Cine-mundial (1922)

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ESDE tiempos remotos, Nueva York ha sido favorito puerto de resguar do para un gran nümero de indi viduos de temperamento levantisco, que en él buscan apartado refugio, tan luego como el barómetro político de alguna de nuestras repüblicas convulsivas sefiala tiempo borrascoso. Los que están en el secreto saben que la sola razón de que el temido periodista de combate López Cucaña, o el acrisolado político dou Pedro Antonio Ruiz de Quejiguetas, o el valiente caudillo, general *Moncho" Tajadero, vengan en “viaje de recreo" a los Estados Unidos, es que el supremo dictador que preside los destinos de alguno de aquellos países ha desplegado de repente inusitada actividad, indicadora de próximos atentados contra la osamenta de sus enemigos políticos. Nueva York es un colmenar tan gigantesco, que el zumbido de unos cuantos zánganos completamente inadvertido. Además, los yanquis han mostrado siempre más pasa indulgencia franciscana hacia los refugiados políticos de nuestras tierras, sabiendo por experiencia el gran fondo de sabiduría que encierra el añejo decir de que “a río revuelto, ganancia de pescadores", Hemos dicho que los emigrados escogen la metrópoli norteamericana como puerto de resguardo; pero no hay que creer por esto que su misión se reduzca a anclar serenamente en el inmenso estuario neoyorquino y esperar días bonancibles. Tal cosa sería in digna de espíritus esforzados, enemigos declarados del caudillaje. esas bo ENERO, 1922 < Además, ED CINE-MUNDIAL si LW IS rrascas suelen | repetirse con in| quietante frecuencia, y no es cosa de pasarse la vida haciendo “viajes de recreo” que consuz men los ahorros, destinados a propósitos de mayor trascendencia y rendimientos. Ya seguros en la ciudad de los raspacielos, los complotistas establecen en ella su cuartel general, y se dedican con ahinco a estudiar la manera de sacar al tirano de la silla presidencial, la cual parece tener adherida a los fondillos. Mientras se aclimatan, los expatriados tienen necesariamente.que sufrir algunas incomodidades; pues los angloamericanos, en su loco afán de progreso e higiene, han establecido ciertas reglas de conducta que, en verdad, no están muy de acuerdo con su tan cacareada libertad de acción. Sin ir más lejos, ahí tenemos el caso del prócer Quejiguetas, antes nombrado, quien, con su esposa, doña Salomé, y su hija Tatí, ha decidido alojarse en uno de los principales hoteles de la ciudad dinosauro. Quejiguetas no es ningún tonto, y sospecha que la santa causa revolucionaria sufriría en prestigio si uno de sus más prominentes partidarios sentara sus reales en un fonducho de mala muerte. El furibundo enemigo de los presidentes inamovibles ha traído consigo, desde lejanas tierras, cierto adminículo casero, muy manuable y conveniente, que le ahorra las correrías nocturnas, repentinas y precipitadas, a que le obliga un estómago absolutista y caprichudo. Quejiguetas profesa al servicial aparato un cariño fraternal, y no es de extrañar que se mostrara enfurecido al presentarse el intérprete con un recado del “manager” del hotel, prohibiéndole sumariamente el volver a hacer uso del mueble, so | G Qo | Wo | e Eu so MUR IS pena de verse delante de la Junta de Salubridad. Doña Salomé y su hija están también furiosas porque el precitado funcionario se ha opuesto terminantemente a que suban a la pieza una cotorra que se crió con Tatí, y a la que consideran como miembro inseparable de la familia. Lo ünico que las consuela en trance tan angustioso es que su íntimo amigo René Borgia ha prometido escribir un cáustico folleto quejándose del atropello. Tampoco a López Cucafia, el escritor de las frases lapidarias, y compafiero de destierro, le ha sido la suerte muy propicia. Deseoso de dominar cuanto antes el revesado idioma de los yanquis, y obligado, además, por la escasez de numerario, Cucafia ha asegurado cuarto y comida en una humilde casa de huéspedes americana. El vitriólico editorialista está algo disgustado porque los demás pensionados rehusan dialogar con un individuo que a todo replica “What's that”, y acaba por no entender lo que se le dice, aunque se lo silabeen a gritos. Además, López Cucafia se queja de que en aquella casa se come mal: las raciones son microscópicas y se reducen a legumbres insípidas servidas en media docena de platillos. Cucafia, que es antivegetalista, está condenado a ayuno perpetuo, y va quedándose en el hueso. Su cofrade, el general “Moncho” Tajadero, que ha venido anteriormente a Nueva York en otros “viajes de recreo”, no lo pasa tan mal. “Hay que saber vivir" — dice él — y su filosofía de la vida consiste en habitar una pieza baratita y comer a la española en casa de Zárraga o de algún otro amigo de la colonia. Estas y otras peripecias por el estilo no logran disimular el ardor bélico de los revolucionarios, que están dispuestos a sufrir toda suerte de privaciones por la causa. Lo importante es constituir una Junta y ver la manera de despegar de la silla al. tozudo gobernante. Conseguido esto, Quejiguetas, familia y secuaces retornarán a los abando > PAcina 10