Cine-mundial (1921)

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simos pasaron antes de que .ueyorase mi si tuación. Fué un calvario. Experiencia, tenía yo mucha, pero la “escarcela” estaba siempre vacía... como el estómago. Mis compañeros de arte, iban en iguales condiciones. Sería inútil relatar todas mis tristes aventuras de aquella época. —Por fin, mi suerte cambió. Aparecí en un drama de Shakespeare en Buffalo. Para ir ahi, tuve que empeñar la única ropa de época que poseía, de modo que llegué a la ciudad sin indumentos teatrales y sin dinero. La obra era “Romeo y Julieta” y yo tenía el papel de Tybalt, que, por fortuna, me sabía de memoria, por haberlo representado varias veces antes. A partir de aquella noche, mis fortunas fueron por mejor senda. Hice un contrato para salir en compañía de la famosa trágica polaca Mme. Modjeska y consideré como realizados mis más gratos ensueños. —Muchas curiosas aventuras, y algunas de carácter cinematográfico, como la que relaté al principio, tuve en el curso de mis andanzas. Llegaba yo, una vez, a Muskogee, en Oklahoma. Iba a caballo por el campo, solo, cuando topé, a la vuelta de un recodo, con cuatro hombres que merendaban a la sombra de un árbol. Los tomé por “cowboys”. Uno de ellos, me invitó a compartir el almuerzo. Acepté y, por vía de agradecimiento, les dije: — Esta noche se inaugurará el nuevo teatro en Muskogee y querría que ustedes vinieran a la función, como invitados míos. Va a haber una gran función... —¿Función de qué?—dijo uno de ellos. —Una función teatral, pero asistirá a ella toda la población, porque antes de comenzar el drama, prestará juramento de ley el nuevo alguacil mayor, que se ha comprometido a agarrar a todos los que componen la banda de Jennings, el temible bandolero que tiene asolada a la comarca desde hace meses... Y tal vez ustedes quieran asistir... -—Puede ser que vayamos—me replicó sonriendo uno de los que comian.—Usted no sabe quiénes somos, ¿verdad? —Supongo que vaqueros—repliqué después de haberme fijado en sus trajes de jinete, sus caballos, atados por allí cerca y sus magníficas pistolas de repetición. —No—me dijo entonces el que hablaba.— Yo soy Al Jennings, el jefe de la banda esa... Y estos son mis muchachos. Lo mismo que en el Cine —Por poco me caigo al oír aquello. Pero, de todos modos, repetí mi invitación. Los cuatro caballeros del camino hicieron un significativo guiño y se despidieron sonriendo de mí. : —Cuando, aquella noche, apareci en el escenario, recorrí con la mirada la sala. En primera fila, más tranquilos que nunca y como si estuvieran en su propia casa, Al Jennings y sus tres compañeros presenciaban el espectáculo. Yo estaba sin duda más emocionado que ellos. A diez metros de distan cia, en un palco adornado a todo lujo, el nuevo alguacil. resplandeciente de fanfarronería, estaba recibiendo el mudo homenaje de la concurrencia... —No creo que nadie haya sido más audaz que Jennings y los suyos. Terminada la función, se fueron por donde vinieron, bajo las narices mismas de la flamante autoridad. —El mayor triunfo en mi carrera en las tablas fué la presentación, en Nueva York, de “The Squaw Man”, un drama del Oeste que se hizo en el Teatro Wallack, y que fué la sensación de la temporada. Desde aque Acosto, 1921 < CINE-MUNDIAL lla época, me dediqué exclusivamente a interpretar papeles de ese tipo. Nueve años duraron mis experiencias ante las candilejas con el carácter de “vaquero del Oeste”. De las tablas al lienzo —Luego, decidí dedicarme a las películas. La primera fué “El Trato” (The Bargain), fotografiada en el Gran Cañón del Colorado. Luego hice varios fotodramas del mismo carácter, de dos rollos cada uno. De entonces a la fecha, he aparecido en unas setenta producciones cinematográficas, la mayor parte de las cuales son de cinco tambores y Casi todas “del Oste”. Ahora produzco por mi cuenta. Y me gusta escribir yo mismo los argumentos. —El realismo es “La Biblia” de mis presentaciones cinematográficas. Siempre he exigido que los escenarios sean tal y como deben ser, que las armas sean de veras, que el que se arriesgue sea el actor mismo que hace de héroe, y no los substitutos. Esto ha estado a punto de costarme la vida más de una vez. Una de ellas, estuve a punto de arder vivo, haciendo “Hell's Hinges”. Se suponía que me sorprendían las llamas en una cabaña incendiada. Y me sorprendieron en verdad. Sufrí varias quemaduras dolorosas de las que aún tengo cicatrices. Otra vez, en una lucha que iba a haber en una taberna, se suponía que otro de los actores me daba en la cabeza con un jarrón pesadísimo. El encargado de la guardarropía era nuevo en el oficio y, en lugar de un jarrón de papiermaché, le dió al actor un jarrón de mármol. Se hizo la escena y, cuando volví en mí, estaba en el hospital con el cráneo cuarteado. Tardé más de seis semanas en volver al trabajo. Más adelante, en otra película, mi caballo se lanzó por una senda a través de la cual había una rama de árbol a la altura de mi pecho, que me derribó. El animal, asustado, me pisoteó. Siete costillas rotas me costó la rama entrometida. —El caballo de esta hazaña no fué mi “pinto”. que se llama “Fritz” y al cual le tengo el mismo cariño que si fuera una persona. Precisamente por eso y porque no quiero que le ocurra alguna desgracia, semejante a otras en que lo he metido antes, no he salido con él en ninguna película reciente, a pesar de que innumerables admiradores me piden que aparezca en mi compa El ídolo de la gente menuda ñía. Durante la guerra, cuando había restricciones alimenticias, con frecuencia recibía yo bultos llenos de azúcar destinada a mi “pinto”, que sus amigos mandaban “por temor de que, con la ley restrictiva, no tuviera el pobre suficiente dulce”. El “Pinto” le salva la vida —Dos veces hemos estado a punto de matarnos Fritz y yo. La primera me salvó él la vida a mí. La segunda, yo a él. Estamos en paz. —En “Mi Caballo Pinto” (“The Narrow Trail”) hay una escena en la que, montado en Fritz, atravieso un barranco sobre un tronco de árbol. Aquello tenía unos seis metros de altura y el tronco no era muy grueso. En el fondo de la barranca había rocas puntiagudas y peligrosísimas. Atravesamos la primera vez y no hubo novedad. Mi “pinto”, con toda sangre fría y firmes las patas, no resbaló ni una vez. Pero el fotógrafo quiso hacer un “primer término” y hubo de repetirse la operación. Fritz, que estaba orgulloso de haber salido bien del peligroso paso, no pudo entender cómo le exigían que repitiese una cosa que había resultado perfecta y se puso nervioso. Cuando íbamos a la mitad del trayecto, perdió el pie y rodamos al fondo. Caí debajo y con la cabeza di en una roca que me hizo perder el sentido. No podía moverme y las patas de Fritz estaban a cuatro centímetros de mi cuerpo. Con sólo que se hubiera movido, me habría destrozado completamente. Pero no se movió. Firme como una estatua, a pesar de su propio terror y del achuchón recibido, permaneció inmóvil hasta que me sacaron de entre sus cascos. —Desde entonces no he querido volver a arriesgar su vida. Año y medio después, sin embargo, andábamos buscando un sitio apropiado para sacar ciertas escenas en las que había necesidad de fotografiar una caverna. Después de mucho buscar, topamos con lo que queríamos, en la frontera de Sonora, en California. El argumento exigía que un río pasara a través de la cueva. Allí estaban el río, la caverna, el caballo y... un servidor de ustedes, aparte del fotógrafo y el resto del personal. Un drama en las tinieblas —La caverna estaba en las tinieblas y las aguas del río heladas, y tan profundas, que los que habían entrado a explorarla y sondearla, no le habían encontrado fondo. Hice entrar a Fritz al agua, cueva adentro. Pronto perdió pie y se puso a nadar, conmigo encima. Ibamos como a la mitad cuando. tropezó con una roca que sobresalía a la altura de sus rodillas. Creyendo que había tocado ya tierra, se alzó, perdió el equilibrio y, haciendo una pirueta, se hundió... conmigo en los estribos. Debemos haber dado lo menos seis vueltas sobre nosotros mismos antes de tocar el fondo. Luego, ascendimos... Mis pulmones estaban a punto de reventar cuando volvimos a la superficie. El “pinto” estaba en el colmo del terror y yo, por mi parte, me sentía bastante acobardado. La víspera habíamos dado un salto de veinte metros de altura y mis nervios estaban en punta... —En el trayecto del fondo a la superficie, el Pinto se había ido por su lado y yo por el mío. Al salir'al aire, yo me quedé a flote, pero él volvió a irse a pique. Creí haberlo perdido para siempre. Pero, por fortuna, volvió a salir. Lo agarré de las riendas y lo guié hacia la salida opuesta de la (Continúa en la página 584) > PÁGINA 545