y sobre todo porque no se enteró de su exis tencia la Junta de Espectáculos que procura demostrar actividad en el cumplimiento de las Leyes, aunque no siempre se vea obedecida. Allá en el corazón del barrio de... (silenciemos el nombre), un industrial que del asunto no entiende una palabra, pero que tiene suerte indiscutible, utilizando el patio de un corralón tan grande como sucio, tan destartalado como ventiladísimo (pues está a todos los aires), construyó un Cine, sin más gasto que una cabina forrada de zinc y un lienzo que cogía parte del corredor central. Puso en el patio un par de cientos de sillas y unos bancos detrás. ¡ Y ya tenemos un salón para espectáculos! Le dió el nombre rimbombante de Cine de Terpsicore, aunque seguramente no sabía quién era esta señora, ni si era Diosa del Baile, ni si existió o no existió, y alquiló un pianillo de manubrio para llamar gente. Y no crean ustedes que el negocio fracasó. Todo lo contrario. Los Jueves y Domingos el “Salón Terpsicore” estaba rebosando público, que no teniendo dónde sentarse ni veía ni dejaba ver. No pregunten mis lectores qué clase de gente se daba allí cita. Lo mejorcito y lo peorcito del barrio. Después de todo eran espectadores de buena fe que lloraban con las películas dramáticas, se aterrorizaban con las policíacas y se reían a mandíbula batiente con las cómicas. Soñaban con Charlot y adoraban a la Bertini. Llegó a Málaga un notable periodista madrileño, de reputación envidiable como novelista, y se propuso visitar todos los rincones de la tierra de las pasas y los boquerones. Sobre todo no dejó de ver un salón de diversiones, desde el aristocrático Cervantes al plebeyo Chinitas, desde el Cinema-Concert al Salón Terpsicore. Algunos compañeros nos ofrecimos a acompañarle. Una noche de diciembre, en vísperas de Pascuas, nos presentamos allí cuando se exhibía la película de gran atracción “El caballo salvaje” o el “Indio de las plumas azules”. No había un sitio vacío. Confesamos, en honor a la verdad, que nuestros ojos más que en el lienzo se fijaron en un par de percheleras de ojos negros “que quitaban la cabeza” y unos cuerpos dignos de esta tierra de María Santísima. Ellas se reían de los señoritos y nosotros nos entusiasmábamos mirándolas, sin preocuparnos de sus bromas y burlas. Hubo guiños y nues “ tro amigo madrileño estaba encantado de que lo hubiésemos llevado a tan apartado lugar. De pronto se promovió un jaleo espantoso. Gritos, apretones, unos que corren, otros que tratan de esconderse y una voz de mujer que gritaba: —¡Socorro! ¡Guardias! ¡Guardias! Los guardias no llegaron, pero sí unos acomodadores de gorra galoneada, y el dueño del cine. ¿Qué pasaba? ¿Por qué escándalo seme| jante? Un tantico curiosos y nada asustadizos, nos acercamos al lugar del suceso. Todo estaba ya aclarado. Dos raterillos, el uno como de veinte años y el otro más joven, aprovechando el bullicio, habían intentado apoderarse del bolso de una jamona que, tranquilamente, se embobaba admirando al “indio de las plumas azules”. Los discípulos de Caco cayeron en manos del dueño y éste los llevó a la contaduría, donde recordando que el refrán dice, que más vale tarde que nunca, a la media hora se presentaron dos agentes de Seguridad, que venían de dar una vuelta a la manzana. (j Vaya una manzana grande!) Gran trabajo costó que los rateros, que eran dos gitanillos bastante graciosos y listos, dijesen sus nombres, pues se limitaban a repetir protestas de inocencia, a pesar de que el bolso se le había cogido a uno de ellos debajo de la camiseta. Uno de los guardias, el más viejo de los dos, dirigiéndose al que había dicho llamarse Antoñuelo el “Pinchajigos”, le preguntó: —Bueno, ahora dime dónde vives. Con gran frescura el interrogado exclamó: —En nenguna parte. —¿Cómo? —Yo no tengo casa... como rancho en la puerta del Cuartel y duermo en los bancos del Muelle. : E El agente comprendió que no le mentía. Como ese golfo conoció muchos. Entonces se dirigió al compañero y le dijo: i —¿Y tú granuja, dónde vives? Sonrióse el gitano, entornó los ojos y replicó: — Que a ónde vivo yo, señó guardia? Pues en el cuarto que cae encima del que vive mi amigo. Juro, 1921 << Phra 416