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CINE-MUNDIAL
EL CINE ES LA TECNICA
por F. J. ARIZA
N la obscuridad fétida de una sala de proyección, miro resignado una película del Oeste — la segunda de tres con que el destino me castiga aquella tarde — y el dueño de las cintas, que está sentado junto a mí y que cree que soy un presunto comprador, me agobia con su verbosidad apestosa a mal cigarro. Pasa sobre el lienzo una escena en que salen unos
sacos marcados “chili” y mi hombre, entusiasmado, me grita:
—¿Qué le parece, eh? ¡Qué buena impresión va a causar esta escena en la Argentina!
Aunque no me resuelvo a darle un bufido, porque en resumidas cuentas a mí me pagan por
ésto, le advierto al fin que no me intereso en comprar aquellos mamotretos y que si he venido a verlos es por obligación... Pero. desgraciadamente, ante tal confidencia, el buen señor se siente compelido a hacerme otras suyas personales y me relata cómo filmó las películas, dónde y a qué precio. Su verborrea no me adormece porque la voz es atronadora y, en el recinto reducido de la sala, cada frase retumba como estampido.
—Figúrese usted, Mister Aráisa, que no teníamos dinero... Es decir, había lo bastante para trabajar un mes, pero nuestro contrato exigía la fabricación de tres películas de cinco rollos cada una... Imposible hacerlas en treinta días. Entonces tuve una idea y le dije a mi socio: “¿Por qué ne hacer una cinta, venderla inmediatamente y con el producto fabricar las dos restantes?”... ¡Idea genial! ¿Eh?... Desde luego nos pusimos a trabajar. Yo, aquella misma noche, dicté a mz taquigrafa los argumentos de las tres películas...
De estas elocuentes revelaciones y de otras de igual pelaje, sería cómodo hacer un folleto impreso y destinado” a muchos aspirantes a argumentistas de cine que, desconociendo el sistema, pierden el tiempo y la fe en sí mismos y en la lógica de las cosas. cuando las casas productoras —invariablemente — rechazan sus asuntos y sus ideas.
—¿Cómo — se preguntan — puede cualquier bárbaro ensartar una serie de sandeces en ocho horas de mediocre labor cerebral y convertir en película y en dinero todo aquel fárrago inverosímil, cuando otros con esfuerzo más sincero y, a veces, con talento y originalidad lo único que sacan es un disgusto?
A esos, yo les contestaría que si ellos u otros no pagaran en taquilla por presenciar el susodicho “fárrago”, quizá a fuerza de perder dinero, nos abandonaran definitivamente los argumentistas al estilo de mi hombre del cigarro barato. eal
Pero, a otra cosa. EEE
El señor de la tagarnina es un productor independiente que arriesga su pequeña fortuna en la fabricación de unas cuantas cintas y que, por lo mismo, procura economizar, de modo que él solo escribe, dirige, corta, inserta y vende, ahorrándose los sueldos que, de otro modo, pagaría por necesidad a terceras personas. Como él hay muchos. Las cintas producidas así son las de relleno en los programas; las que se exhiben en los cines baratos... y las que más producen, porque siempre hay mayoría de espectadores en todas Partes que gustan de argumentos folletinescos, y que, o no entienden de arte o prefieren la fantasía del absurdo a la cruel e intensa emoción estética
del realismo. ¡Cuántas gentes cultas y de gusto refinado hay por el mundo que leen libros idiotas
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(Continúa en la página 680)
NOVIEMBRE, 1923 <
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