Cine-mundial (1923)

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ECTOR amable: Como, según los que entienden de esas cosas, el cinematógrafo está todavía en pañales aunque yo no lo creo, permíteme que te diga, por vía de prólogo, que el llamarme “vetera` no” se debe a lo mucho que del mundo he corrido ya como exhibidor, como operador de máquinas de proyección en diversos países, como empresario y como simple espectador. Aficionado rabioso del arte mudo, he presenciado los adelantos que la ciencia, el arte, el buen gusto... y el dinero han traído a la pantalla, y el contraste entre lo que hoy vemos y aplaudimos y lo que nos llamó la atención hace diez o quince años es tan radical y notable que no sabe uno qué sorpresas nos reserve el porvenir en esto de las producciones fotodramáticas. La primera película de cine que me tocó en suerte ver, fué allá por el año de 1900 en una sala de mala muerte de cierta población de segundo orden de un país tropical. Recuerdo que ahí no cupimos, ni codo con codo, arriba de media docena de espectadores y que, con el calor natural del clima y el que despedía — además de mucha peste a petróleo —la máquina de proyección, estábamos todos derritiéndonos. La cinta debe haber medido, a lo más, cincuenta metros, y el “argumento” consistía simplemente en que un pordiosero, apostado en una esquina y haciéndose pasar por paralítico, era de repente sorprendido por un gendarme que lo obligaba a dejar la parálisis y a emprender furiosa carrera por las calles de París, porque la película era francesa. Como cobraban quince centavos por aquella exhibición, para que no nos considerásemos estafados nos dieron aquella noche el espectáculo de unas vistas fijas, que consistían principalmente en paisajes de Versalles. ¡Ya ha llovido desde entonces! k ox * L “virus” del cine se me metió a mí en la sangre algunos años más tarde y me parece que fuí uno de los primeros operadores de máquinas proyectoras de la América Latina. Mis experiencias, tanto de este lado del Atlántico como en Europa, formarían un volumen curioso, del cual sólo van aquí algunos apuntes característicos. Los títulos de las producciones de cine han provocado más escándalos en mi experiencia de operador, que cualesquiera otros detalles de exhibición. Recuerdo que en un pueblo de Galicia, cierta tarde, durante la presentación de una cinta de *Gaumont" que tenía las leyendas larguísimas, un espectador impaciente y que no sabía leer se volvió airado hacia la caseta donde yo estaba (en momentos en que en el lienzo aparecía proyectado un título de ocho líneas) y me gritó: —4i Basta ya, hombre, basta ya! Lo que querían eran “cuadros” y no letras ¡qué demonio! j k ck X N Navarra, donde la gente tiene — no sé Si con justicia — fama de mal hablada, recuerdo que un amigo mío muy cascarrabias estaba ayudándome a proyectar cierta producción de lujo, una de las primeras que tenían efectos de luz a la moderna y tintaje de primer orden. Vino un momento en que, MEMORIAS D CINE-MUNDIAL LO QUE VA DE AYER A HOY 52 zs E UN VETERANO para dar el efecto de que la escena era nocturna, se había puesto tinte azul muy obscuro a la película, con lo que los personajes y la escena aparecían borrosos. Uno de los espectadores, queriéndoselas echar de conocedor, gritó, dirigiéndose a mi amigo, que ya estaba de mal humor por las intermitencias de la luz y porque tenía, además, un flemón en la boca: —i Más foco! Y mi camarada, sacando la cabeza por el ventanillo de la caseta le contestó furioso: —¡Más...! (y aquí un terno de esos que ponen los pelos de punta.) * o* xk N una ciudad de Méjico, no hace más de nueve años, fuí operador de la máquina de proyección del único salón de cine que ahí había y jamás olvidaré la ingenuidad del empresario del lugar. Sucedía con frecuencia que los espectadores aplaudían alguna escena (como cuando el héroe llegaba a salvar a la heroína y a pegarle una paliza al “malo”, o cuando el paisaje era de extremada hermosura) y, apenas oía las palmadas del público, el empresario en Cuestión me hacía parar la máquina, ordenaba que se hiciera luz en la sala, salía al escenario, hacía dos o tres reverencias, como si él fuera el *responsable" de las escenitas de que hablo y... me daba instrucciones de que volviera yo a pasar la parte aplaudida. ; Un *encore" completo, con ovación y todo lo demás! Gom g OMO detalle de equivocación lingüística, tampoco olvidaré que la primera serie que, de los talleres yanquis, se distribuyó en Méjico, fué *El Gran Robo de un Tren", que en inglés se llamaba “The Great Train Robbery”... y el traductor de los títulos, que sin duda sabía tanto inglés como yo sánscrito, llamó Robbery al protagonista. “Robbery” es robo en el idioma de Mr. Harding y, cuando acabó la proyección de la película, y hasta largos meses después, todos los aficionados hablaban del *bandido Robéry" como de un nuevo Raffles. £x AS cintas que, hechas en los Estados Uni dos, fueron llevadas a Méjico hace doce o quince años, eran invariablemente silbadas, pateadas y proscritas de los cines del país, en donde tenían predilección sólo las francesas, italianas y escandinavas y recuerdo que el püblico (en la capital) apenas veía que la presentación era de “Vitagraph”, “Kalem” o protestaba hasta que ponían otra cosa en el lienzo, o abandonaba el salón. Ahora, segün me dicen, sucede otro tanto con algunas cintas italianas. * ko (e primeras películas que | vi en Nueva York, eran exhibidas en un teatrito minúsculo del que, por más señas, era propietario el William Fox de la casa productora de esa marca. Ni en aquella época (1909) se atrevían los empresarios a dar al público producciones de cine solamente y la mayor parte del programa la integraban vistas fijas de colores que ilustraban la letra de canciones populares. Algún tenor salía a “interpretarlas” en la obscuridad y el público le hacía coro. Las películas propiamente dichas sólo servían de “relleno”. a oSG s pr empresario que salía a recibir los aplausos de las multitudes entusiasmadas por alguna escena del lienzo, no era progresista. Un colega suyo, italiano y que tenía un cine en Colombia, había mejorado el sistema poniéndose a la altura del progreso contemporáneo. (Hablo de hace cuatro años.) El tal empresario había mandado a hacer un retrato suyo como vista fija, sobre cristal y, cuando el público aplaudía algún detalle de la película que estaba exhibiéndose, el operador de la máquina (que era yo y que tenía órdenes superiores) paraba el proyector, metía el retrato del italiano en la máquina y aparecía en la pantalla su efigie, dando las gracias a los espectadores, con una reverencia y el sombrero en la mano. x * x NO sé si todavía existirán en alguna parte los *explicadores" que, allá en los principios del cinematógrafo hacían la delicia y la desesperación de los que iban a ver películas. Como éstas se presentaban entonces sólo como parte de un programa de Variedades, eran los actores que tomaban parte en los nümeros de canto y baile quienes se encargaban de *decir" los diálogos entre los protagonistas de las cintas de cine. Y recuerdo que, a veces, hasta salían sobre el lienzo en calidad de “siluetas”? para completar algún programa falto de animación. mox ow NIUNCA olvidaré cierta noche en que me tocó en suerte presenciar una película histórica, a cargo de un “explicador” de lo más leído y escrebido que ande por ahí. De las muchas cosas que dijo para “explicar” el argumento y para hacer el diálogo, se podría hacer un volumen entero de chistes de almanaque. Lástima que no recuerde más que el incidente final. En la película salía un Pontífice romano y una Princesa de Venecia o de no sé dónde, que iba a pedirle un favor. El explicador se esforzaba por poner en boca del presunto Papa frases que sonaran como encíclicas y hasta un poco de latín de cocina. Hubo un momento en que el actor que hacía de Su Santidad movió la cabeza negando la merced solicitada por la Princesa. Y el explicador nos espetó lo siguiente: —Señora, lo siento mucho, pero NON PLUS ULTRA... que quiere decir “No podemos”. Junio, 1923 —— Tán»! nue a e a I PÁGINA 328