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CINE-MUNDIAL
Ruth Roland en una “Doble Exposición”
Esta no es una fotografía, sino un poema que tiene por asunto dos rodillas insuperables. La perfección de la curva en todo su esplendor la alcanza Ruth en esta “pose” única y no es exageración decir (o a ver quién protesta) que Venus envidiaría esa línea impecable.
PRA ALA UC RADAR RADIADOR OO OD AA ROO
dos metros de estatura y pesa alrededor de doscientas veinticinco libras. Físicamente es más grande que Dempsey o el negro Wills, los boxeadores de peso completo que hoy van a la cabeza. Carpentier, que nunca ha pesado arriba de 172 libras, es un niño a su lado.
Ko * *
Llegó a Nueva York sin previo anuncio. Es hombre modesto y la Argentina, además, no se ha distinguido nunca como productora de boxeadores. En los Estados Unidos no se toma en serio a los pugilistas de ultramar, y sólo a los australianos, franceses e ingleses se les da alguna beligerancia. Los yanquis no dejan de tener razón en esto. Por lo regular, los que resultan buenos por allá, aquí no sirven para competir ni con los de tercera fila. En Norte América se cuentan a millares los encuentros que se celebran diariamente, y, por eso, sus profesionales conocen su oficio bastante mejor que los de cualquier otro país del mundo.
A los dos meses de arribar, los consejeros de Firpo — de quienes pienso decir algo más adelante arreglaron un “match” con “Sailor” Maxted en Newark, ciudad del Estado de New Jersey, a cuarenta minutos de Nueva York. El marinero éste es un individuo tra
bado, de muy mala catadura, que ha sido campeón de la armada norteamericana y que durante los últimos tres meses ha derrotado decisivamente a “Wolf” Larsen y “Tarzan” Larkin, dos mastodontes bastante peligrosos. La pequeña colonia argentina de Nueva York se trasladó en masa al “Broad, A. C.”, club donde iba a celebrarse el desafío, y allá me fuí yo también a presenciar la catástrofe.
De mala gana me senté al lado del “ring”,
porque, como he dicho antes, llega uno a cansarse de ver cómo les rompen la cara impunemente a los pugilistas extranjeros que vienen por aquí. Y este Firpo, por añadidura, era una especie de compatriota. Los ar
gentinos a mi alrededor estaban armando una _
algarabía de mil diablos. Varios tahures yanquis, en busca de “suckers” (primos), revoloteaban por allí haciendo apuestas. Los sudamericanos, sin perder una, cubrían cuanto dinero se presentaba, y los “ventajistas” de Broadway encantados de la vida. Pero ¡qué cierto es aquello de que “Dios protege a la inocencia”! Gom m La función, o como quieran ustedes lla
marle, empezó bajo los mejores auspicios. En la primera pelea hubo una pequeíia di
vergencia de criterio entre el juez y el “manager" de uno de los contrincantes, divergencia que amenizó el acto con un nümero que no estaba en el programa y culminó en el pufietazo más científico de toda la noche. Al “manager” se lo llevaron ipso facto a la esta-.
ción de policía y noté que el juez había per
dido un incisivo, entre otras lesiones de pro
nóstico reservado. Este espectáculo gratuito
nos puso a todos de buen humor hasta que
atravesaron las cuerdas Maxted y Firpo. Sos m
Al iniciarse las hostilidades, Firpo se fué hacia el amigo Maxted y, olvidando sin duda que éste goza de prestigio bien cimentado, le atizó un pufietazo descomunal sobre la cabeza con aquella mano derecha que parece un jamón gallego en toda plenitud. En ese preciso momento el ‘Sailor’ se dió cuenta de que la mar estaba borrascosa y la noche iba a ser de tempestad. En efecto: desde el primero hasta el séptimo *round", en que la lucha terminó con un golpe en la nuca, el norteamericano no hizo más que recibir linternazos — con la derecha, con la, izquierda, de abajo a arriba, de arriba a abajo, por los costados, por la cabeza, por la espalda, en fin: las únicas armas que el argentino se abstuvo de emplear fueron los dientes y el cubo de agua. Huelga decir que aquello se convirtió en una casa de locos. La gritería era ensordecedora. Los paisanos de Firpo armaron un escándalo que debió haberse oído en Buenos Aires. Los italianos (enterados de que es mixto de genovés y asturiana) berreaban sin cesar: F-i-i-rp-o-o... Kill'im, F-i-i-rp-o-o-o. Y los yanquis, naturalmente, echaban resoplidos y “goddamis” de indignación.
* ok ox
A las dos semanas lo vi de nuevo pelear con “Joe” McCann en el mismo sitio. “Joe” duró cinco “rounds”, dos menos que el otro, pero se defendió mejor. A la mitad de la tercera sesión pescó a Firpo con un golpe en la quijada y lo hizo venir a tierra, aunque se levantó inmediatamente. También lo castigó bastante por el pecho y estómago al principio de la lucha. Esta vez pude observar que Firpo se ha captado las simpatías de los yanquis, que ya comienzan a considerarlo cosa propia. Si sigue ganando, dentro de poco lo anunciarán como Lu Firpo, de Newark, N.J., U.S.A.
LE *
Conozco a Firpo y soy amigo de algunos de sus amigos, pero no tengo interés en agradar ni engafíar a nadie. Por eso voy a decir, con la mayor claridad a mi alcance, que este pugilista anda rodeado de diferentes paisanos muy amables, simpáticos, corteses, bien intencionados hasta la pared de enfrente, PERO QUE NO SABEN UNA JOTA DE BOXEO. Estos buenos sefiores andan obsesionados con la idea de que pelee en seguida con Wills, Dempsey o Fulton, lo cual sería un solemne disparate. Firpo tiene valentía, juventud, unas proporciones físicas ideales, habilidad natural, resistencia para aguantar golpes y esa acometividad astuta y cruel sin la cual no se puede triunfar en este deporte; pero es lento en sus movimientos, se guarda poco y boxea casi al descubierto, y, en una palabra, tiene mucho que aprender todavía antes de estar en condiciones de enfrentarse con los maestros citados.
Que se ponga en buenas manos, que siga practicando con los Maxted y McCann, y dentro de uno o dos afios no sería difícil que el campeón mundial de peso completo fuera un argentino. Jorge Hermida
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Mayo, 1922 <