Cine-mundial (1923)

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las orejas se les despegan de la cabeza, la nariz se afila, el cuello cae adelante, los labios están pálidos y muy secos, sus brazos cuelgan de los hombros y descansan en los bolsillos, camina automáticamente reconcentrado en sí mismo, piensa y piensa bien; su cerebro funciona y únicamente su sistema nervioso periférico está dominado por la droga, “tiene los nervios entre las manos” y por eso, ante una explosión o catástrofe, él ordenará a su sistema que reciba lo que él quiera para impresionarse o emocionarse como a él le dé la gana... Los colores en su cara cambian; sobre un pálido de muerte surgen tintes amarillos y verdes... — sobre todo ver des —y las manos se asemejan a garras que nunca clavan. Añadid todavía un defecto vi£5 m m sible: no es limpio. Errante marcha de un lado hacia otro, siempre en los sitios donde ha de encontrar comodidad para picarse; conoce a sus “hermanos de droga’ y si es rico ayudará al pobre socorriéndole con su veneno, y si es pobre y sin coraje para pedir no le faltará valor para rogar una dosis para su inyección. i ERES El hombre entra en la morfinomanía por tres puertas: el dolor, el vicio o el desgaste nervioso. Hasta ahora sólo el opio y sus derivados vencen al dolor físico. Con la sugestión sólo se triunfa en algunos casos. El que durante el sufrimiento tomó morfina es un candidato para ser su adicto. El decaimiento nervioso, principalmente por trabajo intelectual, es el principal motivo que produce drogómanos. El vicio atrae a algunos, no muchos, y los que produce son casos, la mayoría, unidos a otros estados patológicos mentales: no son morfinómanos puros. Leed una estadística cualquiera. La mayoría de los afectados son hombres intelectuales, artistas, gentes que viven del nervio y cuyo sistema muscular está supeditado al predominio del sistema nervioso. Empezaron no por voluntad propia, sino por indicación de alguien que les habló de la droga salvadora que extirparía sus males. Este es el peligro del partidario de la morfina: su afán de hacer adictos. Fuera del mal que produce con la propaganda, el morfinómano en sí no es peligroso — menos quizá que el alcohólico — y de perseguirle, y ante el fracaso de curarle, aíslesele y que dé fin a sus días con su narcótico lo mismo que con su alimento o con el aire que respira. Gc d m Allá en Francia en el Casino de Deauville la ruleta funciona con isócrona regularidad. La gente se agrupa envolviendo el tapete verde. En la primera fila y junto al croupier vi à un jugador que llamó mi atención; jugaba con despreocupación y, sin contar el dinero, colocaba con negligencia las torres de fichas sobre los námeros encuadrados; las ganancias no le emocionaban, las pérdidas no le producían efecto. Miró al reloj mientras el pagador cantando el nümero se dirigió a él y gritó: “¡Pleno y caballo ganan!" El hombre sin hacer caso dejó su dinero sobre la mesa y se fué triste, decaído... Volvió al poco rato y era otro hombre; alegre, enérgico, la mirada brillante y las pupilas pequeñas como dos puntos. Se caló el monóculo con energía y siguió jugando con entusiasmo. Adiviné pronto a ese hombre; era un morfinómano. Me le presentaron. El Príncipe X... de una rancia familia del Cáucaso. Se sorprendió que yo comprendiera tan bien su enfermedad y se confesó ante mí como un Marzo, 1923 < CINE-MUNDIAL buen amigo. Hacía ¡diez y seis años! que tomaba morfina y su organismo estaba aún en condiciones de regular resistencia. ¡Caso clínico notable! Apunté todos los detalles que él generosamente me dió, los cuales guardo como ejemplo extraordinario que difícilmente volveré a ver. En París, el Teniente de navío Z... me llevó ante un compañero suyo. Un intoxicado solamente de nueve meses. Vi al enfermo en un estado deplorable: abscesos, edemas, corazón débil, todo el aparato técnico que trae esta enfermedad. Me aseguraron que antes de comenzar el pernicioso hábito era un hombre fuerte y, sin embargo, la dosis que tomaba no era lo suficientemente elevada para derrumbar a un hombre joven en tan corto tiempo. Estudié el caso, ligeramente, sólo como expectador, y no le volví a ver. Cuando me encontré nuevamente con mi amigo el Teniente Z... me dijo que su compañero había muerto poco después de haberle yo examinado. En nueve meses la morfina le llevó a la tumba. Son éstos dos casos extremos: uno de larga y otro de corta duración. La vida de un morfinómano no está señalada aún con regularidad por los que se dedican a estudiar los casos. Los autores difieren los unos de los otros. No obstante, yo creo que el promedio de la vida de un morfinómano son cuatro años. NOE Este vicio, como amor que es, entra lenta mente. El que comienza a picarse inaugura su tóxico con dosis pequeñas: 1, 2, 3 centigramos. El aumento real de la dosis se verifica después de los dos meses. A medida que la intoxacición se hace mayor, el paraiso artificial surge más difícilmente y, por tanto, la cantidad de veneno que se necesita es más grande. Después de llegar a grandes dosis el paraíso artificial no existe, el veneno pasa a ser necesidad vital, un elemento de la misma importancia que el aire o la luz. Pasado cierto tiempo ya no hay sueños ni visiones celestiales: hay después de la inyección más vida, más energía, más ansia de vivir. No sé hasta dónde puede llegar la cantidad de morfina tomada por un adicto. He oído hablar de dosis fantásticas: lo creo. Recordemos que las dosis fisiológicas y terapéu ticas en el hombre normal son de 1 a 5 cen (Continúa en la página 175) > PÁGINA 137