Cine-mundial (1921)

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OMO deciamos ayer, bien sabéis queridos lectores que los sesos han sido siempre articulo de bastante valor; y siendo estos tiempos de parsimohia y grande economia en todo, desde el sonante hasta los sesos, os prevengo que no vayáis a devanaros vuestras valiosas circunvoluciones hojeando el venerable léxico de la más venerable de las madrastras, la Real Academia. Maldito si os ha de servir el respetable infolio, pues a despecho del altisonante sainete de que “LIMPIA, FIJA Y DA ESPLENDOR”, en este caso no sucederá ni esto ni aquello ni lo primero. Y es natural: no tratándose de achaques teológicos, de quisicosas nobiliarias ni de ardides de tahurería — que parecen ser el fuerte de los señores académicos — mal podríais pretender hallar en él la definición inteligente y completa de un vocablo contaminado y peliagudo como el pentasílabo que estas cuartillas encabeza. Mas si no obstante esta prevención, y a más de puristas meticulosos, sois a la vez poligiotos — o por lo menos bíglotos — y se os hiciere forzoso consultar el significado de nuestro sentencioso mote, nuestro consejo es que déis el paso de manos o hagáis objeto de vuestros coqueteos al monumento de Mr. Daniel Webster, pues este léxicon, si bien no se jacta de limpiar, fijar y dar esplendor, sí enumera con más latitud y más amplio criterio las acepciones del vocablo inglés equivalente, o sea affinity. Por la gracia de Confucio y de la Real Academia, AFINIDAD es “analogía, semejanza o parentesco espiritual (esto último, desde luego, con tal que sea legítimo o sancionado), y también se nos dice que es algo que tiene que ver con moléculas, átomos y otras pequeñeces. Nosotros, sin embargo, nos acogemos a la sanción de Mr. Webster, quien nos dice que hay afinidad (affinity), fuera de los casos citados por la Real, en las matemáticas, en la biología y, lo que es más importante, “entre personas de sexos opuestos”, OCTUBRE, 1921 < CINE-MUNDIAL e por Serg 1o aun sin que medie el espantajo del parentesco espiritual. ¡Viva Mr. Webster! ¿Y ésto a qué viene? i Calma, lector, calma! Es que se nos ha antojado escribir sobre afinidades, afinidades a la Webster, pues a la castellana no hay—o por lo menos la Venerable no nos da nombre alguno para denotar un fenómeno que, no obstante, existe real y palpablemente; que lo sufrimos y lo experimentamos y lo vemos todos, en especial los del sexo feo. ¡Feo! ¡Feísimo! Según Mr. Webster, “affinity” es una fuerle atracción física (¡ante todo!) o espiritual de una persona por otra, especialmente de sexos opuestos (y eso de opuestos tómese con un grano de sal y dos de pimienta); es también la atracción de cosas entre sí. Y, con la venia del ilustre filólogo norteamericano, agregamos nosotros: o la atracción de una persona por una cosa, y viceversa. Ya lo probaremos. Por vía de esclarecimiento, veamos algunos ejemplos de “affinity” o afinidades. Tomemos primero uno entre personas de sexos opuestos: tenemos a Mr. Stillman, el famoso conterráneo de Mr. Webster, mostrando una ineludible afinidad por la bella corista Florence Leeds. Y ampliando el concepto, cosa por demás permisible en Lógica, podemos agregar: la afinidad o poderosa atracción entre todo hombre casado y cierta hija de Eva, distinta de la que le asignó el presbítero o el juez. Esta clase de afinidad es la más común en todos los climas, en el Yukón como en Nueva York y en Buenos Aires, en fin, en todos los mundos. Segudo ejemplo: afinidad entre cosas. La más notable de esta variedad es la afinidad que existe entre los botones gemelos de la camisa y el rincón más obscuro y más inaccesible de la habitación, o la parte más remota detrás de una cómoda o de un baúl grande y pesado. Esta afinidad, sin embargo, AN a Valencs es condicional: se necesitan como condiciones indispensables que uno se cambie la camisa, que tenga una cita urgentísima, que sea de noche y que no se tengan botones o gemelos de repuesto. El nombre que en Afinidología se da a este género creemos que es “afinidad furigénica”, nombre que parece derivarse de o tener relación con lo jovial que tales sucesos ponen a uno. Caso tercero: afinidad entre personas y cosas. En este caso hay que distinguir: las personas pueden ser agentes o pacientes; el agente es siempre una mujer — ya sea la nuestra o la del vecino; luego el paciente tiene por fuerza que ser uno de nosotros, o una cosa. Ejemplos: la afinidad infalible y supercomún entre la mujer de uno y sus bolsillos (los de uno, desde luego); o entre la mujer del vecino y nuestra o vuestra billetera o libro de cheques. Igualmente común, y si se quiere más infalible todavía, es la afinidad entre una mecanógrafa, una “girl” neoyorquina y los espejitos de los dispensadores automáticos de chicle que a cada paso se encuentran en el “Subway” y en el tranvía elevado, o de las balanzas que también abundan en las susodichas locovías. Citaremos finalmente otro ejemplo muy curioso, a la vez que doloroso, de una afinidad marcadísima, evidentísima, si bien participa de cierto aspecto de pluralidad: es la que existe entre los callos más irritados, en un día canicular, y los pies (digo patas) número 54 de la multitud de los condenados al “Subway” entre las 5 y las 6 p. m. En fe de lo cual, para comprobar la exactitud de aquestas aseveraciones, nos remitiremos a la experiencia de cualquiera de nuestros lectores, ya pertenezca a la grey de los casados o al triunfante gremio de los venturosos. Nueva York, mes VIIIA. D. MCMXXI > PÁGINA 681