Cine-mundial (1921)

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horas podremos disponer de mil, de dos mil. —Muy bien; debo una semana en el hotel, pero mañana pagaremos. —Por supuesto. No faltaba más — contesta Peris embolsándose los 302 dólares y despreciando los centavos. — Gracias, nenita. Mañana nos veremos a la hora del baño. Y de nuevo se osculan como presuntos cónyuges que son. ¿Presuntos? Bueno; no detallemos y digamos que aquella tarde — tarde famosa para Lolita — el galán, sin duda muy ocupado, no compareció a la hora del baño. Hasta las siete lo esperó su prometida, decidiéndose, por fin, a ir al hotel por si le había ocurrido algo desagradable. En efecto; algo desagradable le ocurrió... a ella, porque... —éMister Rodolfo Chifonier? — inquirió Lolita en el Registro del hotel H. El empleado, después de consultar el librote del hotel, contestó: —No hay ningún Chifonier en la casa, señorita. —¿Cómo? Usted se equivoca. Mister Rodolfo Chifonier, un señor alto, delgado, bien vestido, que hace quince días... —Pues no.se hospeda en este hotel guró nuevamente el empleado otro examen. asedespués de Lolita, para disimular su estupor, se tapó el rostro con el pañuelo y salió tambaleándose del hall, empezando a sospechar algo tremendo, algo bochornoso, algo inaudito. Vino la noche y es inútil decir que Lolita la pasó en vela. Llegó el nuevo día y Peris no resucitaba por ningún lado, ni en el nú CINE-MUNDIAL mero de “perdidos” de la estación de Policía. Nadie le conocía por el nombre, y en cuanto a si alguien le recordaba, sí, en efecto, le recordaban en el restaurant del hotel Z., el hotel donde se hospedaba Lolita. ¡Como que había firmado varias cuentas a cargo de ella! ¡Trágicas vacaciones veraniegas! Tres veces un empleado del hotel le había presentado a Lolita la cuenta, y como ella las tres veces se disculpara, alegando que esperaba fondos de un momento a otro, ya comenzaban a mirarla en el establecimiento con cierta desconfianza socarrona. ¡Horrible compromiso! ¡Vergonzoso timo amoroso del que había sido víctima la muy... crédula! Una mañana parda, que amenazaba tormenta, Lolita se escurrió del hotel a las 5 a. m. Llevaba en la mano su petaquita y en la habitación quedaba, en calidad de recuerdo veraniego, la maleta con dos camisas, un par de calcetines y el traje de baño. Lolita huía con siete cincuenta, importe del empeño del reloj; huía rumbo a Cosmópolis, hacia la ciudad congestionada, a sentarse a la máquina otra vez, a teclear recio, aguantando las constantes y maliciosas insinuaciones del “manager”, que la amenazaba con despedirla si no se mostraba complaciente. i Vergüenza, ira y dolor! Lolita, que pensara remozarse con los baños, alimentando la esperanza de que le salieran por una bicoca merced a la pléyade de primos que siempre huronean por las playas, hubo de regresar a la oficina desmejorada, con siete kilos menos, sin un centavo y con unos granos muy feos que, a modo de collar de rubíes, adornaban su orondo cuello. y -tlan como presuntos cónyuges que son... 1921 <—— SEPTIEMBRE, Y, entre tanto, ¿qué había sido de Peris, aquella flauta humana, aquel espárrago pintado de verde? ¡Misterio impenetrable! Lo más presumible es que se volvió a su base, nadando como un submarino, con los 302 dólares guardaditos entre peilejo y camiseta. ¡Peris era un de mujeres! Y ahora, a Lolita Hamon, le dan ataques epilépticos en cuanto le mencionan los baños de mar. Hay algunos Peris por este mundo que —la verdad —nos “desprestigian” a nosotros, los hombres serios. Y vamos a tener que bañarnos en las pla-. yas con el certificado de buena conducta colgado del cuello, dentro de un canuto. De lo contrario, no habrá Lolita que se nos acerque. é “vampiro”, “triangulador” Narciso Robledal. Los Parientes A MUERTE cruel no respeta nada, ni siquiera los parientes. Hace ya algunos afios formaba yo parte del estado mayor de un semanario ilustrado berlinés, “Witzige Blatter”. Estábamos preparando un número especial, algo asi como el reconocimiento de mi jefatura artística, pues había de estar enteramente dibujado por mí y dedicado al teatro. Como era natural, tratándose de teatro, casi todas las personalidades berlinesas relacionadas con éste debían contribuir con alguna de sus frases profundas... ¡hm!... o por lo menos con su firma. Encontrábase a la sazón en Berlín Caruso, que cantaba en el Opern Haus, y, como yo, además de chamullir el, italiano, era la parte más interesada, me encargué de abordarlo. Llegué al hotel. Ya en el vestíbulo, recibí una impresión clara de la magnitud del astro. Sentados en sendos sillones de cordobán, hallábanse unos señores morenos de apuesta compostura, bigotes a lo Vittorio Emanuele con un toque “es irt eneicht”. Bajo estos bigotes asomaban como treinta centímetros de tabaco. Cuando una mano perezosa acudía a cambiar el tabaco de sitio, alumbrábase el amplio recinto con el fulgor despedido por las piedras preciosas que la adornaban, y entre las que habían desde el indio de aguas purísimas hasta el pedazo de botella de 10 kilates. Entornando los párpados temeroso de quedarme ciego, dirigime al secretario No. 1, quien, en un francés “made in Napoli”, me encargó que me encarara con el secretario No. 2, de cuya poltrona al No. 3 hube de estirarme para dar un paso, pero que a su vez me hizo dar la mar de pasos encomendándome al No. 4, quien “me pasó” al primo 10, éste al 2°, el primo 2° al tío 40, el tio al idem No. 6 y el sexto tío al cuñado No. 8. Ya nabía dado una vuelta completa al vestíbulo, al final de la cual llegué convencido de que era totalmente imposible — “¡imposíbile, Dio Santo! ¡Santa Madona, imposíiiibile!”, como argumentaba el cuñado número 8 — acercarme al astro. Cabizbajo y haciendo de tripas corazón me dirigí escaleras arriba y, con la pera sanguínea danzándome bajo el pecho de puro susto, llamé a la puerta de sus habitaciones. Esperé ansioso. ¿Me recibirían a tiros o me deslumbraría otro dios indio cuajado de pedrerias?... Rugió un “¡Avanti, Savoia!”, y de pronto me encaré con un regordete y simpá (continúa en la página 648) > PAcina 614