Cine-mundial (1923)

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Cuentos para leer en el coma EL DELINCUENTE GASEOSO Por Francisco Elias A DERROTA sufrida a manos del Campeón de lucha greco-algebráica, Profesor Mac-Anna, transformó por completo a Jim Sirocco, el hijo co rrosivo de Catapulta City. Una aguda melancolía se apoderó de él. Ya no derribaba árboles, ni incendiaba montes, ni ataba criaturas inocentes a la cola de los caimanes; no se entregaba, en fin, a ninguno de aquellos honestos esparcimientos que habían establecido su reputación tan sólidamente como lo hubiera hecho un terremoto o una erupción volcánica. En tan penoso trance se hallaba cuando llegó a sus oídos la noticia de los triunfos del nuevo Campeón de la Tremebundez Individual, Luis Angel Firpo, de Argentina. Leyó ávidamente lo que un cronista decía del “Terror de las Pampas” y se indignó. El cronista, en un entusiasmo que no respetaba ni a la Gramática castellana, lo proclamaba el Archi-Papa del Terrorismo, el Non Plus Ultra de la Energumenez, el Cataclismo Vertebrado y otras cosas más del mismo calibre. Decía que cada vez que se ponía los guantes se abría un Hospital nuevo y que la Morgue, gracias a él, se había convertido en un Cabaret a la moda. —Firpo — escribía aquel fabricante de epítetos — gasta pyjamas de piel de cocodrilo y usa alquitrán como crema de masaje. Sirocco estalló. —¿Qué le importa al Público respetable y pagano estos detalles de “toilette” íntima? — rugió.— Yo no uso pyjamas de piel de cocodrilo porque soy muy hombre para usar artículos de sefiora. Y en cuanto a eso del alquitrán es pura coquetería que muestra únicamente que ese Firpo se cuida demasiado el cutis para ser un verdadero Campeón. : Requirió la apisonadora mecánica que le servía de bicicleta de pista e inmediatamente se dirigió a Nueva York en donde Firpo se hallaba a la sazón entrenándose para su combate con Khar-Kifiol, el Elefante Sagrado de Kapurkurdela. El Campeón argentino acababa de desayunarse. Se había comido un Piedras Negras de media tonelada y con uno de sus pitones se escarbaba la dentadura. —¿Dónde está ese Terror de la Patagonia? — gritó Sirocco en cuanto entró en el recinto donde se hallaba el Fenómeno.—; Que me lo traigan! De un pufietazo lo mandaré tan lejos que las noticias de su funeral tendrán que llegar por cable. Firpo no se inmutó. Se volvió hacia una especie de pithecantropus erecto que le servía de “sparring partner" y exclamó con voz tranquila y naturalmente argentina: —¡Che! ¿Cuántas veces vos tengo que decir que no quiero señoritas por aquí durante las horas de entrenamiento? Fué bastante. Jim Sirocco palideció y se desplomó al suelo cuan largo era. Un knock-out técnico, como decimos los inteligentes. CINE-MUNDIAL Cuando volvió de su desmayo, ya Firpo se había marchado en compañía de un joven hipopótamo para desentumecerse los sabafiones. Sirocco regresó a Catapulta City. De rabia arrojó a media población al mar Pacífico. Pero eso no sirvió más que para aumentar la población flotante de Catapulta City en una proporción notable. Felizmente para él, cuando el suicidio le parecía el ünico remedio a su desventura, le llegó un telegrama del Gobernador. Rezaba como sigue: PARA COMBATIR HIPOCONDRIA OFREZCOLE PUESTO DE SHERIFF EN HECATOMBE TOWN. CONTESTEME ACEPTACION. ¡Hecatombe Town! Con las más radiantes perspectivas en vista aceptó Sirocco el nombramiento y marchó inmediatamente a aquella localidad cuyo nombre solo tantas promesas encerraba. A los pocos días comprendió la broma macabra e infecta que le había gastado el Gobernador. Hecatombe 'Town no solamente no justificaba su simpático nombre, sino que era la población más integralmente pacífica que existía sobre la capa de la tierra. El robo, el asalto, el fraude y el asesinato eran allí pasatiempos desconocidos. No solamente esto. La gente tenía a punto de honor no manchar la pristina reputación del pueblo y cuando alguien se sentía en los trances de la muerte se apresuraba a marcharse con la música y el féretro a otra parte. De esta forma el Cementerio, la Morgue, el Hospital, estaban sin estrenar. Lo mismo ocurría con la Prisión, cuyos calabozos ni siquiera tenían candados o cerrojos. No existían armas de fuego ni de otra especie, y el único que poseía algo que se pareciera a una arma ofensiva era Ben Beni Donde reaparece el célebre Jim Sirocco y se relata, entre otras cosas, su pequeña aven tura con el pugilista argentino Luis Angel Firpo. ben, el ricacho del pueblo, el cual guardaba a título de curiosidad un viejo mosquetón de chispa que mostraba a sus amigos como una invención diabólica de los hombres, Pasaron varias semanas y Sirocco empezó a desesperarse. Empezaba ya a meditar seriamente el asesinato en masa de unos cuantos vecinos para estrenar en el mismo día todas aquellas flamantes dependencias, cuando de repente, como una bomba que estalla, cundió en el pueblo la noticia de que Ben Beniben, el ricachón aludido, había aparecido asesinado en su domicilio. Sirocco se estremeció de alegría. Ordenó el levantamiento del cadáver, practicó él mismo la auptosia con un abrelatas, y luego hizo trasladar los restos al Cementerio que con este motivo tuvo su inauguración oficial. Todas aquellas dependencias habían sido estrenadas en un solo día, gracias al providencial asesinato. Pero aquel era un triunfo a medias. Faltaba por estrenar el calabozo, la sala de audiencia y por último el patíbulo. Y Sirocco, por primera vez en aquel día fírtil en peripecias, se formuló esta pregunta: —«¿A quién detengo? ¿Quién ha cometido el asesinato? That is the question — como dijo Venus de Milo al serle ofrecido un puesto de mecanógrafa. Y sobre las cejas hirsutas de Sirocco apareció un colosal punto de interrogación. Ben Beniben había sido muerto por aquel mismo arcabuz, legado de épocas arcaicas, y por la bala de plomo de que estaba cargado desde tiempo inmemorial. Nadie había entrado en la habitación, la cual se hallaba por lo demás CERRADA Y ATRANCADA por DENTRO. Había que rechazar la hipótesis de que el criminal hubiera entrado por la única ventana que tenía el cuarto y que daba al campo, pues unos sólidos barrotes la cruzaban en todas direcciones. ¿Quién, pues, prendió fuego a la mecha del arcabuz? ¿Quién, en una palabra, disparó el tiro mortal? Como Sirocco fuera incapaz de resolver el misterio, el Gobernador le mandó en su auxilio al célebre detective científico ChirloKolmes. Chirlo-Kolmes llegó al lugar del crimen, acompañado del Doctor Furción, su fiel amigo y cronista. Rápidamente se hizo cargo de la situación. —Nos hallamos, mi querido Doctor Furción, ante un caso extraordinariamente misterioso. Un cuarto cerrado por dentro. Un arcabuz del Siglo XIV. Un hombre que cae muerto. ¿Suicidio? No. El arcabuz se hallaba a seis pasos de distancia de la víctima. Esta no se hubiera entretenido en volver a colocar cuidadosamente el arma encima de la cómoda después de haberse saltado los sesos con ella. Este amor al orden no se observa generalmente en los que tienen la masa encefálica a la intemperie. Ha habido, (Continúa en la página 360) Junio, 1923 E ——_——————_—_—A A —_ zz AAA AAA PÁGINA 330 Mh aUo A a