Cine-mundial (1923)

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ciar a la poca que tuviera, para dejarse absorber completamente por la personalidad del hombre que daba forma y fuerza a sus películas. El resultado de esto era una especie de masilla espiritual... y como esta substancia plástica, la mente de John era susceptible de impresiones, pero incapaz de modelar su propia forma. Tenía un agente de publicidad que atendía a su popularidad; un sastre que se ocupaba de su aspecto exterior; un director que forjaba su porvenir cinematográfico; un fotógrafo especial cuya única misión consistía en obtener impresiones perfectas de sus gestos y actitudes; y un representante y un abogado que se encargaban de sus contratos y litigios, John, figura central de este complejo mecanismo, hallábase por lo tanto aliviado de la “funesta manía de pensar” y como la lisonja era el principal ingrediente de todas las conversaciones sostenidas en su presencia, era el hombre extraordinariamente vanidoso. Las mujeres, particularmente, se lo disputaban y buscaban sus favores. Como consecuencia, las mujeres llegaron a convertirse para él en una parte accesoria de su vida; como elementos de ornamentación propios para realzar, con su belleza, su propia sugestiva y brillante personalidad, del mismo modo que las joyas, los rasos y las sedas exaltan el encanto de una mujer ya en sí encantadora. Contemplando el semblante fotografiado de Sara, John advirtió en él algo indefinible que no había notado hasta entonces. Los ojos no eran precisamente luminosos. Había en ellos más fuego que luz... de esos fuegos alegres que caldean mejor que queman. “Es una de esas chicas que animan verdaderamente la vida de un hombre”, pensó John. El rostro estaba perfectamente modelado y la línea atrevida de su mentón y la curva pura aunque firme de sus labios no hacían más que prestar fuerza a la afirmación de carácter y de personalidad que sugería la mirada de aquellos ojos esplendorosos. De repente, John se volvió y atravesó el cuarto. Sin ningún miramiento desprendió de la pared la fotografía de Nanette de Lys y la arrojó despectivamente al cesto de papeles. Con unos clavitos fijó en el lugar vacante el retrato de Sara. ¿Por qué no? — meditó. — Me estaba aburriendo atrozmente, y un poco de diversión no me vendría mal. Esta muchacha es como las demás... ha venido desde Buenos Aires para estar cerca de mí. Nanette, ella, vino desde Nueva Orleans, y se pasó seis meses a mi lado. Esta chica... ¡veremos!...¡¡Quién sabe!!... Así como una mujer elige una gasa ligera y vaporosa o un collar de brillantes para prestar a su figura mayor realce y donosura, del mismo modo elegía John ahora el *bibelot" delicado que serviría para substituir a la desilusionada Nanette. Abajo, dentro del recinto acristalado e inundado de luz, hallábase Sara absorbiendo impresiones como una flor sedienta aspira el rocío de la mañana. A su lado Frank Lane permanecía silencioso, esperando contra toda esperanza que algo — jun milagro!— se produjera y lo sacara de su apuro. Milagro que al instante sobrevino. John Jordan se encaminó hacia donde se hallaban los dos. Frank se volvió, atónito. Aturrullóse, queriendo hallar palabras con que expresar su asombro. Pero John le atajó, sonriendo: —¿De modo que esta es la señorita Cer FEBRERO, 1923 < CINE-MUNDIAL vantes? — dijo, extendiendo una mano fina y blanca que parecía estar vaciada en cera. — Mucho gusto en conocerla, señorita. Sara no tuvo ni las fuerzas para contestar al saludo. La emoción le había paralizado todos los sentidos. John observó a la hermosa porteña; creía adivinar en ella los síntomas usuales que solía advertir en la mayoría de las mujeres por las cuales se había dignado tomar un poco de interés. Blake, el director de John, se hallaba a proximidad, en conferencia con el jefe de los fotógrafos. Adivinó, y frunció el entrecejo. —¡Oh, Señor! — musitó con expresión cómico-trágica. — ; Ese John me está buscando, como si lo viera, más complicaciones y trabajos! Primero fué Della Deane, la que me hizo educar para estrella... luego fué Mary Myrtelle... a continuación Nanette de Lys... El complicado proceso que siguió fué para Sara una cadena de sensaciones inolvidables. Las lecciones de *maquillado", las pruebas diversas ante el objetivo de la cámara, el verse a sí misma en la pantalla de la salita de proyecciones del taller, sonriendo y llorando y expresando toda la gama de sentimientos humanos, fueron otras tantas emociones que la llevaron, de encantamiento en encantamiento y de maravilla en maravilla a la emoción más honda de cuantas hasta entonces experimentara. Y esto sucedió el día en que John, después de haber preparado el ánimo del propietario de la compañía con mimos, súplicas y halagos, llevó a Sara al despacho del magnate y le sefialó a la alborozada muchacha el espacio donde tenía que poner su firma en el contrato que daba a Sara un papel prominente en la película siguiente de John Jordan. Con movimiento estudiado de languidez y abandono, acarició su pecho con un inmenso abanico de plumas de avestruz... iy ahora será probablemente esa figulina de Tanagra! Por lo visto se ha imaginado que mi oficio es el de maestro y no el de director. Su predicción se cumplió al pie de la letra. John tanto insistió y le suplicó que al fin Blake, quien después de todo quería a su voluble “estrella”, consintió en aleccionar a la joven y en sacar a la superficie todas las posibilidades que pudiera tener como actriz cinematográfica. John, cumpliendo los deseos de la joven, satisfacía más que nada la inmensa vanidad que rebosaba de toda su persona. Imaginábase que el placer que le procuraba a la joven haciéndola trabajar a su lado constituiría para ella el summun de la felicidad terrestre. Pero Sara, aunque realmente admiraba a este hombre, sólo experimentaba por él el sentimiento de la gratitud. (continúa en la página 112) > PÁGINA 83