Cine-mundial (1923)

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Por Rafael de Zayas Enríquez ODO eso que me está Vd. contan de es historia antigua, amigo mío, y me admira que los estadeunidenses, — como con tanta propiedad les llaman hoy, — que se vanaglorían de ser los mejores enterados de cuanto ha sucedido y sucede en el universo, lo tengan como nuevo. Referíase mi amigo Don Primitivo Práctico a las especies que han estado circulando en las últimas semanas sobre obras de arte espurias, fraudes de pinturas y de esculturas, y de otros negocios por el estilo, héchos en grande y en pequeña escala, a fin de que haya para todos los gustos y para todas las fortunas. —No condeno a los falsificadores — prosiguió diciendo mi amigo;— muy al contrario, los aplaudo y los admiro. Los admiro, porque demuestran gran ingenio, profundos conocimientos del arte que cultivan y del carácter de esa parte de la humanidad que explotan. —Las falsificaciones de este género fueron en épocas pasadas un verdadero arte, muy restringido, envuelto en el misterio y poco productivo, ya porque los aficionados eran escasos, ya porque la remuneración era pequeña. Pero desde que Tío Samuel más bien que tío resultó padre de incontable prole de multimillonarios, quienes tienen todos los méritos y todos los vicios de cuanto es improvisado, el arte se ha convertido en extensa industria, en la que se nota este fenomenal fenómeno: las obras espurias se venden a un precio cinco o seis mil veces mayor del que tuvieron las obras originales cuando fueron creadas, y si hubiese yo dicho veintemil veces mayor, no habría exagerado. —Mister M... Mister H... o Mister W... entienden tanto de bellas artes como yo de... ¡vamos! como yo de cualquier cosa que pudiera ignorar. Pero han averiguado, o les han hecho averiguar que hay bellas artes, siendo la pintura y la escultura las principales; que todo hombre que tiene dinero debe demostrarlo al mundo; que la mejor manera de hacerlo es por medio del anuncio, no en la sección respectiva de los periódicos, que eso es vulgar y se queda para los mercachifles, sino por medio de la ostentación, del lujo dentro de la casa y fuera de la casa; que el lujo dentro de la casa consiste en la magnificencia de los salones, y la magnificencia de los salones consiste en la exhibición de obras de arte, sobre todo de arte antiguo, y mientras más antiguo mejor; obras de arte a la entrada, en las escaleras, en la ante-sala, en la sala, en el com. dor, en el fumador, en las recámaras y en cuantos lugares se divida el inmueble, inclusives jardín, si lo hubiere, caballeriza, garage, etc. —Por supuesto que no son los estadounidenses las ünicas víctimas de los falsificadores, aunque sí las más numerosas. También los museos de Europa figuran en el catálogo de los tiznados, a pesar de los muchos y excelentes expertos en la materia (?) con que cuentan, y hay en la actualidad quien ase Acosro, 198 < CINE-MUNDIAL gure que de cada cien obras de arte que por auténticas pasan, noventa han salido de los talleres de los defraudadores. Las Teorias de Mi Amniso Don Primitivo Práctico —Y a toda esa alharaca que están formando yo les contesto preguntándoles: ¿Y qué? Si lo falso y lo genuino son tan parecidos que resultan idénticos, ¿qué más da que haya salido de los talleres de la Rue Dutot o de la Rue Procession, de París, de los de Fidios en Atenas? — Perdone Vd., mi señor don Primitivo, — me atreví a interrumpirle; — sí hay una diferencia notabilísima, desde el momento en que el valor de la obr estimativo. que a no es intrínsico, sino Se paga un precio fabuloso por una estatua de Fidias, no porque es estatua, ni porque es bella, sino porque es de Fidias. —Insisto en lo dicho. El coleccionador es un fetichista, y lo llamo así para no decir que es un mentecato. Compra de buena fe un trozo de mármol envejecido, que no viejo, Porque cree que en él puso Fidias las manos, sin saber quién fué Fidias, ni qué hizo, ni si es posible que hiciera lo que le están vendiendo. Paga y encuentra satisfecha su vanidad, no su gusto artístico, del que carece. Pues lo mismo da que sea moderna su antigúedad y falsa su obra de arte, como que sea genuina. Esa es cuestión de fe, y la fe no se discute, ni debe indagarse por el creyente. No hay que someterla a prueba. —Se cuenta que un frenólogo ambulante exhibía un museo cranológico. Un curioso le hizo notar que en la colección figuraban dos cráneos de Julio César, el uno grande y el otro pequeño. El frenólogo, sin desconcertarse, le informó que el uno era de Julio César cuando fué asesinado, y el otro de Julio César cuando todavía iba a la escuela, con lo que quedó muy conforme el curioso observador. Pues bien, en las obras de arte pasa lo mismo, unas son hechas por el artista durante su vida y las otras son póstumas, y aquí póstumas son las obras hechas por el autor después de su muerte, como lo asegura una autoridad que no quiero mencionar. —Un anticuario conocido mío me enseñó una vez una viejísima espuela, y me dijo: “Esta es la espuela que no calzó el Cid cuando montó a caballo para correr al llamado del rey Don Sancho, a quien asesinaban, y (ue, por no haber podido obligar a Babieca a correr a escape, le hizo exclamar: ¡Maldito el caballero que cabalgue sin “espuelas !” —Confieso mi debilidad: no tuve valor para demostrarle que una espuela que “no había sido calzada” carecía de historia, y que la famosa antigiiedad que exhibía llevaba la marca de Amozoc, población cercana a la ciudad de Puebla, México, y que el anacronismo era simplemente de ocho siglos. Aquí el anacronismo consiste no en la fantástica anécdota del Cid, sino en el positivo hecho de la fabricación de la espuela. —Está bien, señor don Primitivo, en cuanto a lo que se refiere a la preocupación fetichista del anticuario; pero convendrá Vd. conmigo en que las obras de la antigüedad tienen también mérito intrínsico, que son inimitables... (Continúa en la página 484) > PÁGINA 451