Cine-mundial (1923)

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CINE-MUNDIAL L principio del verano es, en los países fríos, la época clásica de las em1graciones, las mudanzas y los cambios. Apenas se entibia! la atmósfera, las amas de casa sienten invencibles deseos de burlarse de los contratos de alquiler y de marcharse con sus muebles, sus perros falderos, sus canarios y sus grafófonos a otro domicilio o a otra ciudad, aunque hayan estado perfectamente antes; los amigos de la aventura sufren en las plantas de los pies las cosquillas del “Wanderlust” y por las carreteras van, incansables, como el judío errante de la leyenda, bajo la maldición de una inquietud que los empuja sin cesar. Y, a falta de otra peregrinación, los que se quedan en sus casas y en las poblaciones en que habitan, dedícanse a largas excursiones en auto y en tren, para cambiar de aire... Un cínico pensaría que estos síntomas — desconocidos en países templados — son fruto natural del encierro invernal que condena a la gente a salir lo menos posible, para que no se le convierta la nariz en témpano y que, aburrida del mismo barrio, las mismas escenas y el mismo mobiliario, pretende sacudirse el “apolillamiento” que dejó como herencia la estación de las nieves. Pero sin preocuparse de las causas, es indudable que los efectos son, a veces, extraordinarios. No todos emprenden la peregrinación movidos por el mismo impulso. Atrae a los más la esperanza de hallar, con nuevos rumbos, el soñado y siempre indistinto ideal. Y como un inmenso templo cuya bóveda de -oro fuese a la vez antorcha e imán, “Cinelandia” extiende sus vastos dominios en derredor de Los Angeles, la capital del arte mudo. A esa colmena inmensa acuden los ilusos, los trabajadores, los intrigantes, los ambiciosos, los artistas, los potentados, los pícaros, los genios y, sobre todo, los soldados del vasto ejército de la Mediocridad y en torno de ella — lo mismo que abejas y zánganos — zumban, se agitan, trabajan, explotan y perecen. La prensa, la trompetería del reclamo, las novelas, el teatro y la película misma conspiran diariamente para probar la mentida esplendidez del cine. Así rodean de romanticismo la vida de actores y actrices. Así tejen en derredor de Hollywood la leyenda de las Mil y Una Noches. Así crean el espejismo de súbitas famas y no menos súbitas fortunas. Cinelandia es, para los mórbidos, el jardín de los placeres; para los perversos, el trono de los Siete Pecados Capitales; para los necios, las películas transformadas en vida real; para los artistas, un nuevo Parnaso y, pura el vulgo en general, una comarca exótica en que ocurren todos los milagros, se perpetran todos los delitos, se congregan AGosTo, 1923 <—— todas las beldades y se pagan, a precios fabulosos, todas las labores. Allá van, en interminables caravanas, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, y la Meca de las Películas se expande más y más y se desborda por las colinas cercanas a Los Angeles, transformada por el cine de villa en ciudad y de ciudad en metrópoli y dando cabida a los visionarios, a los despechados, a los sinceros... como en un Carnaval que no termina nunca y en el que se admiten todos los disfraces. Allá van, procedentes de todas las comarcas y de todos los climas, en auto o en tren, én coche o a caballo, pero, más que en ninguna otra forma, a pie por las carreteras que unen a California con el resto de la Unión Norteamericana. E EZ EL ULTIMO DESEO Por NARCISO DIAZ DE ESCOBAR AN pasado muchos años, más de treinta, y no obstante me parece que estoy viendo al famoso gitano “Siete pelos”, gloria obscurecida del Barrio de la Macarena. Era hombre muy poco instruído, pues jamás pisó una escuela, ni supo lo que era un Abecedario, ni una plana, pero si bien de letras no entendía palabra, Dios le había con (Continúa en la página 478) Los excursionistas que viajan simplemente por recreo en aquella región del Pacífico, se ven asediados por esos peregrinos extraordinarios que les piden el favor de un asiento en el automóvil, cuando los pies ensangrentados se niegan a conducirlos más lejos y la fatiga vence un instante sus arrestos, aunque no disminuya en nada el prodigioso propósito de llegar a la meta, a pesar de todo y de todos. Porque los que a Los Angeles arriban por ferrocarril o en vehículos ordinarios no llaman la atención; pero los que quemaron sus naves antes de abandonar la tierra en que vivieron, llevan por todo morral su cofre de ilusiones y, sin dinero, sin amigos, sin más compañía que la de sus pensamientos y sin más báculo que el de su energía, se lanzan por ahí — como los de la Edad Media —a merced de lo que ofrezca la senda polvorienta o el recodo de un camino... ; En la serpenteante Carretera de Lincoln, que atraviesa el Estado de Nebraska, los automóviles de turismo marchan difícilmente. A ambos lados del macadam se alinean los peregrinos de Hollywood... Un periodista viajó en junio por aquella carretera y cuenta que los bosques por entre los cuales cruza el camino hacia California, están repletos de gente que marcha a campo traviesa rumbo al Oeste. Hay muchas mujeres. Casi todas en la flor de la edad. Algunas han ganado concursos locales de simpatía o de belleza, pero sin duda que el dinero de los premios no alcanzó para pagar el pasaje hasta la “tierra de promisión". Y, como carecen de fondos, caminan y, cuando tienen suerte, logran que algún automovilista les dé sitio en su coche y las haga avanzar unas leguas más adelante... El escritor, que iba en su propio auto, se tomó el trabajo de interrogar a aquellos que aceptaron su invitación de hacer parte del recorrido a su lado. Pasaron de doscientos. Entre las mujeres, dos terceras partes ha bían hecho el penoso viaje exclusivamente con la esperanza de entrar a trabajar en películas. Las demás iban en busca de otra clase de empleo. En cuanto a los hombres, eran más numerosos aün, y en edad variaban de los diez y ocho a los sesenta afios!... Cada nueva manifestación del inquieto espíritu humano tuvo sus peregrinos... y Sus tierras prometidas, de Moisés a la fecha. Cruzados o emigrantes, mahometanos o gambusinos del Eldorado, todos han sido precursores de estos argonautas contemporáneos que creen que el Vellocino de Oro cuelga de algün limonero de California y de estas “Saras Cervantes" cuyo ideal es la angosta, perforada cinta de celuloide mágico... > PáÁciNA 448