Cine-mundial (1923)

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esta tarde a la salida de la escuela jugando en la cuesta del prado, mándale para casa en seguida porque es muy peligroso ese sitio con el hielo. Ya le tengo reñido muchas veces y no hace caso. Mr. Butler, con las manos metidas en los bolsillos y la bufanda de lana arrollada al cuello, se lanzó a la calle y empezó a caminar a menudos saltitos para evitar una costalada. Una sola vez se detuvo en su camino para mirar hacia la cumbre de la cuesta, donde tanto les gustaba jugar a los muchachos. Verdaderamente era peligroso el lugar por la curva que rápidamente descendía hacia la calle principal del pueblo, hacia Main Street. Fácilmente los rapaces al dejarse deslizar por ella, podían ir a parar bajo las ruedas de un tranvía o de un automóvil. El aire que bajaba formando remolinos con la nieve de la pendiente, le hizo extremecer. Felizmente la tenducha de Hupman estaba a tres pasos. En los escaparates la helada era tan espesa que con dificultad podía adivinar a través de ella las camisas, medias y pañuelos que él mismo arreglara la tarde antes. Entró, cerrando la puerta detrás de él, se despojó de su gabán colgándolo cuidadosamente en una percha, y, frotándose las palmas de las manos, dirigióse detrás del mostrador, cogió la escoba y comenzó el barrido matinal entre una nube de polvo. Sentíase feliz cuando Mr. Hupman, el dueño, no estaba en la tienda. Le parecía entonces que el negocio era suyo, que debería serlo, si, según afirmaba su mujer, él hubiera puesto más afán en lo práctico que enlo fantástico de la vida. Pero, por otra parte, ¿no le hubiera valido más ser héroe que vendedor de camisetas y calcetines? Bien estaba el mundo como estaba: Mr. Butler de dueño del negocio y él gozando con los héroes de su fantasía. Por la tarde, a las tres y media, aprovechando el momento en que Mr. Hupman conversaba con un viajante, se enfundó en su gabán y salió de una escapada hasta la cuesta, recordando la advertencia de su esposa. Precisamente los muchachos acababan de salir de la escuela y bajaban en grupos deslizándose como una avalancha por la pendiente, para venir a caer en confuso y revuelto montón en Main Street, causando el terror de chauffeurs y conductores. La figura impávida de Mr. Butler, parado al pie de la cuesta, en el centro mismo, escudriñando con los ojos entornados hacia la altura, tratando de encontrar la silueta familiar del Wesley Barry del pueblo, originó una protesta tumultuosa por parte de los muchachos, que, sin poder detenerse, bajaban patinando a toda velocidad, amenazando con arrollarle. Mr. Butler, impertérrito, no hacía caso alguno, cuando de pronto, a su espalda, sintió la bocina de un camión-automóvil que se iba sobre él a toda máquina. Después, un grito de terror de los transeúntes, al ver éstos que el jonk-jonk de la bocina espantaba a los caballos de un carretón de hielo y que las bes tias salían desbocadas hacia la colina. Al volver la cabeza y darse rápida cuenta del peligro, Mr. Butler no pensó sino en una cosa: en la avalancha de muchachos que volaban a una muerte cierta bajo los cascos de los poderosos caballos normandos. Le pareció que le nacían alas... Levantó los brazos... un extraño rugido salió de su garganta... ¡y ENERO, 1923 < CINE-MUNDIAL saltó como un tigre a coger algo entre sus manos!... Nada más. Después... RA see William Butler se sentía flotando en la atmósfera. Le parecía que arañaba con manos y pies, abriéndose camino a través de una nube sedosa y blanquecina. Luchaba, luchaba con infinita angustia, hasta que fué haciéndose la luz alrededor de él y los sonidos fueron percibiéndose precisos. Había salido a flote, por fin. Y oyó hablar de cosas extrañas, —Pronto, pronto, Mrs. Butler — decían — está volviendo en sí. Y no vivirá más de un minuto. Y un ruido, un ruido vago, una especie de zumbido y de neblina, que él podría aclarar, sin duda alguna, con sólo poder levantar un poco los párpados que sentía como de plomo. —iLucette!...— Por fin veía a través de un velo a su mujer. Pero nunca recordaba haberla visto tan blanca ni con los ojos tan rojos. Ella pareció vacilar un momento ante la llamada del esposo y con un clamoroso “¡William!” cayó de rodillas al lado de la cama. El hubiera querido acariciar sus cabellos, pero algo le tenía agarrotados los brazos. ¿Habría alguien detrás de él, sujetándole? El viejo doctor de la familia apareció, en esto, de frente. —¿Qué tal? ¡Qué raro era todo esto! ¿Le pasaría a él algo? ¿Habría hecho él algo? ¿Soñaba?... Entonces recordó de súbito aquel mundo de locura al que se había lanzado y musitó con trabajo: ¿Cómo te encuentras? —¿Y los muchachos? Henry? —Ni uno solo ha sufrido lo más mínimo, William. Detuviste a los caballos, cuyas patas se enredaron, ensañándose, en tu cuerpo. Los muchachos pudieron pasar todos por delante de ellos sin peligro. —¿Es de noche, no?... me pasa?... ¡No puedo moverme, apenas veol... ?Me estaré muriendo?... —Los caballos han fracturado todos tus huesos. ¡Eres el héroe del pueblo, William! Has dado tu vida por salvar las de los niños. —¿Yo?... ¿Que yo soy un héroe?...— Los apagados ojos de William parecieron brillar con extraíia luz. — Entonces, Lucette, no llores: si tengo que morir, bien muerto estoy. —¡Un héroe! ¡Un héroe! Es cierto — sollozó la esposa. — Todo el pueblo en masa ha estado aquí. Los padres, las madres, el párroco... todo el mundo. Y todos dicen que nadie habría sido capaz de hacer lo que tú... sin vacilar ni un segundo. —¡Bah! ¡Tonterías! ¡Cualquiera hubiese hecho lo mismo!...—su voz tenía inflexiones de felicidad. — Lo malo es que no os dejo mucho a ti y a nuestro hijo... La casa... y el seguro ese... —Y la memoria de su padre como un gran héroe — interrumpió el doctor. — ¿Qué más puede un padre dejar a su hijo? ¡Si yo pudiera dejar lo mismo al mío! ¡Henry — llamó solemne — ven acá, que tu padre ha vuelto en sí! El chiquillo de pelo colorado se acercó medroso al lecho. E —¡Bueno, hijo mío! Sé un hombre de bien y cuida de tu madre, ¿eh?... —¡ Besa a tu padre! Henry acercó sus labios al insensible rostro y desapareció de la vista del herido. —N oy a darle esta poción de opio para que no sufra — oyó decir al médico. — Ustedes pueden quedarse aquí. Yo me marcho ya que no puedo hacer nada por él. Los pesados párpados volvieron a cerrarse otra vez, contra todo el esfuerzo de su voluntad. Oía voces confusas entre las que podía distinguir alguna que otra de vez en cuando. La voz del sacerdote era sin duda aquella que decía: —“Valor, Mr. Butler. Lo hermoso del hecho debe ser un consuelo para usted... Hemos tratado de todo..." — Aquí la voz se perdía surgiendo después en palabras aisladas... “Un gran funeral pasado mañana... Todo el pueblo... Grandes honores... El sermón en la misa del domingo..." Las voces se alejaban, se alejaban cada vez más, hasta quedar todo en completo silencio. ¿Están heridos? ¿Y ¿Qué es lo que * k*k * De nuevo sentíase subir a la superficie, batallando con la nube brumosa. Podía, con gran esfuerzo, levantar los pesados párpados, sobre los cuales parecía haberse concentrado el peso de todo su cuerpo y sus ojos distinguían en la ventana un rayo de sol. Una mujer, sentada junto al lecho, dejaba escapar un agudo grito y varias otras corrían hacia el cuarto. El doctor murmuraba: —¡Qué asombrosa vitalidad! Es increíble. Alguien daba un recado al doctor que volvía sus ojos al herido. —No, no puede hacerle daño... William, aquí hay un reporter del “Telegram”. Quieren dedicarte la primera página hoy. Se acercaba el periodista, un hombre alto y delgado con enormes lentes de carey. —Orgulloso de conocerle, Mr. Butler. Que (continúa en la página 54) > PÁGINA 20