Cine-mundial (1923)

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CINE-MUNDIAL Merd Por EDUARDO GUAITSEL L PASO que íbamos, temí que mi accidentada carrera periodística terminase en una entrevista con Sara Cervantes. En primer lugar, el caso “chivos” y el caso “Vignola” me tienen, con razón, escamado. Y, en segundo lugar yo quiero saber qué le sucedió, por fin, a Sarita. La redacción está llena de carteles colorados y tendenciosos en que se interroga a los circunstantes, en letras muy negras, “¿Qué le pasó a Sara Cervantes en los estudios de Fort Lee?" Y lo más curioso es que nadie lo sabe. Se lo pregunté al Respondedor y me mandó a paseo. Inquirí con el señor Director y también me mandó, aunque en dirección distinta. Lo natural, claro, hubiera sido averiguarlo con “Van”, como le decimos aquí a Powell, pero éste desconfía de todo el mundo — quizá por ser míope — y apenas me ve rondando por su escritorio, esconde las cuartillas, como si fueran tostadas con jalea o algo así. De modo que no tengo más remedio que leerme la novela esa de cabo a rabo, como cualquier subscritor foráneo. ¡Intrigas de redacción, bah! Si fuera yo como otros, le mandaría una carta de protesta a Hermida, para que la sacara en su sección, con letra bastardilla y estrellitas y todo eso que él pone en sus amenos párrafos, siempre ilustrados con damas en paños menores, Compadéceme, pues, lector, que no tengo aquí prerrogativas ni privilegios de ninguna clase y me veo obligado a esperar, como tú, quién sabe cuántos meses, para enterarme de qué fué, en resumidas cuentas, lo que le ocurrió a esta incauta señorita de mis pecados. Sumido en tales reflexiones y en busca de solaz y esparcimiento, ninguna idea mejor, para olvidar a Sara Cervantes y a todas las Saras habidas y por haber, que una charla FEBRERO, 1923 < sucinta, animada y refrescante con Priscilla Dean, cuyos ojos echan cada día más luz y cuya sonrisa — prendida entre dos hoyuelos como una sarta de brillantes entre.. ¡No, no lo diré! Rechazo los retruécanos y las imágenes floridas. Repugno las mieles románticas. Quédense para otros colegas estos entusiasmos literarios. Yo me he empeñado en decir las cosas en seco. Digo, pues, que fuí a buscar a Priscilla Dean y que la encontré. Añadir más es perder el tiempo. El que quiera enterarse de lo de la sonrisa, que vea el retrato y que me deje en paz. Priscilla tiene un perro. Pero no adelantemos los acontecimientos... — ¡Guaitsel! Por usted no, pasan los años... Está igualito.. —Sí, me veo igualito. Muchísimas 'gra cias... Pero no me siento tan... bueno... tan igualito... —¿Y cómo se explica que, en todo el tiempo que lleva Ud. en CINE-MUNDIAL, ésta sea la primera vez que entrevista a su mejor amiga? —Se explica admirablemente. Ud. se pasa la vida en Los Angeles y yo me la paso aquí... —Pero podía haber escrito... —¡ Ah, qué idea! Una entrevista por carta es lo único que me faltaba... En primera oportunidad, se la hago, de contrabando, al Director, a ver qué pasa. —¡ Lástima que no la pueda leer! Haré que me la traduzcan... —Refrésqueme la memoria, Priscilla. La última vez que nos vimos, Ud. estaba en el “Folies Bergere”. —Y Ud. en el teatro de en frente... Ya la solté. En mis buenos tiempos, fuí actor (ésto, para cuando salga mi biografía en CINE-MUNDIAL, el día de mi fallecimiento, ¡ay!) pero, puesto que Hermida fué empresario, no sé por qué había yo de ocultar mis pasadas debilidades. —¡Cómo corre el tiempo! ¡Y qué casualidad que los dos hayamos pasado de las tablas al lienzo, aunque con distintos papeles! —Prefiero el de Ud. Es más fácil criticar que representar... —Cambiemos, entonces... dos y todo. Priscilla se echó a reír y los hoyuelos... i Aparta, tentación! —¿Con Eddie Lons fué con quien salió Ud. primero en el lienzo, no? —No. Por cuenta de Griffith, que me vió bailar en el Teatro Fulton y me dió dos o tres papeles... — Pero si yo la vi en unas cintas — hace años — con el marido de Lois Weber. —Eso no cuenta. Fueron papeles sin importancia. Lo. de Griffith fué el verdadero principio de mi carrera de cine. De su taller pasé a la Universal, a hacer comedias de un rollo... —Y de rollo en rollo, llegó a estrella... —De jaqueca en jaqueca, querrá Ud. deCU Aquí es donde entra el perro. Es decir, allí fué donde entró; donde estábamos hablando. Cuando un animal o una criatura interrumpen una conversación, yo siempre abro fuego diciendo: —¿Cómo se llama? Así me queda tiempo para buscar la salida más fácil, en caso de necesidad. —Se llama “Prince” Y en vez de hablarme de ella misma, Priscilla me dió la biografía de Prince, con todos sus detalles. Resulta que el Prince es un pero con suel t (continúa en la página 120) > PÁGINA 85