Cine-mundial (1923)

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CINE-MUNDIAL Una Excursión por el Firmamento del Cinema Mejicano UE estarán haciendo nuestras es=¿Q trellas de cine? — preguntó de pronto Quezada; y el actor Luis Márquez y yo, únicos que le escuchábamos, nos miramos con un poco de curiosidad. —Vayamos a verlo — propuse. Márquez se lanzó sobre la cámara, que al entrar a la agencia de CINE-MUNDIAL dejara en un rincón; yo tomé el sombrero y ambos llegamos de un salto a la puerta, seguidos por Quezada. —¿Cuál vive más cerca? — pregunté mientras descendíamos por la escalera. Y enterado de que era Ligia dy Golconda, fuí tras mis compañeros hasta la casa de la intérprete de “Fulguración de raza”. La encontramos bordando, y Quezada tomó la palabra: —Hemos pensado visitar a todas nuestras estrellas cinematográficas y como usted es una de las que más fulgura... ¡Claro!... “¡Como .yo hice D, “Fulguración’ —Pues por eso hemos venido a ver a usted primero que a nadie, Y Quezada, orgulloso de su facilidad de palabra, esperó el efecto, que no se hizo esperar: la artsita, guiñando uno de sus pícaros ojos, le dió una respuesta aplastante... —Sí; eso se lo dicen ustedes a todas, para dar coba... Es usted muy galante, pero muy guaje... Nuestro bravo compañero renunció a continuar la batalla de piropos y salió disparado de la casa; ocurrencia feliz para nosotros, porque la risa iba a escapársenos, como se escapó tan pronto como estuvimos en la acera. Pero él nos contuvo, en el colmo del coraje, con un ;cállese! reforzado por una intranquilizadora vuelta del bastón. Fuimos a ver a Elvira Ortiz, que se encontraba estudiando una jugada de ajedrez, absorta en su ocupación; y, procurando no interrumpirla, la fotografiamos, y salimos. IRMA DOMINGUEZ Quezada, que, por una excepción asombrosa, no había dicho ni una palabra, nos confesó entusiasmado: —¡Qué encanto de muchacha! Y después, temeroso de las consecuencias, me recomendó: —No me vaya a salir con esto en CINEMUNDIAL, porque me arma usted un lío LIGIA DY GOLCONDA Tres “mosqueteros” de la pluma y de la camara salen a entenderselas con los astros nacionales y encuentran a las artistas de la pantalla entregadas a toda clase de “solaz y divertimiento,” desde la aguja y la escoba del hogar como tacita de plata, hasta las intrincadas combinaciones del ajedrez y de la conducción de automóviles. (Por Epifanio Ricardo Soto) con mi novia, que sucede. —Descuide, hombre. Estábamos ya en la calle en que vive Emma Padilla, y Márquez, viendo a una dama rubia que caminaba a unos cien metros delante de nosotros, opinó: — Creo que es ella. —¡Qué va!— repuso Quezada; y deseoso de convencernos, y sin duda de deslumbrarnos con su audacia, pegó un grito: —¡Emma! Como era en efecto la bella artista, se volvió a ver quién se permitía semejante familiaridad, y esta vez sí que su mirada, a pesar de venir de muy lejos, fué una especie de rayo para nuestro amigo, que por poco cae al suelo de puro emocionado. Cuando, no viendo ninguna cara conocida, Emma Padilla continuó su marcha, y conseguimos regularizar la respiración, suspendida por algün tiempo, Márquez exclamó: . —Pues creo que Ligia dy Golconda tenía razón en lo de guaje, porque su galantería no queda muy bien parada que digamos. El aludido, sólo pudo contestar: —Vayan ustedes solos; yo no, ni aunque me aplasten. —Pero ¿no la conocía usted? — le dije. —¡Qué va! Es la primera vez que la veo. Con varios discursos, conseguimos persuadirlo de que continuara y penetramos a la casa de ella. Estaba leyendo, y, al vernos, se interrumpió. Mientras Márquez alistaba la como no es la primera vez cámara, Quezada, ya repuesto del susto, le habló: —Usted no se ha de acordar de mí, ¿verdad?... Fuí presentado a usted durante la preparación de una escena de “Hasta después de la muerte"... —No, no recuerdo... Yo estaba perplejo, porque momentos antes había oído de boca de mi amigo, que ELVIRA ORTIZ. nunca se había encontrado ante ella. Ya afuera, le pedí una explicación, y me la dió: —Le dije eso porque no se me ocurrió otra cosa; pero no es verdad. ¿Para qué demonios decir mentiras sin objeto? Mas ya estaba abierta ante nosotros la puerta de Josefina Maldonado y en ella aparece la cara burlona de Miguel Contreras Torres y la afable de Enrique Cantalauva. El primero, nos empuja a una habitación inmediata y se entrega a su diversión favorita: —Les voy a contar un cuento... Y bueno... lo contó; pero yo no lo escribo ni bajo la amenaza de un revólvér. —¿Dónde está la señorita Maldonado? — indago. —Bañando sus perros — me contestan. — Ya va a terminar... —No es necesario que termine — interviene Márquez llevándose la cámara para donde le guía su olfato; y como lo guía bien, conseguimos nuestro objeto y nos vamos a ver a Mary Cozzi, la simpática heroína de “Fanny o el robo de los veinte millones”. El zaguán no está cerrado; y como Márquez viene de Cuba y se siente en estas tierras un poco fresco, se cuela sin pedir permiso, escoltado por nosotros. Encontramos una criada, que nos dice: —La señorita no está. Salió en su automóvil. Un poco tristes por el fracaso, nos dirigimos a la salida lentamente y cuando estamos a pocos pasos de ella, la cierra un automóvil, cuyo volante está en manos de la simpática estrella. Satisfecha nuestra curiosidad, vamos en busca de Irma Domínguez, de cuya morada salen las notas de una mandolina, influenciado por las cuales Quezada inicia un meneo de caderas de lo más flamenco que con0zco. Es la compañera de Miguel Contreras Torres quien toca; y, mientras Márquez prepara la cámara, le dice a Quezada: —Estoy en vísperas de examinarme en la escuela de Medicina... —Ya sé que es usted muy aplicada. Ella protesta débilmente y luego le recomienda: —No digan nada de esto, porque los muchachos son muy guasones. Por favorcito, ceh? Quezada se lleva la mano al pecho y formula la promesa de que así será; y no es, porque no he podido renunciar a la diabó (continúa en la página 59) EMMA PADILLA . ENERO, 1923 < > PÁGINA 38