Cine-mundial (1922)

Record Details:

Something wrong or inaccurate about this page? Let us Know!

Thanks for helping us continually improve the quality of the Lantern search engine for all of our users! We have millions of scanned pages, so user reports are incredibly helpful for us to identify places where we can improve and update the metadata.

Please describe the issue below, and click "Submit" to send your comments to our team! If you'd prefer, you can also send us an email to mhdl@commarts.wisc.edu with your comments.




We use Optical Character Recognition (OCR) during our scanning and processing workflow to make the content of each page searchable. You can view the automatically generated text below as well as copy and paste individual pieces of text to quote in your own work.

Text recognition is never 100% accurate. Many parts of the scanned page may not be reflected in the OCR text output, including: images, page layout, certain fonts or handwriting.

con la mirada aquellos trenes que iban y venian... los lentos de hulla, los chirriantes y larguisimos de carga, los formados con plataformas y “góndolas” de fruta, los flamantes de pasajeros, que no se detenían nunca en La Clede y desaparecían de pronto, en la curva más próxima, como soplos de huracán... Y, entre los fogoneros de aquellos trenes, habían algunos mozos que vivían en La Clede y que habían asistido a la escuela con Elsie. La pobrecita, de cuando en cuando, los veía cuando pasaban, trabajando, frente a su ventana, y, a manera de saludo, agitaba su blanca, exangüe mano de enferma... Y ellos respondían con una sonrisa, moviendo también sus manos negras de carbón, o agitando sus gorras de paño azul... A veces, las locomotoras de sus condiscípulos cruzaban por la noche. Al principio, Elsie —que a los pocos días ya sabía identificar todos los trenes — despierta por regla general, no encontraba manera de comunicar a sus amigos, por señas, que, aunque todo el mundo dormía, ella estaba despierta y deseosa de hacerles el breve saludo de costumbre. Pero, a fuerza de ingenuidad, ocurriósele encender fósforos y agitarlos lentamente frente a la ventana. Y por las noches, desde los trenes, sus conocidos veían la lívida rúbrica de las cerillas substituyendo a la mano de lirio de la enferma. Otros empleados del tren vieron las señales y preguntaron su significación. Pronto se enteraron de la historia de Elsie todos los maquinistas, todos los fogoneros, todos los garroteros, todos los inspectores y conductores de la División. Y les conmovía pensar que, cuando pasaban por La Clede, ya fuese al crepúsculo, o de madrugada, o en las tinieblas de la noche, la enfermita encadenada por la parálisis los saludaría siempre, sonriendo, sin que a un solo tren — fuera la hora que fuese — faltara la señal infalible, el rasgo de luz amarillenta o la mano agitándose tras la ventana... Cuando todo era sueño y reposo en la comarca, un tren pasaba frente al hogar de los Sprouse y el fósforo de la enfermita, en vela, surgía como una luciérnaga, tras de los cristales... Pronto, cada uno de los empleados de la División se impuso el deber de no olvidar nunca, al paso de La Clede, retornar el saludo de la inválida. De día, respondían con sus gorras, con sus manos... De noche, con sus linternas, con sus silbatos. ;Qué menos ENERO, 1922 « CINE-MUNDIAL podían hacer? Era una especie de limosna de afecto, arrojada al pasar, desde lo alto de los vagones, a aquella almita ansiosa de compania, desterrada del mundo... A] cabo de los afios, los ferrocarrileros no se limitaban a saludar. Al pie de la ventana de Elsie, caían con frecuencia diarios, revistas, cajas de golosinas, frutos o pequeñas prendas que las madres, las mujeres y las novias de los empleados — enteradas de la historia de Elsie — habían comprado o tejido para la fiel paralítica... Se aproximaba la Navidad del afio de 1920. Un maquinista de la División, llamado Bates, a quien enternecía particularmente el saludo de Elsie porque su propia esposa era también paralítica, se puso de acuerdo con su »fogonero, Barber, y decidió hacer un regalo de Pascuas “que valiera la pena” a la enferma de la ventana. Otros empleados se enteraron del proyecto. La idea se extendió y, a mediados de diciembre, toda la división se había puesto de acuerdo y decidido convertirse en el *Santa Claus" de la abandonada. . El director de la línea estaba en el secreto y todo se arregló anticipadamente... Y el veinticuatro de diciembre, el Tren Número Uno — que es uno de esos aristócratas de la línea, que la gente de La Clede sólo conoce por la potencia de su locomotora, el estridente alarido de su silbato y las espesas nubes de humo que deja, a modo de estela, al perderse entre las colinas circundantes — se detuvo, intempestivamente, no en la estación de La Clede, sino frente por frente de la humilde casita de los Sprouse. Ocho empleados, representantes de la división, bajaron de él, entraron a la habitación de Elsie y le entregaron docenas de regalos, un sillón con ruedas, cobertores espesos, libros, dulces y linternas eléctricas que substituyeran, por las noches, a los fósforos de las sefiales. Había, además, un álbum en que constaban los nombres de los ciento noventa y dos ferrocarrileros que hacían el obsequio. Gracias al sillón obsequiado por sus amigos, Elsie pudo salir de su aposento, por’la primera vez en largos afios. Por la piel curtida de más de uno de aquellos veteranos de la intemperie y de la velocidad, corrieron lentas las lágrimas... Meses después, los amigos de la pequeña paralítica buscaron especialistas que la sometieran a un tratamiento y prepararon el viaje de Elsie a un Hospital de Chicago... Pero el tres de septiembre, los empleados de los trenes que pasaron por La Clede en “vano miraron hacia la ventana de la casita de Sprouse, en vano sefialaron el paso de la locomotora con repetidos llamamientos de su silbato... Las cortinas estaban corridas tras la vidriera... El lirio de la mano enfermiza no volvería a florecer tras la ventana, en mensaje de amistad. La lívida rübrica de los fósforos no trazaría más en la vidriera su saludo fugaz... Elsie Hogan había muerto. Y ahora, en La Clede, los trenes pasan de largo, indiferentes al paisaje y al sol... BECQUERIANAS ALMA ROTA Yo ya sé que la Luna, engalanada, de tu balcón, la reja ha de escalar; y al filtrarse sus rayos en la alcoba, tu frente besarán. Pero aquellos momentos tan dichosos, en que juntos, sofiando un ideal, nuestros ojos miraron sus destellos... esos, murieron ya. Otra vez, los claveles estivales, de su carmín, el néctar te darán; y prendidos con rítmica destreza, tu pecho han de bordar. Pero aquellos que mudos florecieron entre el rumor de un suave madrigal; aquellos que tus lágrimas besaron... esos, murieron ya. Los galanes, en noches pasionales, de tu pasión, las mieles buscarán; v escuchando sus místicas consejas, tal vez suspiraras. Pero aquellos amores que inundaron nuestras almas de gloria virginal; aquellos que conmigo bendijiste. . . esos, murieron ya. Y aunque luzca tu vida sus albores, y aunque vista la Luna su cendal, y aunque brote el carmín en tus claveles, . no sueñes en amar. Porque aquellos ensuefios tan felices que hicieron nuestra infancia despertar; aquellos que la dicha iluminaron... esos, murieron ya. Y aunque tornen los labios atrevidos de otro amante en tu oído a susurrar, otro amor como el mío — no lo dudes — jamás lo encontrarás. Porque encierra la Vida ese misterio do florece la Ley de la Igualdad; es Ja ley de la Muerte sobre el mundo y, el Mundo morirá... Fernando Más N. York, Diciembre, 1921. > PAGINA 9