Cine-mundial (1921)

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220R JULIO BARONET ras mos que Farinelli “devolvió” la salud a Felipe V de España y que el tenor inglés Inclendon, lo mismo que otro cantante y compatriota — John Braham, arribaron a Nueva York hace poco más de un siglo, y ambos deleitaron al público, siendo admitidos en la mejor sociedad. Pero sobre todos sus colegas de aquella época, se destaca el tenor español Manuel García, un andaluz de facultades extraordinarias que hizo de Nueva York su segunda patria. Esto sucedía en 1825 y a sus famosas representaciones asistía José Bonaparte, “Pepe Botella”, el hermano de Napoleón que por tan poco tiempo se sentara en el trono español. En “El Barbero de Sevilla”, Rossini, que era amigo de García, escribió para él la parte de Almaviva, y después interpretó música de Donizetti y de Bellini y otras melodías del primero de los tres, siempre con crecientes éxitos. García fué el primero que cantó en italiano en América; en Nueva York, por aquel entonces, se cantaba en inglés, y en Nueva Orleans existía un teatro en el que se representaban algunas óperas en francés. En 1854 llegaba Mario, el ídolo de Europa durante veinte años. Se cuenta de esta emi => xš a E E nencia que, cantando una noche en una recepTHEE ción privada, en Londres, al llegar al pasaje | [SNS V desu número que decía: “Ven, amor mío; ven conmigo al jardín”, una señorita “entusiasta”, que se hallaba cerca de él, exclamó sin poder reprimirse: “Ya voy, ya voy”... Cuando, ya en Nueva York, debutó en la Academy, el local se hallaba medio vacío y el entusiasmo brilló por su ausencia; y durante su jira, en Washington, toda la compañía == SEME“aguantó” las goteras que se escurrían techo JANZA abajo... Así estaban los teatros de aquella épode Bosca. Mario tuvo que protegerse suet pobajo un paraguas, y siguió can demos exclamar: ¡Caruso ha muerto! ( ¡Viva Caruso! Y Caruso, <> en efecto, vivirá en la meY Vf, tando admirablemente. Otros nombres gloriosos acu moria y en el oido de todos... El problema, ahora, consiste en saber quién será capaz de recoger dignamente su cetro, continuando su gloriosa tradición. Difícil se presenta la solución; algunos nombres acuden a nuestra mente en calidad de presuntos sustitutos, pero es preferible que el tiempo se encargue de aclamar, como sucesor, al que realmente lo merezca... si es que alguien lo merece. No creemos, con el malhumorado Dr. Von Bulow, que un tenor sea... una enfermedad, tal como entendemos el sentido de esta palabra. Enfermos, y enfermos “agudos”, es posible que lo estén todos los que, en Cualquiera dirección, sobresalen del común nivel de los demás mortales. Todos estamos o somos semilocos y semi-responsables, según la teoría del Dr. Grasset, el célebre neurólogo francés, y un cantante mayúsculo puede que “padezca” por “exceso”. Las cuerdas vocales de Caruso vibraban 550 veces por segundo, y esto apenas se concibe sin echar mano de las matemáticas. Ahora bien; sea o no un “enfermo”, el tenor de ópera, es siempre un personaje de categoría, un personaje consentido y un poco extravagante, que gana mucho dinero y que también enriquece a los H A a ee empresarios. \ Es cierto que viven como príncipes, aunque muchos de ellos hayan acabado == como mendigos, más por falta de administración personal que por otra cosa; ZN viajan a Jo grande, todo el mundo los solicita y los admira y las sociedades É IN \ más escogidas se honran con invitarlos a sus mesas. Esto es cierto también. En 1845, año en que disfrutaba de gran reputación el tenor Ferri, nada menos que la Reina Cristina de Suecia le envió un barco a Italia, a fin de atraerlo a su corte, y una de sus damas, entusiasmada hasta el delirio cuando le oyera cantar, ex clamó con lágrimas en los ojos: —¡No hay más que un Dios y un tenor... Ferri! En esta página el dibujante hizo a Bassi, Alvarez y Campanini. Peri, otro notable tenor, a pesar de su excelente compañía, siempre se llevaba él los honores; Sinesino, a quien precedió el gran Farinelli, estuvo de moda y se comentaban con entusiasmo su N admirable tipo, su límpida y poderosa voz y hasta ciertos detalles de su vida privada. Recorde OCTUBRE, 1921 <Ă—— -— > PÁGINA 676