Cine-mundial (1921)

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CINE-MUNDIAL Aprisionó el Canto del Ruiseñor— quedo inmortalizado por los siglos de los siglos .. . . JOSE ARIZA reir, Caruso ignoraba si tenía voz de barítono o voz de tenor. Después de servir en el ejército, hizo su debut en 1895 en el Teatro Nuevo de Nápoles, con una nueva ópera y fracasó de la manera más lamentable, a pesar de que ya en aquella época había recibido clases de canto en Rieti, con Vergine. No fué sino hasta 1898 cuando, bajo la administración de Sonsogno, del Teatro Lírico de Milán, asumió el papel de Marcelo en “La Boheme”, y obtuvo el primer éxito de su vida de cantante. Luego hizo una jira triunfal por toda Italia. De ahí pasó a Egipto, a París y a Berlín, y luego a la República Argentina, a Río Janeiro y a Londres. A partir de entonces data su sólida fama. Contratado por Maurice Grau para cantar en Nueva York, cupo al empresario Heinrich Conried presentarlo ante el público metropolitano. El veredicto popular lo consagró definitivamente en esta ciudad, en el año de 1903, cuando salió en el papel de Duque, en “Rigoletto”, el 23 de noviembre. Madame Sembrich hizo la Gilda. De entonces a la fecha, tan larga es la lista de sus triunfos, que resultaría tedioso el enumerarlos. En diez y ocho temporadas consecutivas en el Metropolitano, cantó casi todas las óperas de Verdi, “Los Payasos”, de Leoncavallo, dos de Mascagni, cuatro de Puccini, una de Poncielli, cuatro de Donizzeti, y cuatro de Montemezzi, Giordano y Franchetti. En francés cantó. “Fausto”, “Carmen”, “Los Pescadores de Perlas”, “Sansón y Dalila”, “Manon”, “El Profeta”, “Los Hugonotes”, “La Africana”, “Julien” y “Wa, Judía: En los grabados que acompañan a este artículo, Caruso aparece, a la derecha, como Canio en “Los Payasos”, como Duque de Mantua en “Rigoletto”, como Cavaradocci en “Tosca” y como Eleazar, en “La Judía”. A la izquierda, el dibujante ha reproducido varias fotografías del tenor, tomadas últimamente, en compañía de su señora y de su hijita Gloria. Uno de esos retratos, en que está con traje de verano, es el postrero que obtuvo la cámara fotográfica, poco antes del fallecimiento del cantante. : La empresa le pagaba dos mil quinientos dólares por noche, lo cual unido a los enormes rendimientos que le dejaban sus contratos con la compañía de fonógrafos “Víctor”, representaba un fortunón de entradas anuales. Sus jiras por el resto del continente, en Buenos Aires, Río, La Habana y Méjico, también acrecentaron su popularidad y sus rentas. Pero era tan generoso, que es seguro que mucha parte del dinero que se le suponía al morir ha ido a parar a manos de sus protegidos, que eran innumerables. Las bambalinas del Metropolitano guardan y conservarán por mucho tiempo la memoria de las idiosincrasias de Caruso, cuya vida anecdótica recorre toda la gama picaresca, desde el verde subido hasta el color de rosa de los cuentos de las Mil y Una Noches... Caricaturista de fuerza, sus muñecos iban de mano en mano, hasta parar en la redacción de algún diario. Nunca faltaba papel y lápiz en el salón que Caruso usaba como “camerino” en el Metropolitano, y durante SEPTIEMBRE, 1921 < los entreactos, dibujaba a su antojo, tomando por modelo desde el último tramoyista hasta al magnate de cuenta, de los que en algún palco cercano acudía a escucharle. Incorregible en sus bromas, gustaba. de provocar la risa de sus compañeros, mientras cantaban, y su especialidad consistía en retorcerse las orejas hasta dejarlas reducidas al mínimo y soltarlas de repente para que recobrasen su tamaño natural, lo cual producía un ruido particular, como de taponazo de champaña, que más de una vez estuvo a punto de dar al traste con la seriedad de los coros. Está probado que, varias veces, con la idea de divertirse picarescamente a costa del público, se ponía de acuerdo con algún otro tenor que tomara parte en la misma ópera y, al llegar el turno de éste para cantar un aria, Caruso, desde los bastidores, lo substituía mientras el otro se limitaba a abrir y cerrar la boca, sin que la audiencia se diera cuenta de que estaba escuchando al “ruiseñor” y sin premiar más que con corteses palmadas las notas que, minutos antes o minutos después, habían de provocar una tempestad atronadora de aplausos. Su matrimonio con la señorita Park-Benjamin levantó espesa polvareda, a causa de la oposición de la familia de la dama a aquellas bodas, y no cabe duda que el enlace fué venturoso, no obstante los múltiples pronósticos en contrario. Mucho dió, asimismo, que reir el relato de sus diferencias con Geraldine Farrar y con (continúa en la página 648) > PAcina 611