Cine-mundial (1923)

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su padre, el cual poseía una hacienda a las orillas del Plata. Aquella muchacha estaba chiflada por los bellos “astros” de la cinematografía, y Sara se había contagiado sencillamente de su chifladura. Un día, pues, armada de audaz resolución, en uno de esos arranques tan comunes en las almas tímidas y apasionadas, escribió a su ídolo, John Jordan, la nota fervorosa que conocemos. Y no fué poca su admiración y su alegría cuando recibió en contestación aquella carta CINE-MUNDIAL vas. Yo tengo una cita con mi sastre y no puedo detenerme. La actitud consternada de Frank daba a entender que el hombre prefería cualquier cosa a encargarse de aquella delicada embajada. —¡ Nada, nada — gruñó — vuelvo al circo! Es preferible mil veces entendérselas con elefantes y panteras de Java que “dialogar” con esas nietas de los Conquistadores, que a lo mejor llevan un puñal escondido en la liga... Pero John se mostró inflexible. . . -Interior de taberna de los barrios bajos y un director estaba allá vociferando a su gente e incitándola a la acción... en que su “ídolo” le declaraba que el mundo se prosternaría a sus plantas en cuanto la viera actuar en el blanco lienzo. En su ingenuidad, Sara había tomado este impío sarcasmo por la verdad absoluta. Y allí se encontraba ahora, irresoluta y anhelosa, esperando el resultado de su temeridad. Mientras tanto, John Jordan, en su cuarto, cubría de improperios a su secretario. —Mira, Frank — le decía, mitad en broma, mitad en serio. — ¿No comprendes que te has tirado una plancha fenomenal tomando el pelo a esa joven y haciéndola gastar todo ese dinero para venir de Sud-América, ünicamente para oír el consejo de que se vuelva por donde ha venido? —i Pero cómo iba yo a imaginarme que lo tomara en serio!...—replicaba Lane. — Tentado estoy de dejarlo todo y de volver a mi circo de donde salí en mala hora. ¡Es mucho más fácil representar a un encantador de serpientes o al hombre-esqueleto que tener a toda la gente contenta en este condenado taller de mis pecados! —Tú te lo has buscado — observó John —; de modo que vete a entendértelas con la chica. La buscas y le comunicas las tristes nue FEBRERO, 1923 < — Anda. Cumple con tu deber — le dijo, riéndose de sus temores. Frank se fué lentamente, con un aspecto de cómica desolación. Al oír sus pasos, Sara se volvió. Es el secretario del señor Jordan — dijo el de la ventanilla. Frank Lane se detuvo ante la joven .y al instante le abandonó el último resto de aplomo que le quedaba. La que tenía delante pertenecía, sin ningún género de duda, a ese tipo de criollas o de españolas retratadas por Dumas y otros escritores de allende los Pirineos con más imaginación que veracidad... “mujeres que saben amar y odiar, con mucha pasión en el pecho, y un puñal escondido en ` la liga (!!)” ¿Qué podría decirle? ¿Cómo manifestarle que había interpretado mal la carta, y menos aún confesarle que había sido él el autor de la broma y no Jordan? —Entremos... Hablaremos mejor. ..—dijo para ganar tiempo. , Sara le siguió por obscuros pasillos hasta el recinto mago donde se elaboraban las mil y una maravillas del Cinema. ¡Su sueño... su sueño se estaba realizando en aquel instante! Los raudales de luz extraña lastimaban sus hermosos ojos... y todos aquellos rostros pin. tarrajeados, bajo esta luz intensa violeta, aparecían espectrales, siniestros, horrorosos. į Pe ro qué importaba! lloso! Sara miró en torno suyo. En un extremo del studio se alzaba un escenario representando el interior de una taberna de los barrios bajos, y un director estaba allí vociferando a su gente e incitándola a la acción. Dentro del escenario la batalla ficticia entre la supuesta gente “del bronce” y las fuerzas armadas de la policía tenía todas las apariencias de la realidad más brutal, tanto que a Sara le pareció que aquellos polizontes acabarían por matar o mal herir realmente a los parroquianos de la taberna. Pero el director dió la voz de alto, y al punto, como por arte de magia cesó la batalla y agresores y agredidos recobraron sus fisonomías de gente de paz. Frank, en tanto, se devanaba los sesos para hallar la fórmula feliz que le permitiera descubrir a la joven la verdad del caso. ¿Pero realmente se merecía esta verdad amarga aquella encantadora joven, esbelta y flexible como un junco, y con aquellos ojazos resplandecientes? Estuvo tentado de ir en busca de algún director amigo para suplicarle que empleara a la joven. Habíase percatado, a la primera ojeada, que la argentina poseía todos los felices atributos que debe reunir la perfecta actriz cinematográfica. Mas, por otra parte, conocía las rigurosas leyes imperantes en los talleres, y especialmente la actitud del sumo pontífice de la compafiía, ante la integración de elementos nuevos y desconocidos, cuando se hallan en juego centenares de miles de dólares. El riesgo era demasiado grande. Una escena estropeada a causa de su afán en “colocar” a aquella joven podría acarrearle hasta su propia pérdida. Y en perspectiva veía también en danza ese puñal que toda mujer de España o de sus ex-colonias lleva siempre fatalmente en la liga. A pesar de su compromiso con el sastre, John no había abandonado todavía su cuarto. El asunto le había interesado lo bastante para aguardar a que Lane le trajera el resultado de su ingrata misión. Se levantó y recogió del suelo la fotografía de Sara que Lane, en su agitación, había dejado caer junto a la puerta. John Jordan era un producto lógico de los métodos modernos de producir películas. A sus atributos físicos, un cuerpo esbelto y bien proporcionado y un rostro hermoso lleno de valores fotogénicos, añadía la buena fortuna de tener un director de talento y altamente simpático. Gran parte de la popularidad de una “estrella” se debe, en efecto, al esfuerzo y a la inteligencia de su director. ¡Era todo tan maravi Si el director es capaz de instilar en el actor todo el fuego y el entusiasmo que él, en su mente creadora, ha atribuído a su personaje, el actor, como la arcilla entre las manos del artífice modelador, se transforma en una figura llena de encanto y de atractivo: mas si el director es inepto, esa ineptitud se refleja en toda su obra. Muchos grandes actores han perdido el favor del público después de muchos afios de éxitos clamorosos, ünicamente por un cambio de directores. John, por lo tanto, podía muy bien abstenerse de poseer una mentalidad superior y particularmente una voluntad demasiado firme. Era indispensable, al contrario, el renun > PÁGINA 82