Cine-mundial (1923)

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NMASSE LO QUE ES EL INFIERNO Por Rafael de Zayas Enriquez ESDE que tengo uso de razón (perdóneseme la vanidad) me he ocupado en averiguar lo que es el infierno; no porque le tuviese miedo ¡qué capaz! sino como cuestión de curiosidad muy justificada, puesto que, según opinión general, es uno de los dos, tres o cuatro senos o lugares a donde van a parar las almas que han desencarnado, y como yo presumo de tener alma, y quiero a mi alma, no por ser alma, sino porque es mía, nada más justificado que mi curiosidad; pero también nada más difícil que satisfacerla. He estudiado el punto consultando cuanto se ha escrito sobre tan importante materia. No hay que reírse porque la llamo importante, pues bien sabido es que se ha gobernado y se gobierna aún a la humanidad más bien por el temor al infierno que por el amor al cielo. En mis indagaciones me he remontado hasta los remotísimos tiempos de los albores de la civilización China, y obligado me veo a consignar una noticia que será novedad para mis lectores. Los chinos pretenden ser los autores de todas las invenciones que existen, desde la sopa de ajos hasta la telefonía inalámbrica; pero me cabe la satisfacción de encontrarlos fallos a infierno. En el año 1213 antes de la era Cristiana, oí exponer al ministro Tsou-ki la teoría de la justicia divina, ante el emperador Tsou-keng, de la segunda dinastía: *El Cielo considera a los hombres sobre la tierra y los juzga con su justicia. Después de este examen, el Cielo da a cada uno vida larga o corta, según sus obras; de suerte que, si alguno muere prematuramente, es por su propia falta, no porque el Cielo lo haya querido mal. Él mismo tiene la culpa por haber roído el lote que le estaba destinado." Mi respetable amigo Homero nos habla de Ades, que es un lugar hacia el que se dirigen los muertos. No me dice lo bastante, y he tenido que consultar a otras personas con las que me unen lazos de añeja amistad, tales como Apolodoro, Eratóstones, Ovidio, Hygin y Virgilio, y he sacado en limpio que en los tiempos de Grecia y de Roma tuvieron idea bastante definida del Averno o Infierno, como un lugar al que concurrían las almas para ser juzgadas por Minos, Eaque y Rhadamanthe, y en el que reinaba Plutón. La región de los Infiernos comprendía el Tártaro, los Campos Elíseos, y cinco ríos. El Tártaro era el lugar destinado a los que en el mundo se habían portado mal. los Campos Elíseos era la mansión de los justos. Ya ese infierno resulta demasiado arcaico, fuera de moda. Mayo, 1923 < CINE-MUNDIAL Las Teorias de Mi Amigo Don Primitivo Práctico Dirigí mis investigaciones por otro lado, prescindiendo de la concepción clásica; consulté a los Méxica, los Mayas, los Peruanos, y vi que todos ellos tenían su infierno, concebido como lugar de castigo, aunque la forma y la intensidad varía de las establecidas por otros pueblos; y, por último, llegué a la Biblia, uno de mis libros favoritos desde que me enteré bien de su contenido, y me ilustré con la lectura de Milton, con quien llevé pocas relaciones, y la de Dante, quien nunca quiso explicarme algunos puntos obscuros de su inmortal poema, pretendiendo que la obscuridad no estaba en sus versos, sino en mi cerebro. Le perdono su vanidad. Resultado: no creí en la existencia del infierno, pero sin llegar a negarla; que hay tres estados definidos en el concepto del infierno, a saber (1) una vaga noción de vida futura en el sufrimiento, con poca o ninguna idea de retribución moral; (2) un lugar de tormento al que van condenados los que han ofendido a los dioses, pero la pena es por tiempo limitado; (3) un lugar en que son castigadas las almas por los pecados cometidos en este mundo, con las penas más rigurosas, sin redención posible. En lo que todos los autores convienen es en que el dicho lugar está debajo de la tierra, en sus entrañas. Mis dudas quedaban en pie, y al cabo de muchas cavilaciones, llegué a convencerme de que ningún sér habitante de nuestro humilde planeta podía ministrarme las noticias que tanto necesitaba; pero, al mismo tiempo, ocurrióme que había un individuo, quizá el único posible, capaz de sacarme de dudas, de ilustrar mi espíritu, de libertarme de la pesantez agobiadora de la incertidumbre: el Diablo. Pero ¿existe el Diablo? Seamos lógicos. Si hay infierno, tiene que haber Diablo; y si hay Diablo, tiene que haber infierno. San Mateo afirma que el fuego eterno, el infierno, fué preparado para el Diablo y sus ángeles. No me cabe duda; véase el Capítulo 26, versículo 41. Y aquí surgió otra dificultad mag na. ¿Dónde está el Diablo? ¿Cómo dar con él? ¿Cuántos diablos hay? Me eché a averiguarlo como quien busca un gato en un garbanzal, o una aguja en una paca de heno; pero con la seguridad de que, caso que hubiese Diablo, lo encontraría; y en caso de que no lo hubiese... lo inventaría. Y no sólo me urgía encontrarlo para desvanecer mis dudas, sino también para asuntos económicos. Registré cuantos libros se han escrito sobre arte negra, ciencia oculta, magia, y ¡qué sé yo! sin que nada me diese el (Continúa en la página 296) > PÁGINA 269