Cine-mundial (1923)

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I "quedara, cadáver, sepultado en la nieve, du £ rante una expedición. —¿Y de ahí pasó al cine? —No. De ahí pasé a una serie de desventuras, en diversos negocios de ranchos y ganaderías, hasta que, por afición, me metí ai teatro y no lo hice tan mal. De ahí al cine, no hay más que un paso... —¿Qué compañía lo contrató primero? —La “Universal”. — ¿Y está Ud. contento con su nueva profesión? ; —Contentísimo, sobre todo desde que soy estrella de la “Paramount”. En eso estábamos, cuando entró en la plática la serie de detalles relativos a nuestros gustos y aficiones a las pipas, pantuflas, aves de corral y de jaula (¿y por qué no jaula?) y a los caballos, de que hablé al principio. —¿Qué caballos le gustan más? —le pregunté echándomelas de conocedor, aunque sólo sé la diferencia entre los tordillos y los alazanes. y —Los caballos de “polo”. ¿A usted le gusta montar? —— —Me gustaba, pero hace tiempo que no me acerco a un caballo. —¿Quiere montar uno de los míos? — Si me lo hubiera dicho con otra cara, tal vez habría aceptado y, a estas horas, estaría yo viatieado cuatro veces como el torero del número pasado y en vísperas de entregar mi alma al Creador.. Pero Holt me hizo la oferta con una sonrisita tan perversa que me -abstuve, pretextando un ataque de reuma. —Según unos...— comencé a decir para llevar la conversación por otro terreno menos personal. —Y Jack Holt soltó una carcajada que me desconcertó. —¿De qué se ríe? —De un cuento, que recordé apenas dijo Ud. eso de “Según unos”. —Cuéntemelo. — Pues dicen que había un Reverendo muy bien intencionado pero un tanto embustero, ^o por lo menos exagerado y que, al cabo de varios meses de predicar ante los feligreses de la misma parroquia, comenzó a desacreditarse por culpa de las mentiras que, sin ánimo de hacer daño a nadie, soltaba en sus sermones. A tal grado llegó la cosa, que el resto del personal de aquella iglesia decidió tomar cartas en el asunto y llamó a cuentas al predicador. —El pobre, muy compungido, dijo que iba a enmendarse, pero aseguró que, en el calor de la inspiración, le salían los embustes in"voluntariamente. Entonces, el sacristán, que era hombre ingenioso, propuso un remedio, “que consistiría en que él se sentara en las gradas del púlpito, apenas subiera el Reverendo a predicar y que, si lo oía decir alguna "barrabasada gorda, le daría un tirón de la sotana, para que compusiera el embuste y “volviera por el santo camino de la verdad. -—Aceptaron encantados todos, inclusive ei | Reverendo, la idea del sacristán y al domin go siguiente, en que estaba la iglesia llena, se puso en práctica el arreglo sugerido. Subió nuestro hombre al púlpito; se sentó el “sacristán en uno de los peldaños de la escalera del pülpito y comenzó el sermón, que tuvo por tema el *pecado original de nuestros primeros padres". = —Todo iba muy bien. El Reverendo des eribió el Paraíso terrenal con vivos colores | y habló del árbol del bien y del mal y: de todo lo que en el Edén había, con arreglo a los evangelios y sin apartarse de la verdad. | Pero iba inspirándose poco a poco y, al lle| gar a la serpiente, dijo: . SEPTIEMBRE, 1923 <— CINE-MUNDIAL Las Manos que los Hombres Admiran— UAVES y tersas; con acicaladas uñas y cutícula uniforme, son el sello de la dama elegante y culta, cuya presencia despierta envidiable interés en todos los que la miran. Nunca se corte la cutícula. Es peligroso. No importa cuán cuidadosamente lo haga, nunca podrá cortarla sin causarse heridas pequeñitas que invitan la infección. Ahora es seguro y fácil obtener siempre una manícura perfecta. Solamente hay dos cosas que hacer: primero, mójese un extremo del palillo de naranjo, cubierto con algodón, en el Líquido Cutex para suprimir la cutícula, y pásese suavemente alrededor de la juntura de la uña. Lávense los dedos, y la parte muerta de la cutícula sencillamente desaparecerá, dejando las uñas hermosas y uniformes. ¡Luego el brillo! Suave y radiante, con aquel sello de refinamiento que sólo Cutex puede darle. Viene en cinco formas: Polvos, Líquido, Pasta, Pastilla y Barra. 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