Cine-mundial (1923)

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CINE-MUNDIAL ¿A quién no desvela música semejante? Mm Elsie Lombard, artista de la “Earl Carroll Revue”, toca el banjo — durante el verano indudablemente — mientras la retrata nuestro amigo el fotógrafo Ira D. Schwarz. Lo más notable de esta efigie es el barril, el cojín y la cinta que Elsie lleva en el pelo. bre el “ring”, y si se echaba una ojeada sobre aquel mar de cabezas en las tinieblas se distinguían centenares de luciérnagas que se apagaban y encendían sin cesar. Eran los fósforos de los fumadores. Nosotros — Usabal, Reilly y yo — estábamos sentados cerca de varios pugilistas, entre ellos un hermano de Floyd Johnson, que peleó con Willard el mes pasado y aseguró que Firpo no duraría ocho *rounds". Efectivamente, el que no duró ocho rounds fué el excampeón. Debido a estos vecinos poco pacíficos no hubo forma de explayarse mientras duró la pelea, y vamos a escribir a Rickard para que en lo sucesivo nos coloque entre gente menos beligerante. CTI ERE: O vale la pena salir ahora reseñando la lucha. Aquello fué un espectáculo primi tivo con poco arte y menos ciencia. Firpo ganó como esperaban los jugadores profesionales, que desplumaron a los patrióticos incautos de centenares de miles de dólares. Aseguró Rickard que un quince por ciento de las entradas había ido a parar a los his panos de Nueva York y sus suburbios, y él debe saber lo que dice. Sin embargo, las vo dieron sobreponerse al siseo con que los “sportsmen” yanquis recibieron al extranjero. La recepción a Willard fué avasalladora y su nombre resonaba por todo el recinto cuando salieron peleando. (El juez terminó sus instrucciones ordenándoles que abandonaran sus esquinas peleando, sin andarse con preámbulos ni tonterías). Al iniciarse el quinto “round” en que Firpo, cansado de vapulear a su contrario, retrocedió varias veces hacia las cuerdas, se desarrolló una escena sin precedente. Con una sola voz, sin perder el compás por un segundo y al unísono perfecto, parecía que todas aquellas cien mil personas se habían puesto de acuerdo para animar al americano. Come on Jess! Come on Jess! Come on Jess!, gritaban sin cesar, cadenciosamente, como rezando una letanía o plegaria que les saliera del alma. Tan enorme era el volumen de sonido, que hubo momentos en que pensamos si no llegaría el eco a Buenos Aires. El grito fué creciento hasta el final del sexto “round”, en que se alzaba al cielo como la invocación de todo un pueblo. Luego perdió cuerpo lentamente, y sólo era un murmullo casi imperceptible cuando Willard por fin hincó la rodilla en tierra — no cayó redondo —bajo la lluvia de golpes del argentino. Por muchos años que viva, jamás podré ces de estos latinos no se oyeron durante la refriega, Cuando entró Firpo en el “ring” hubo pocos aplausos, tan pocos que no puAcosro, 1923 < XE olvidar aquella exclamación colectiva, que demuestra, por lo visto, que los efectos psicológīcos son un mito. El mundo entero parecía querer, ansiar, que Willard viniera, viniera, viniera... pero Willard se iba, se iba para no volver, rendido, avasallado, humillado. El hombre que no ríe — el rostro inescrutable de Firpo es lo que más intriga a los norteamericanos—había ganado una vez más, solo, fuera de su patria, rodeado de enemigos. La lucha terminó en un silencio profundo. La atmósfera de odio se palpaba. E E "oed es el cobarde? Siguiendo cierta costumbre del país que no perderé el tiempo en explicar, la prensa nos aseguró antes de la lucha que el valor de Willard estaba probado y el de Firpo era dudoso, de manera que si aquello degeneraba en un “sálvese el que pueda" la valentía del norteamericano tendría que imponerse. En efecto: el encuentro se convirtió a las primeras de cambio en un lance tabernario o una reyerta de estibadores, a pesar de lo cual a Willard le contaron los diez segundos de reglamento mientras se hallaba en posesión de sus cinco sentidos. mo dmm EDIA hora después tuve ocasión de char lar con Firpo en su camerino. Allí estaba rodeado de periodistas que hablaban con él por conducto de Widmer, su representante, de polizontes, entrenadores, etc. En una esquina se vestía Jimmy de Forest. Tan pronto me vió, dijo: —¿Qué le pareció la lucha? Yo estoy muy descontento. No sé lo que pasaba. Este Willard es tan grande que me tenía aturdido porque yo nunca he peleado con un hombre tan alto o de tanto peso. — No se preocupe que Vd. estuvo muy bien y ganó, que era de lo que se trataba. Además, yo pude observar que Willard no le alcanzó con un solo uppercut, su golpe favorito. —Es que lo estaba vigilando siempre. —¿Y cómo no empleó Vd. la mano izquierda? Por las declaraciones de Forest, ya me lo imaginaba a Vd. convertido en un “izquierdista” consumado. j —Porque este Willard tiene un alcance de brazo cuatro o cinco pulgadas más largo que el mío, y cada vez que alargaba la izquierda me encontraba con la suya en la cara. Mire cómo me puso las narices. (Le dí la razón en seguida porque, en verdad, la nariz de Firpo parecía un tomate en estado. apocalíptico). —QOiga otra cosa, Firpo. También observé que Vd. le daba unas trompadas cortas, usando el brazo como si fuera un palo. Yo creía que Vd. se había perfeccionado hasta desechar ese golpe.. —i No, no, si ese golpe se lo daba a propósito! En el segundo round le descolgué una oreja y andaba buscando la forma de arrancársela por completo. (¡Ah, aquí tenemos sintetizada toda una doctrina que entienden perfectamente en Norte-América! La de Drago adolecía de un gran defecto: era demasiado leguleya y se prestaba, por ende, a complicaciones judiciales sin límite. Por eso los norteamericanos ni siquiera se tomaron el trabajo de estudiarla. La de Monroe también tuvo sus altas y bajas hasta hace veinte o treinta años en que a fuerza de intervenciones, cafioneros, notas impertinentes y concesiones más o menos chanchullescas empezó a comprenderla todo el mundo. Pero, en cuanto a claridad, (Continúa en la página 490) > PácINA 458 "